miércoles, 29 de diciembre de 2010

"Nada puede durar para siempre, ni siquiera la muerte" 
Saramago

Jaque. 

Ni para dónde hacerse. A un lado las llamas, del otro el abismo.

La presión aumenta en la base de mi columna. Estertores sordos entre tierra y espinas. Y nadie cerca para escuchar los crujidos.

Pero simple y puramente jaque.

El mate no llega ni por babor ni por estribor ¡Un rayo que me caiga del cielo!

El camino había sido tranquilo, no sin su ocasional sobresalto. Pero de repente tras saltar los arbustos, encontrarse con el vacío, ¡por favor! El error es muy propio...por hacer caer prematura la noche para descansar los ojos que a cada minuto se me desarman y se me caen hasta las manos.

La compañía desapareció tras el ataque de la densa niebla. Solo espero se encuentren bien. La culpa ha sido mía por traerlos por el sendero equivocado en pos de llegar más pronto, por hacer caer esta falsa noche en mitad del día.

Sí, todavía recuerdo que el sol estaba aún fuerte en el cielo cuando éste oscureció. Lo que no recuerdo es cómo llegué a esta situación...Cierto ¡el maldito del arbusto!

Pero ¿y la chispa de dónde vino? Un incendio como este no es producto del jugueteo entre el sol y una envoltura metálica de chocolate...especialmente por la ausencia de sol por la cual ya me lamenté. Una emboscada. Ha sido una emboscada pese a que quién me procura este mal no se ha mostrado. Sólo se regodea en la sucia oscuridad en que medra. 

O tal vez sean varios. No sé si es el crepitar del fuego o que pretendo no escuchar en ello sus risas...demoníacas. Son demonios, ya lo he descubierto. Muchos y muy pequeños, por ello más peligrosos. Sin embargo no vienen a burlarse en mi cara. Algo esperan.

Mientras lo que ha de venir se toma la molestia de llegar, me entrego a otros pensamientos. Fruslerías, tal vez, pero que me mantienen cuerdo y de humor en tan trágicas horas: el roce ya lejano de unos dedos, el sabor de un atardecer que se niega a llegar, los acordes que remueven las neuronas dando al traste con las sinapsis, un pan con mantequilla.

De súbito los pequeños demonios, que solo puedo adivinar por un esfuerzo enteramente mío, retroceden. Sin duda ahora lo que se oye es solo el crujir artrítico del fuego. Tras él se comienzan a dibujar unos rasgos grotescos, resaltados por el naranja de la luz sobre el morado de las sombras. Ahora que lo veo, me aterrorizan en especial los cuernos.

El instinto me hace dar un paso atrás pero con un escalofrío recuerdo mi precaria situación, así que, más por cobardía que por valor, doy un par de pasos adelante.

El ígneo monstruo está ya casi aquí conmigo, aunque aún no decide si atraparme o deleitarse con mi aparatosa caída. La indecisión mata más que la catástrofe.

Al final y más como mero instinto que se sobrepone al intelecto apagado, yo decido por él.

Me arrojo.

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"Nada puede durar para siempre, ni siquiera la muerte" 
Saramago

Jaque. 

Ni para dónde hacerse. A un lado las llamas, del otro el abismo.

La presión aumenta en la base de mi columna. Estertores sordos entre tierra y espinas. Y nadie cerca para escuchar los crujidos.

Pero simple y puramente jaque.

El mate no llega ni por babor ni por estribor ¡Un rayo que me caiga del cielo!

El camino había sido tranquilo, no sin su ocasional sobresalto. Pero de repente tras saltar los arbustos, encontrarse con el vacío, ¡por favor! El error es muy propio...por hacer caer prematura la noche para descansar los ojos que a cada minuto se me desarman y se me caen hasta las manos.

La compañía desapareció tras el ataque de la densa niebla. Solo espero se encuentren bien. La culpa ha sido mía por traerlos por el sendero equivocado en pos de llegar más pronto, por hacer caer esta falsa noche en mitad del día.

Sí, todavía recuerdo que el sol estaba aún fuerte en el cielo cuando éste oscureció. Lo que no recuerdo es cómo llegué a esta situación...Cierto ¡el maldito del arbusto!

Pero ¿y la chispa de dónde vino? Un incendio como este no es producto del jugueteo entre el sol y una envoltura metálica de chocolate...especialmente por la ausencia de sol por la cual ya me lamenté. Una emboscada. Ha sido una emboscada pese a que quién me procura este mal no se ha mostrado. Sólo se regodea en la sucia oscuridad en que medra. 

O tal vez sean varios. No sé si es el crepitar del fuego o que pretendo no escuchar en ello sus risas...demoníacas. Son demonios, ya lo he descubierto. Muchos y muy pequeños, por ello más peligrosos. Sin embargo no vienen a burlarse en mi cara. Algo esperan.

