"...reach the dizzy heights of our dreamed of world"
High Hopes - Pink Floyd
De plano como en una partida de ajedrez gigante. A veces para mi el mundo es así: un montón de caminos que se abren a partir y frente a uno. Algunos son trincheras, otros son líneas donde se concentra el fuego cruzado. La mayoría lo llevan a uno a donde quiera, si es que sabe a dónde quiere ir. Sin embargo, la mayoría, como en el ajedrez, requieren un costo, a veces no sólo de tiempo o espacio...a veces la moneda de cambio es el sacrificio.
Los pasos que uno deja se convierten en caminos nulos (o así deberían ser) porque si bien en el ajedrez se puede uno echar para atrás en 'retirada estratégica', en el diario cotidiano generalmente la casilla que uno acaba de dejar se convierte en lava, como solía jugar cuando niño. De ahí que uno puede quedar atrapado, ser herido y hasta perderse si no sale de esa casilla del pasado, marcada con una luz roja. Incluso en ocasiones dicha luz va avanzando; presiona como un reloj en una partida de tiempo al pobre jugador indeciso, lo toma por sorpresa y comienza a jalarlo de los pies.
Puesto que al final sólo queda mirar adelante (o a los lados, por aquello de la estrategia escogida) cada paso asegura un encuentro, un desencuentro, un placer, una victoria o derrota menores: sacrificio. Es también como una gran red de bandas transportadoras que conducen, cada una a un sitio, pero la combinación que hagamos (dónde subir, de cuál bajar y cuál tomar después) configuran un nuevo destino cada vez.
Pero existen momentos en la vida en que el camino parece claro, sin bifurcaciones ni recodos sospechosos. Como si fuera todo de repente demasiado honesto y claro. Estos pasajes, como verdaderas Termópilas, suponen lugares de emboscada, acorralamiento y hasta traición.
Bien sorteadas, soportadas y traspasadas suponen a quien emerge gran gloria, recompensa y satisfacción. Parte del botín es el cambio. Por ahí alguien dijo: En la vida lo único seguro es el cambio. Y es verdad.
La vida es en sí una serie de cambios, no como transacciones sino como revoluciones, diría Kuhn. La muerte es en sí un cambio total y completo de lo que solía ser vida. Y los momentos decisivos de la existencia, lo que definen, el saltar entre banda, los movimientos de las piezas, son cambios si lo pensamos bien. Ya sea que provengan de un cambio o de ellos se genere la gran revolución interior.
A final de cuentas lo que se necesita es el valor de tomar la decisión, aceptar el sacrificio que se debe pagar, sopesar el rumbo al que ahora te diriges. Si adelante sólo se vislumbra sufrimiento sin ganancia, es hora de revaluar la estrategia.
Lo que nunca debemos hacer es abandonarnos a la premonición falaz de la derrota. Porque en la vida no hay derrota como en el ajedrez. Más que eso, se trata de una rendición, y como sabemos, rendirse es peor que caer en el duelo, cuando menos para el orgullo. Así que en vez de dolerse por el golpe aún no recibido, en lugar de saborear la sal de un 'pre-jaque', hay que aceptar el costo y pagar, aunque sea con sangre, el peaje a un nuevo rumbo.
Etiquetas: Antifilosofía, Pensamiento