jueves, 25 de abril de 2019

Autofagocitosis (poema)



La batalla final
empieza todos los días.
El rol antagónico canta en el tejado
y el protagonista es un montón
de hojarasca amarilla.
La voz proviene
de un rostro familiar
que, sin embargo,
uno jamás ha visto

La orquesta se calla
porque la escena es terrible y hermosa:
las sangres fluyen y se mezclan,
las corrientes chocan sus cauces
sin desviarse
y las cenizas que se alzan,
disparadas desde los poros de la piel,
se enquistan en la atmósfera
e invocan rayos fulminantes.

El orbe de hueso
se estremece a cada paso
y la inmovilidad se convierte
en el arma del enemigo.
La intimidación
es una alabarda envenenada
arrancada de algún costado sagrado.

Escuchemos con terror
por un segundo
a las células destruyéndose entre sí;
el cuerpo reconociéndose como amenaza.
El cerebro apunta
a cada pequeña miga de enfermedad
y aniquila así pedacitos de sí mismo.
En la fiebre que abrasa a los intrusos,
se consume la carne que se busca salvar

Contraídas
y subyugadas
las vértebras se distancian entre sí,
magnetos de polaridad monócroma,
y el movimiento inicia:
danza sobre su eje, primero,
para lanzarse hacia el espacio azul,
después.

La cohesión desaparece.
Los brazos que mantienen unida a la materia
se arrancan unos a otros
y de la tragedia entrópica
que desmiembra los átomos celestes
surge una victoria alada,
la cruza de la Razón y la Pena,
híbrida del genocidio
y la inmolación propia,
y que viste los rostros
de aquellos dos actores
que se odian y se gritan
pero jamás pasarán de las palabras.

No se trata de destruir al cáncer.
Sino de enseñarle a destruirse a sí mismo.

La imagen del encabezado es la carta de la Muerte del tarot
hecho por el estupendo artista Micah Ulrich, y la tomé de aquí.

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Autofagocitosis (poema)



La batalla final
empieza todos los días.
El rol antagónico canta en el tejado
y el protagonista es un montón
de hojarasca amarilla.
La voz proviene
de un rostro familiar
que, sin embargo,
uno jamás ha visto

La orquesta se calla
porque la escena es terrible y hermosa:
las sangres fluyen y se mezclan,
las corrientes chocan sus cauces
sin desviarse
y las cenizas que se alzan,
disparadas desde los poros de la piel,
se enquistan en la atmósfera
e invocan rayos fulminantes.

El orbe de hueso
se estremece a cada paso
y la inmovilidad se convierte
en el arma del enemigo.
La intimidación
es una alabarda envenenada
arrancada de algún costado sagrado.

Escuchemos con terror
por un segundo
a las células destruyéndose entre sí;
el cuerpo reconociéndose como amenaza.
El cerebro apunta
a cada pequeña miga de enfermedad
y aniquila así pedacitos de sí mismo.
En la fiebre que abrasa a los intrusos,
se consume la carne que se busca salvar

Contraídas
y subyugadas
las vértebras se distancian entre sí,
magnetos de polaridad monócroma,
y el movimiento inicia:
danza sobre su eje, primero,
para lanzarse hacia el espacio azul,
después.

La cohesión desaparece.
Los brazos que mantienen unida a la materia
se arrancan unos a otros
y de la tragedia entrópica
que desmiembra los átomos celestes
surge una victoria alada,
la cruza de la Razón y la Pena,
híbrida del genocidio
y la inmolación propia,
y que viste los rostros
de aquellos dos actores
que se odian y se gritan
pero jamás pasarán de las palabras.

No se trata de destruir al cáncer.
Sino de enseñarle a destruirse a sí mismo.

La imagen del encabezado es la carta de la Muerte del tarot
hecho por el estupendo artista Micah Ulrich, y la tomé de aquí.