Mientras lo que ha de venir se toma la molestia de llegar, me entrego a otros pensamientos. Fruslerías, tal vez, pero que me mantienen cuerdo y de humor en tan trágicas horas: el roce ya lejano de unos dedos, el sabor de un atardecer que se niega a llegar, los acordes que remueven las neuronas dando al traste con las sinapsis, un pan con mantequilla.

De súbito los pequeños demonios, que solo puedo adivinar por un esfuerzo enteramente mío, retroceden. Sin duda ahora lo que se oye es solo el crujir artrítico del fuego. Tras él se comienzan a dibujar unos rasgos grotescos, resaltados por el naranja de la luz sobre el morado de las sombras. Ahora que lo veo, me aterrorizan en especial los cuernos.

El instinto me hace dar un paso atrás pero con un escalofrío recuerdo mi precaria situación, así que, más por cobardía que por valor, doy un par de pasos adelante.

El ígneo monstruo está ya casi aquí conmigo, aunque aún no decide si atraparme o deleitarse con mi aparatosa caída. La indecisión mata más que la catástrofe.

Al final y más como mero instinto que se sobrepone al intelecto apagado, yo decido por él.

Me arrojo.

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martes, 21 de diciembre de 2010

A la orilla

El Diablo, en la esquina fumando un cigarro. Sus rasgos finos exaltados por una luz cenital y dura, casi teatral. El maldito parece ignorarme mientras paso frente a él con mirada retadora...Sí, me he pasado de copas; pero hasta el punto de la valentía insulsa, ¡no de la alucinación infundada!
Conforme doblo la esquina que resguarda, observo en la penumbra casi absoluta las estelas del humo que ha exhalado desde su Caída, seguramente...volutas que se arremolinan asemejando calaveras de huecos burlones (decir 'ojos' sería muy torpe, incluso para mi nivel de borrachera) que flanquean la calle por la que camino, cada vez acercándome más al suelo...eso deben estar esperando.
Primero un sobresalto y luego una sensación de estúpida culpabilidad, cuando me doy cuenta que lo que primero me pareció una multitud de risotadas no fue más que el romper de una ola, poco más allá de la acera opuesta. Después del sobresalto me reconforta el sonido y me acerco hasta una banca desvencijada que mira hacia el mar.

-Es como una piedra saliendo de tu riñón, ¿no es así?- La voz del Diablo surgió apenas a unos centímetros de mi en la banca.
-¿Qué cosa?
-Esa incertidumbre que te corroe las entrañas; esa falta de sustancia y exceso de vacío- dijo sin mirarme.
-¿Experiencia propia?- inquirí, mirándolo de soslayo, casi despectivamente.
-Por supuesto. No creas que estaría aquí contigo de haber sido diferente.
-Tienes razón, supongo.
Dicho lo cual se agazapó un silencio severo a nuestro alrededor, que parecía amainar el sonido del agua a pocos metros bajo nuestros pies. Casi podía escuchar el humo penetrando en sus ¿pulmones?
-Sí, puede sonarte extraño, pero entiendo el sufrimiento por el que pasas.
-Gracias por la empatía.
Torció un poco su cuello hacia mí. Pretendía que yo lo viera también, pero me sobrepuse. Desistió de su intento con media sonrisa en el rostro.
-¿Qué más puedes esperar a estas alturas, eh?- Y soltó una larga estela de humo.
-Puedo esperar a seguir esperando. He aprendido a lidiar tanto con mi propia naturaleza como con la situación exacta de cada instante. 
-Y vivir abstraído en tan profunda esfera ¿es vivir?
-¿Qué más da si no? Mírame, estoy donde muchos han deseado...bueno a excepción de...-Y con un ademán de la cabeza lo señalé, lo que lo hizo reír estrepitosamente.- Aunque no es eso en realidad lo que necesito.
-De acuerdo, de acuerdo. Veo que esto te acongoja más de lo que pensé. Venga, terminemos con esto.- Y dicho esto se puso en pie, tomó lo que quedaba de su cigarro y lo arrojó con dos dedos al océano. Dio media vuelta sobre su eje y se dispuso a volver a la esquina en que se encontraba antes, pero ahora caminaba canturreando no se qué canción. Con pesadez le seguí, casi arrastrando los pies. 
Al llegar a la esquina, y tras haber pasado el círculo de luz del poste, lo vi acuclillado junto a mi cuerpo herido en el costado izquierdo. Me agaché frente a él, sin verlo y con mi cuerpo tendido de por medio. Tomé mi sombrero y lo puse sobre mi cara apretada en un gesto de dolor congelado.
-Y ahora ¿qué sigue?
-Aprieta bien los dientes, muchacho.
Y poniendo sus manos en el pecho de mi cuerpo yaciente, sentí una sacudida de dolor líquido que recorrió cada centímetro de mi. Entonces, en medio de la convulsión no pude evitarlo y terminé mirándolo frente a frente. Sus ojos centelleaban con el ardor de infinitas almas, y su sonrisa era alegre y franca. Oí que me decía:
-Comprobarás que soy más simpático de lo que se cree, pero no te engañes. No me ames, ¿de acuerdo?

