jueves, 22 de abril de 2010

Eufonía

Deja, me dices, deja que la cadencia vibrante, brillante, intensa penetre en tus oidos, que los inunde. ¡Grita, clama, golpea!
Así lo hago, después de todo, sucumbo a las percusiones y los acordes ebrios que tambalean en el humo del salón, que se retuercen en éxtasis sobre el suelo.
Cierro mis ojos y dejo que los sonidos del exterior me rebelen su ritmo, su escencia y hago que penetren por mis poros...pequeñas explosiones en los dedos.
Súbitamente el caos del ruido cotidiano se aparece ante mi como una visión luminosa y radiante, como un retablo armonioso de sonidos simétricos, de luces doradas que rompen dicha simetría celestial, enriqueciéndola con filos insospechados, con ángulos agudos.
Pon atención, me insistes, los motores que rugen afuera, el vidrio estallando lentamente, los truenos en el cielo, la sangre que se precipita en mis arterias...también en las tuyas, el crujir de algún corazón roto, algún dolor pasajero, alguna ansiedad encarnada...¡fúndelo todo!
Y, en medio de mi catársis, apenas si con gran trabajo logro tomar una pluma para escribir, para tratar de transcribir el concierto en mi cabeza. Lo estoy haciendo bien...escucho que tus labios se tuercen en una sonrisa y que tus pupilas se dilatan ligeramente. Sigo escribiendo y el mismo sonido de la pluma chocando contra el papel entra en la composición.
Comienzo a bambolearme en mi silla y te acercas un poco, temes que mis ataduras puedan soltarse...como la última vez. Pero no, esta ves has hecho los nudos con la maestría adquirida a través de la experiencia; escucho que el cuero se tensa pero no cede, que cruje pero no se parte y entonces viene tu respiración sarcástica y benévola a la vez.
No olvides que hacemos esto por ti, para ti...parece no haber otra forma.
Pero siempre la hay; debe de haberla...una menos dolorosa, menos violenta, menos abrumadora e inutilizante.
Escucho tu sorpresa al verme dejar de escribir frenéticamente; casi puedo oirte pensar: Terminó. He dejado de moverme y de temblar, recobro tan solo un poco mis otros sentidos, aflojo todos mis músculos doloridos. Luego te acercas, tomas el cuchillo de la mesa y cortas mis ataduras. Lo has hecho excelente, me dices.
Entonces te miro a los ojos mientras una gota de sudor corre con gran estrépito por mi nuca haciéndome apretar los dientes que igualmente rechinan como el metal de los edificios durante un temblor...No dejo de mirarte a los ojos.
Es luego que percibo la colisión del cuchillo sobre la mesa. Lo tomo sin dejar de mirarte. Parece que no te percatas hasta que llega la sensación de dolor en el pecho hasta tu cerebro, tu rostro se paraliza. Si tan solo hubieras puesto atención al grito del aire cortado por la hoja del cuchillo...se me aparece el suave rumor de la piel que se abre para dar paso al metal en el cuerpo.

Ahora yaces en el suelo, tomo la pluma y la hoja y luego me siento. Un ligero estremecimiento recorre mi espalda y es la pauta que tomo para inicar este nuevo y último trabajo...un réquiem brotando de tí al igual que la sangre que como lluvia musical choca contra el suelo, los respiros agitados y entrecortados, la armonía de tus ojos escrutando el techo, luego la pared, luego escrutándome a mí. Finalmente me detengo en los silencios tan necesarios para toda gran composición; tu corazón que poco a poco los prolonga para depués no retumbar más...ahora sí te lo digo yo mismo: He terminado.

