viernes, 15 de octubre de 2010

Una batalla a tres tiempos

Otra ráfaga de ataques aleatorios a las cosas que, para su mala suerte, encuentro en mi inmediato alcance.
Otra vez tomar al pato para derribar a las escopetas que sobrevuelan bajo el techo de mi cuarto. Desde allá publico secretamente las tesis que me procurarían la excomunión de la humanidad (así, con minúscula)...sueño de ermitaño enraizado.

Y lo peor es que no puedo plasmar con exactitud lo que quiero ni lo que pienso, y menos en momentos como este en que prefiero no pensar para evitar que reaviven las heridas que me escocen la mente y el corazón.
Además, no resulta tan sencillo estar en un cuero tan raído y curtido como el que me envuelve...y no es a manera de excusa o justificación: mas bien me compadezco a mi mismo (y no sin razón).
Ya llevo suficientes puñados de tierra en la boca, tierra salada que comienza a sofocarme e inducirme un estado de catársis durante el cual en mis ojos se proyecta el tristísimo espectáculo de las colisiones humanas, especialmente las personales.
Colisiones todas, en las que se nos desfigura el rostro y se nos curvan hasta lo obsceno las vértebras; encontronazos entre uno mismo y otro ser de magnitud inconmesurable que ocurren a cada tanto, cada alineación planetaria, cada que alguien en el otro lado del mundo estornuda. Estos fatídicos encuentros matan siempre a una parte de los involucrados, las otras partes se fusionan con el impacto, se reconocen, se aceptan y fusionan...todo durante un  lapso de tiempo irrisorio. La faz que al final caracteriza a cierto ente plástico, como se ve, contiene dentro de sí las cicatrices, heridas y golpes de tales impactos: se define.
Y la misma naturaleza de tales encuentros es dolorosa y sanguinolenta...acto violento que enfrenta a cada instante en cada rincón dos universos tan diferentes e ignorantes el uno del otro, que no pueden menos que aferrarse a los pocos trozos astillados y ardientes que quedan tras la fugaz visita.
Se ha vuelto un tanto rancia la danza de aquellos que esperan su turno en la lanzadera y sin embargo es ese el momento en que se desconoce, por instinto, el relieve facial y espiritual propio, cuando se arranca con los dientes la piel grabada de la punta de los dedos. Cuando se vuelve uno preso extraño dentro del cuerpo otrora aliado.
Con los dedos sangrantes (remítase a la información arriba descrita) intento discernir qué carajos soy, qué demonios quiero, a dónde rayos pretendo ir...tristemente cada intentona me deja peor parado, me obliga a cargarme sobre mi derecha que está por ceder. Además, los resultados de tan trillados debates no atañen solo a las células del organismo que parece englobarme hoy día...afecta también destinos ajenos, destinos con los que me encuentro chocando en este momento.
Pequeños fantasmas corren caóticamente dentro de mi cráneo, aterrorizados por el incendio en puerta.
Pero las olas bárbaras no cesan, ni cesarán...ya se ha visto. Solo se puede esperar el embate brutal levantando de nuevo la ciudad amurallada...qué fácil se dice...Edificar otra vez la gloria del pasado sobre los restos de padres y enemigos, de amores y traidores...no construir algo nuevo sin pasado, sino tomar lo que quedó del hogar y lo que la marejada trajo consigo, para construir un nuevo tipo de refugio donde podamos esperar sin saberlo, el siguiente huracán, el siguiente tornado, la siguiente implosión, el próximo maremoto...

Pero también uno es espejismo, y el reconocimiento de un "yo" es gran prueba de ello. La imagen que uno construye de sí mismo no es uno mismo...como bien dije es una imagen. Una especie de piel escamosa que se sostiene en vilo con el aire y que nos reconoce y a la cual reconocemos...pintada a mano y modelada detalle a detalle por el inconsciente artesano. Imagen que, al igual que la sombra propia, busca la menor oportunidad para asesinar al propietario para suplantarlo e incursionar en el campo de la realidad.
Sin embargo, ni siquiera el ser que suplanta al "yo", en su conocimiento de éste e imitación y hasta corrección, desconoce la manera de penetrar en la imponente ciudadela, ni siquiera esta en sus etéreas manos en el intentar franquear las inconmensurables murallas ante las cuales nuestros fantasmas retroceden y plantan rodilla en tierra.
Solo un ser ha descubierto la falla en la coraza.
Solo un ser hasta ahora ha descubierto que aquellas murallas están hechas de papel...

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Una batalla a tres tiempos

Otra ráfaga de ataques aleatorios a las cosas que, para su mala suerte, encuentro en mi inmediato alcance.
Otra vez tomar al pato para derribar a las escopetas que sobrevuelan bajo el techo de mi cuarto. Desde allá publico secretamente las tesis que me procurarían la excomunión de la humanidad (así, con minúscula)...sueño de ermitaño enraizado.