Abro los ojos. Me quito el sombrero de la cara para poder mirar el cielo nocturno. La boca me sabe a sangre. Mi cuerpo entero hierve. Y antes de poder levantarme, tomo aire suficiente para proferir un grito que por un momento supera el romper de las olas.

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A la orilla

El Diablo, en la esquina fumando un cigarro. Sus rasgos finos exaltados por una luz cenital y dura, casi teatral. El maldito parece ignorarme mientras paso frente a él con mirada retadora...Sí, me he pasado de copas; pero hasta el punto de la valentía insulsa, ¡no de la alucinación infundada!
Conforme doblo la esquina que resguarda, observo en la penumbra casi absoluta las estelas del humo que ha exhalado desde su Caída, seguramente...volutas que se arremolinan asemejando calaveras de huecos burlones (decir 'ojos' sería muy torpe, incluso para mi nivel de borrachera) que flanquean la calle por la que camino, cada vez acercándome más al suelo...eso deben estar esperando.
Primero un sobresalto y luego una sensación de estúpida culpabilidad, cuando me doy cuenta que lo que primero me pareció una multitud de risotadas no fue más que el romper de una ola, poco más allá de la acera opuesta. Después del sobresalto me reconforta el sonido y me acerco hasta una banca desvencijada que mira hacia el mar.

-Es como una piedra saliendo de tu riñón, ¿no es así?- La voz del Diablo surgió apenas a unos centímetros de mi en la banca.
-¿Qué cosa?
-Esa incertidumbre que te corroe las entrañas; esa falta de sustancia y exceso de vacío- dijo sin mirarme.
-¿Experiencia propia?- inquirí, mirándolo de soslayo, casi despectivamente.
-Por supuesto. No creas que estaría aquí contigo de haber sido diferente.
-Tienes razón, supongo.
Dicho lo cual se agazapó un silencio severo a nuestro alrededor, que parecía amainar el sonido del agua a pocos metros bajo nuestros pies. Casi podía escuchar el humo penetrando en sus ¿pulmones?
-Sí, puede sonarte extraño, pero entiendo el sufrimiento por el que pasas.
-Gracias por la empatía.
Torció un poco su cuello hacia mí. Pretendía que yo lo viera también, pero me sobrepuse. Desistió de su intento con media sonrisa en el rostro.
-¿Qué más puedes esperar a estas alturas, eh?- Y soltó una larga estela de humo.
-Puedo esperar a seguir esperando. He aprendido a lidiar tanto con mi propia naturaleza como con la situación exacta de cada instante. 
-Y vivir abstraído en tan profunda esfera ¿es vivir?
-¿Qué más da si no? Mírame, estoy donde muchos han deseado...bueno a excepción de...-Y con un ademán de la cabeza lo señalé, lo que lo hizo reír estrepitosamente.- Aunque no es eso en realidad lo que necesito.
-De acuerdo, de acuerdo. Veo que esto te acongoja más de lo que pensé. Venga, terminemos con esto.- Y dicho esto se puso en pie, tomó lo que quedaba de su cigarro y lo arrojó con dos dedos al océano. Dio media vuelta sobre su eje y se dispuso a volver a la esquina en que se encontraba antes, pero ahora caminaba canturreando no se qué canción. Con pesadez le seguí, casi arrastrando los pies. 
Al llegar a la esquina, y tras haber pasado el círculo de luz del poste, lo vi acuclillado junto a mi cuerpo herido en el costado izquierdo. Me agaché frente a él, sin verlo y con mi cuerpo tendido de por medio. Tomé mi sombrero y lo puse sobre mi cara apretada en un gesto de dolor congelado.
-Y ahora ¿qué sigue?
-Aprieta bien los dientes, muchacho.
Y poniendo sus manos en el pecho de mi cuerpo yaciente, sentí una sacudida de dolor líquido que recorrió cada centímetro de mi. Entonces, en medio de la convulsión no pude evitarlo y terminé mirándolo frente a frente. Sus ojos centelleaban con el ardor de infinitas almas, y su sonrisa era alegre y franca. Oí que me decía:
-Comprobarás que soy más simpático de lo que se cree, pero no te engañes. No me ames, ¿de acuerdo?

Abro los ojos. Me quito el sombrero de la cara para poder mirar el cielo nocturno. La boca me sabe a sangre. Mi cuerpo entero hierve. Y antes de poder levantarme, tomo aire suficiente para proferir un grito que por un momento supera el romper de las olas.

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