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Eufonía

Deja, me dices, deja que la cadencia vibrante, brillante, intensa penetre en tus oidos, que los inunde. ¡Grita, clama, golpea!
Así lo hago, después de todo, sucumbo a las percusiones y los acordes ebrios que tambalean en el humo del salón, que se retuercen en éxtasis sobre el suelo.
Cierro mis ojos y dejo que los sonidos del exterior me rebelen su ritmo, su escencia y hago que penetren por mis poros...pequeñas explosiones en los dedos.
Súbitamente el caos del ruido cotidiano se aparece ante mi como una visión luminosa y radiante, como un retablo armonioso de sonidos simétricos, de luces doradas que rompen dicha simetría celestial, enriqueciéndola con filos insospechados, con ángulos agudos.
Pon atención, me insistes, los motores que rugen afuera, el vidrio estallando lentamente, los truenos en el cielo, la sangre que se precipita en mis arterias...también en las tuyas, el crujir de algún corazón roto, algún dolor pasajero, alguna ansiedad encarnada...¡fúndelo todo!
Y, en medio de mi catársis, apenas si con gran trabajo logro tomar una pluma para escribir, para tratar de transcribir el concierto en mi cabeza. Lo estoy haciendo bien...escucho que tus labios se tuercen en una sonrisa y que tus pupilas se dilatan ligeramente. Sigo escribiendo y el mismo sonido de la pluma chocando contra el papel entra en la composición.
Comienzo a bambolearme en mi silla y te acercas un poco, temes que mis ataduras puedan soltarse...como la última vez. Pero no, esta ves has hecho los nudos con la maestría adquirida a través de la experiencia; escucho que el cuero se tensa pero no cede, que cruje pero no se parte y entonces viene tu respiración sarcástica y benévola a la vez.
No olvides que hacemos esto por ti, para ti...parece no haber otra forma.
Pero siempre la hay; debe de haberla...una menos dolorosa, menos violenta, menos abrumadora e inutilizante.
Escucho tu sorpresa al verme dejar de escribir frenéticamente; casi puedo oirte pensar: Terminó. He dejado de moverme y de temblar, recobro tan solo un poco mis otros sentidos, aflojo todos mis músculos doloridos. Luego te acercas, tomas el cuchillo de la mesa y cortas mis ataduras. Lo has hecho excelente, me dices.
Entonces te miro a los ojos mientras una gota de sudor corre con gran estrépito por mi nuca haciéndome apretar los dientes que igualmente rechinan como el metal de los edificios durante un temblor...No dejo de mirarte a los ojos.
Es luego que percibo la colisión del cuchillo sobre la mesa. Lo tomo sin dejar de mirarte. Parece que no te percatas hasta que llega la sensación de dolor en el pecho hasta tu cerebro, tu rostro se paraliza. Si tan solo hubieras puesto atención al grito del aire cortado por la hoja del cuchillo...se me aparece el suave rumor de la piel que se abre para dar paso al metal en el cuerpo.

Ahora yaces en el suelo, tomo la pluma y la hoja y luego me siento. Un ligero estremecimiento recorre mi espalda y es la pauta que tomo para inicar este nuevo y último trabajo...un réquiem brotando de tí al igual que la sangre que como lluvia musical choca contra el suelo, los respiros agitados y entrecortados, la armonía de tus ojos escrutando el techo, luego la pared, luego escrutándome a mí. Finalmente me detengo en los silencios tan necesarios para toda gran composición; tu corazón que poco a poco los prolonga para depués no retumbar más...ahora sí te lo digo yo mismo: He terminado.

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lunes, 12 de abril de 2010

Don

Inicialmente no quería escribir acerca de lo acontecido hoy. No le encontraba sentido. Y sin embargo heme aquí evitando caer en el letargo ante esta página en blanco, manchada de café y de gotas de saliva que han resbalado de mi boca cuando he estado a punto de cruzar al otro lado.
Ha sido, como las veces anteriores, en un sueño mientras me estrellaba repetidamente contra una de las ventanas del camión:

El tiempo se detenía al momento en que abría mis ojos. La luz se había vuelto azul, fría. Los corazones de los tripulantes del camión retumbaban extrañamente como un concierto de percusiones...cada latido un impacto en mi cabeza. Salí dando tumbos del camión y caminé hacia donde debía estar la acera. Mas no dí con ella. Me encontré en medio de un páramo desolado y ruinoso...restos de civilización devorados por la tierra, los arbustos y enredaderas.
De las ruinas agudas de algún edificio veía el brillo vacilante como de un fuego y las sombras errantes que proyectaba hacia más allá de mi vista. Me acerqué lentamente mas no encontré otra cosa que el cuarto vacío salvo por la presencia de incontables ascuas como luciérnagas de fuego.

Desperté sobresaltado en el momento en que dejaba atrás la parada donde debía bajar. Me abrí paso a tumbos con la desesperación creciente de que mientras más tardara en bajar, más me alejaría de mi casa y más tendría que caminar bajo el sol fúrico de la tarde.
Por fin con mucho trabajo y tras demasiado contacto humano para mi gusto, pude bajar de aquella mole metálica similar a un horno rodante. Caminé pegado a los edificios en busca de la más mínima gota de sombra que escurría tan pobre y lentamente por las fachadas de las casas.
Pero pronto me vi perdido de estos intentos al quedar pasmado por la imagen frente a mí:

El edificio en que vivía con mi familia había sufrido un terrible incendio. Ahora yacía casi como un monumento de guerra...despojos y escombros de metal y piedra resquebrajada. Pude ver que parte del recibidor permanecía en pie y de él salía una tenue luz que generaba unas extrañas sombras en el único muro que parecía permanecer en pie. Entré frenéticamente sin hacer caso de los policías que pretendían impedírmelo.
Ya dentro pude estar seguro. Las sombras eran provocadas por los bomberos que se esforzaban en acabar hasta con la más pequeña cría del fuego devorador. El cuarto caliente y húmedo por la acción de las mangueras estaba inundado de pequeños puntos luminosos, de un enorme enjambre de luciérnagas de fuego que se arremolinaban en torno a mí...esperando mi reacción para regodearse de ella, para burlarse de mí.

Ya no duermo. No por el insomnio fruto del trauma sufrido aquel día. No duermo por iniciativa propia...si evito mis "sueños", si es que les puedo llamar así, evitaré el futuro. O cuando menos evitaré la tortura que es conocerlo y no poder hacer nada al respecto. Y por eso estoy a estas horas escribiendo mi recuerdo del futuro, para escapar de él, para escapar del porvenir, para engañar al Destino.