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martes, 2 de abril de 2019

«La fragilidad del campamento» de L. M. Oliveira (reseña) (micro ensayo)


Introducción
Entre mis propósitos lectores está diversificar las obras que consumo: variar el tipo de autores, las temáticas, leer no sólo novela y, sobre todo, familiarizarme con los escritores contemporáneos en lengua española, especialmente los mexicanos.
Esto último porque hace tiempo me di cuenta que, como la famosa línea de la famosa película, yo sólo leía gente muerta. Y eso limita en muchos sentidos, por ejemplo, no puedo verlos y oírlos en las presentaciones y ferias del libros; ni hablar de conseguir firmas.
He aumentado significativamente mi consumo de letras hispánicas y aquí una muestra. De nuevo, gracias a las compras felizmente acertadas de mi better half, pude leer «La fragilidad del campamento», obra que se ajusta a mis parámetros de variedad: es mexicana, es ensayo y habla sobre la naturaleza casi indefinible e indelimitable de la tolerancia en el mundo actual. Una lectura fascinante y de gran ingenio que mejor reseño antes de que olvide a qué sabía la carnita del libro.

Desarrollo
Oliveira hace un trabajo estupendo y en pocas páginas, además, al tratar de delimitar las afiladas aristas de la tolerancia.
Y como buen ensayista que pude comprobar que es, antes de abordarla habla sobre conceptos adyacentes que es necesario acordar entre el texto y el lector. Habla de la sociedad, ese campamento primogénito en el que decidimos vivir hace miles de años, hoy convertido en países con megalópolis conflictivas en las que los beneficios de la convivencia en grupo se han diluido y tener vecinos más parece amenaza que ventaja evolutiva.
Define, con sus buenas fuentes, conceptos como el cinismo y la democracia, cuestión fundamental esta última que yo mismo y mis cercanos amigos como el genial Caribú Trombosis (revisen su blog Taquigrafia Gráfica haciendo click en su nombre) nos hemos cuestionado, respecto a su veracidad y supuesta infalibilidad.
Las lecciones más importantes que me deja esta lectura, que debería ser obligada —sí, por tiránico y, por tanto, paradójico, que parezca—, son las siguientes: que la tolerancia, al no ser algo limitable a fronteras rígidas, es casi una palabra vacía; y también que ninguno de nosotros —lectores de esta obra o no— en realidad no sabemos lo que es la tolerancia pese a proclamar a los cuatro vientos que abogamos por ella, cada uno desde su nichito.
El pobre término se usa y se revisa, se adultera y se remixea sin saber su valor fundamental, que es dolorosamente mutable. Por eso es que propone dejar de usarla como escudo, panacea, bala mágica y rayo fulminante, y sugiere alternativas y consideraciones durante su uso en situaciones cotidianas, como el debate y la conversación diaria, temas que también aborda de manera sucinta y rica.


Conclusión
Se trata de un ensayo que más se siente como un tour histórico y filosófico fascinante —por favor, que su mente no añada al término "filosófico" el de "aburrido hasta la náusea" automáticamente—. Los términos son explicados desde sus bases y sobre ellas se configura la visión del autor que es lo más abarcadora posible pero sin caer en la dilusión. Contiene anécdotas y sucesos históricos relevantes y que, incluso fuera de contexto, conforman una lectura interesante.
Finalmente, y lo más importante, es la lección que deja en uno: la tolerancia no es lo que ninguno de nosotros decimos que es. Por tanto nadie la usa como debería. No existe un consenso universal y de ahí los problemas que vemos reflejados en la vida actual, en las calles y en las redes sociales. Tanto es así que el mismo autor recuerda al lector que éste debe preguntarse: "por qué me dice que nadie tiene la respuesta a qué es la tolerancia cuando él mismo da cátedra sobre ello". Él reconoce la paradoja y exhorta al lector a beber de las fuentes que él ha encausado y a buscar e incluir otras más para que podamos formar nuestra propia definición.
Porque en esto si es inflexible —y debo decir que concuerdo—: no puede haber ni tolerancia, ni democracia, ni libertad, ni progreso si cualquier postura que se toma se hace desde la falta de información y conocimiento. El otro ejemplo de solidez que debemos mostrar quienes aspiramos a ser tolerantes en el más amplio, benigno y universal sentido de la palabra posible, es igualmente inflexible: el tolerante —o cualquier ser verdaderamente humanono deberá jamás tolerar la intolerancia.
La única forma en que podemos consolidar estos términos etéreos es con conocimiento y solo así podremos cómo sociedad pretender usarlos adecuadamente algún día del futuro.