Y lo peor es que no puedo plasmar con exactitud lo que quiero ni lo que pienso, y menos en momentos como este en que prefiero no pensar para evitar que reaviven las heridas que me escocen la mente y el corazón.
Además, no resulta tan sencillo estar en un cuero tan raído y curtido como el que me envuelve...y no es a manera de excusa o justificación: mas bien me compadezco a mi mismo (y no sin razón).
Ya llevo suficientes puñados de tierra en la boca, tierra salada que comienza a sofocarme e inducirme un estado de catársis durante el cual en mis ojos se proyecta el tristísimo espectáculo de las colisiones humanas, especialmente las personales.
Colisiones todas, en las que se nos desfigura el rostro y se nos curvan hasta lo obsceno las vértebras; encontronazos entre uno mismo y otro ser de magnitud inconmesurable que ocurren a cada tanto, cada alineación planetaria, cada que alguien en el otro lado del mundo estornuda. Estos fatídicos encuentros matan siempre a una parte de los involucrados, las otras partes se fusionan con el impacto, se reconocen, se aceptan y fusionan...todo durante un  lapso de tiempo irrisorio. La faz que al final caracteriza a cierto ente plástico, como se ve, contiene dentro de sí las cicatrices, heridas y golpes de tales impactos: se define.
Y la misma naturaleza de tales encuentros es dolorosa y sanguinolenta...acto violento que enfrenta a cada instante en cada rincón dos universos tan diferentes e ignorantes el uno del otro, que no pueden menos que aferrarse a los pocos trozos astillados y ardientes que quedan tras la fugaz visita.
Se ha vuelto un tanto rancia la danza de aquellos que esperan su turno en la lanzadera y sin embargo es ese el momento en que se desconoce, por instinto, el relieve facial y espiritual propio, cuando se arranca con los dientes la piel grabada de la punta de los dedos. Cuando se vuelve uno preso extraño dentro del cuerpo otrora aliado.
Con los dedos sangrantes (remítase a la información arriba descrita) intento discernir qué carajos soy, qué demonios quiero, a dónde rayos pretendo ir...tristemente cada intentona me deja peor parado, me obliga a cargarme sobre mi derecha que está por ceder. Además, los resultados de tan trillados debates no atañen solo a las células del organismo que parece englobarme hoy día...afecta también destinos ajenos, destinos con los que me encuentro chocando en este momento.
Pequeños fantasmas corren caóticamente dentro de mi cráneo, aterrorizados por el incendio en puerta.
Pero las olas bárbaras no cesan, ni cesarán...ya se ha visto. Solo se puede esperar el embate brutal levantando de nuevo la ciudad amurallada...qué fácil se dice...Edificar otra vez la gloria del pasado sobre los restos de padres y enemigos, de amores y traidores...no construir algo nuevo sin pasado, sino tomar lo que quedó del hogar y lo que la marejada trajo consigo, para construir un nuevo tipo de refugio donde podamos esperar sin saberlo, el siguiente huracán, el siguiente tornado, la siguiente implosión, el próximo maremoto...

Pero también uno es espejismo, y el reconocimiento de un "yo" es gran prueba de ello. La imagen que uno construye de sí mismo no es uno mismo...como bien dije es una imagen. Una especie de piel escamosa que se sostiene en vilo con el aire y que nos reconoce y a la cual reconocemos...pintada a mano y modelada detalle a detalle por el inconsciente artesano. Imagen que, al igual que la sombra propia, busca la menor oportunidad para asesinar al propietario para suplantarlo e incursionar en el campo de la realidad.
Sin embargo, ni siquiera el ser que suplanta al "yo", en su conocimiento de éste e imitación y hasta corrección, desconoce la manera de penetrar en la imponente ciudadela, ni siquiera esta en sus etéreas manos en el intentar franquear las inconmensurables murallas ante las cuales nuestros fantasmas retroceden y plantan rodilla en tierra.
Solo un ser ha descubierto la falla en la coraza.
Solo un ser hasta ahora ha descubierto que aquellas murallas están hechas de papel...

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miércoles, 6 de octubre de 2010

Su pierna izquierda, ligeramente flexionada, se delinea deliciosamente contra el muro.
Las líneas que forman su muslo fluyen ininterrumpidas como la estela de una gota de lluvia.
Enfundada bajo la tela azul del pantalón ajustado, que permite a la mente ensoñar con el paraje subyacente, se adivina la superficie fría, irresistible de la piel blanca erizada por un estremecimiento profundo.
La vista recorre lentamente la silueta completa demorándose en los detalles sugerentes de la cintura que se sabe es suave, estrecha, incitadora. 
La espalda en actitud de desenfado se desenvuelve con gran sensualidad y sencillez ocultándose tímida tras los mechones de cabello que realzan la iridiscencia de la piel.
El que la observa la dibuja de lejos con un dedo en el aire.
Pero se detiene de golpe. Ella lo está mirando...casi sin parpadear.

Fuera de su mente, el que la observaba de pronto se encuentra inmerso entre las evoluciones y movimientos rítmicos de aquellas piernas, emergiendo y hundiéndose entre ellas como quien lucha por no ahogarse en el Mar embravecido.

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Su pierna izquierda, ligeramente flexionada, se delinea deliciosamente contra el muro.
Las líneas que forman su muslo fluyen ininterrumpidas como la estela de una gota de lluvia.
Enfundada bajo la tela azul del pantalón ajustado, que permite a la mente ensoñar con el paraje subyacente, se adivina la superficie fría, irresistible de la piel blanca erizada por un estremecimiento profundo.
La vista recorre lentamente la silueta completa demorándose en los detalles sugerentes de la cintura que se sabe es suave, estrecha, incitadora. 
La espalda en actitud de desenfado se desenvuelve con gran sensualidad y sencillez ocultándose tímida tras los mechones de cabello que realzan la iridiscencia de la piel.
El que la observa la dibuja de lejos con un dedo en el aire.
Pero se detiene de golpe. Ella lo está mirando...casi sin parpadear.

Fuera de su mente, el que la observaba de pronto se encuentra inmerso entre las evoluciones y movimientos rítmicos de aquellas piernas, emergiendo y hundiéndose entre ellas como quien lucha por no ahogarse en el Mar embravecido.

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