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Don

Inicialmente no quería escribir acerca de lo acontecido hoy. No le encontraba sentido. Y sin embargo heme aquí evitando caer en el letargo ante esta página en blanco, manchada de café y de gotas de saliva que han resbalado de mi boca cuando he estado a punto de cruzar al otro lado.
Ha sido, como las veces anteriores, en un sueño mientras me estrellaba repetidamente contra una de las ventanas del camión:

El tiempo se detenía al momento en que abría mis ojos. La luz se había vuelto azul, fría. Los corazones de los tripulantes del camión retumbaban extrañamente como un concierto de percusiones...cada latido un impacto en mi cabeza. Salí dando tumbos del camión y caminé hacia donde debía estar la acera. Mas no dí con ella. Me encontré en medio de un páramo desolado y ruinoso...restos de civilización devorados por la tierra, los arbustos y enredaderas.
De las ruinas agudas de algún edificio veía el brillo vacilante como de un fuego y las sombras errantes que proyectaba hacia más allá de mi vista. Me acerqué lentamente mas no encontré otra cosa que el cuarto vacío salvo por la presencia de incontables ascuas como luciérnagas de fuego.

Desperté sobresaltado en el momento en que dejaba atrás la parada donde debía bajar. Me abrí paso a tumbos con la desesperación creciente de que mientras más tardara en bajar, más me alejaría de mi casa y más tendría que caminar bajo el sol fúrico de la tarde.
Por fin con mucho trabajo y tras demasiado contacto humano para mi gusto, pude bajar de aquella mole metálica similar a un horno rodante. Caminé pegado a los edificios en busca de la más mínima gota de sombra que escurría tan pobre y lentamente por las fachadas de las casas.
Pero pronto me vi perdido de estos intentos al quedar pasmado por la imagen frente a mí:

El edificio en que vivía con mi familia había sufrido un terrible incendio. Ahora yacía casi como un monumento de guerra...despojos y escombros de metal y piedra resquebrajada. Pude ver que parte del recibidor permanecía en pie y de él salía una tenue luz que generaba unas extrañas sombras en el único muro que parecía permanecer en pie. Entré frenéticamente sin hacer caso de los policías que pretendían impedírmelo.
Ya dentro pude estar seguro. Las sombras eran provocadas por los bomberos que se esforzaban en acabar hasta con la más pequeña cría del fuego devorador. El cuarto caliente y húmedo por la acción de las mangueras estaba inundado de pequeños puntos luminosos, de un enorme enjambre de luciérnagas de fuego que se arremolinaban en torno a mí...esperando mi reacción para regodearse de ella, para burlarse de mí.

Ya no duermo. No por el insomnio fruto del trauma sufrido aquel día. No duermo por iniciativa propia...si evito mis "sueños", si es que les puedo llamar así, evitaré el futuro. O cuando menos evitaré la tortura que es conocerlo y no poder hacer nada al respecto. Y por eso estoy a estas horas escribiendo mi recuerdo del futuro, para escapar de él, para escapar del porvenir, para engañar al Destino.

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lunes, 5 de abril de 2010

Estampas Guadalajarensis

Ahora, unas cuantas imágenes de la tan llamada "Perla de Occidente". En las sucesivas entregas no sólo se mostrará lo bonito, sino también lo feo, lo raro, lo inverosímil; pero sobre todo lo real de tan singular ciudad. ¡Salud!




Vista del transporte urbano tapatío


Domicilio particular en el Barrio de Analco, Guadalajara, Jalisco.


Escuela preparatoria No. 1, calle González Ortega, Centro Histórico, Guadalajara, Jalisco


Domicilio particular, Centro Histórico, Guadalajara, Jalisco


Casa en Avenida Vallarta, Guadalajara, Jalisco
Fachada del Templo del Rosario conocido como "Templo del Padre Galván", calle Hospital, Guadalajara, Jalisco.

Templo de San Diego de Alcalá, Centro Histórico, Guadalajara, Jalisco

Templo del Carmen, Av. Juárez, Centro Histórico, Guadalajara, Jalisco

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Estampas Guadalajarensis

Ahora, unas cuantas imágenes de la tan llamada "Perla de Occidente". En las sucesivas entregas no sólo se mostrará lo bonito, sino también lo feo, lo raro, lo inverosímil; pero sobre todo lo real de tan singular ciudad. ¡Salud!




Vista del transporte urbano tapatío


Domicilio particular en el Barrio de Analco, Guadalajara, Jalisco.


Escuela preparatoria No. 1, calle González Ortega, Centro Histórico, Guadalajara, Jalisco


Domicilio particular, Centro Histórico, Guadalajara, Jalisco


Casa en Avenida Vallarta, Guadalajara, Jalisco
Fachada del Templo del Rosario conocido como "Templo del Padre Galván", calle Hospital, Guadalajara, Jalisco.

Templo de San Diego de Alcalá, Centro Histórico, Guadalajara, Jalisco

Templo del Carmen, Av. Juárez, Centro Histórico, Guadalajara, Jalisco

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