La portada del libro la tomé de la página de Amazon, por acá

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«La fragilidad del campamento» de L. M. Oliveira (reseña) (micro ensayo)


Introducción
Entre mis propósitos lectores está diversificar las obras que consumo: variar el tipo de autores, las temáticas, leer no sólo novela y, sobre todo, familiarizarme con los escritores contemporáneos en lengua española, especialmente los mexicanos.
Esto último porque hace tiempo me di cuenta que, como la famosa línea de la famosa película, yo sólo leía gente muerta. Y eso limita en muchos sentidos, por ejemplo, no puedo verlos y oírlos en las presentaciones y ferias del libros; ni hablar de conseguir firmas.
He aumentado significativamente mi consumo de letras hispánicas y aquí una muestra. De nuevo, gracias a las compras felizmente acertadas de mi better half, pude leer «La fragilidad del campamento», obra que se ajusta a mis parámetros de variedad: es mexicana, es ensayo y habla sobre la naturaleza casi indefinible e indelimitable de la tolerancia en el mundo actual. Una lectura fascinante y de gran ingenio que mejor reseño antes de que olvide a qué sabía la carnita del libro.

Desarrollo
Oliveira hace un trabajo estupendo y en pocas páginas, además, al tratar de delimitar las afiladas aristas de la tolerancia.
Y como buen ensayista que pude comprobar que es, antes de abordarla habla sobre conceptos adyacentes que es necesario acordar entre el texto y el lector. Habla de la sociedad, ese campamento primogénito en el que decidimos vivir hace miles de años, hoy convertido en países con megalópolis conflictivas en las que los beneficios de la convivencia en grupo se han diluido y tener vecinos más parece amenaza que ventaja evolutiva.
Define, con sus buenas fuentes, conceptos como el cinismo y la democracia, cuestión fundamental esta última que yo mismo y mis cercanos amigos como el genial Caribú Trombosis (revisen su blog Taquigrafia Gráfica haciendo click en su nombre) nos hemos cuestionado, respecto a su veracidad y supuesta infalibilidad.
Las lecciones más importantes que me deja esta lectura, que debería ser obligada —sí, por tiránico y, por tanto, paradójico, que parezca—, son las siguientes: que la tolerancia, al no ser algo limitable a fronteras rígidas, es casi una palabra vacía; y también que ninguno de nosotros —lectores de esta obra o no— en realidad no sabemos lo que es la tolerancia pese a proclamar a los cuatro vientos que abogamos por ella, cada uno desde su nichito.
El pobre término se usa y se revisa, se adultera y se remixea sin saber su valor fundamental, que es dolorosamente mutable. Por eso es que propone dejar de usarla como escudo, panacea, bala mágica y rayo fulminante, y sugiere alternativas y consideraciones durante su uso en situaciones cotidianas, como el debate y la conversación diaria, temas que también aborda de manera sucinta y rica.


Conclusión
Se trata de un ensayo que más se siente como un tour histórico y filosófico fascinante —por favor, que su mente no añada al término "filosófico" el de "aburrido hasta la náusea" automáticamente—. Los términos son explicados desde sus bases y sobre ellas se configura la visión del autor que es lo más abarcadora posible pero sin caer en la dilusión. Contiene anécdotas y sucesos históricos relevantes y que, incluso fuera de contexto, conforman una lectura interesante.
Finalmente, y lo más importante, es la lección que deja en uno: la tolerancia no es lo que ninguno de nosotros decimos que es. Por tanto nadie la usa como debería. No existe un consenso universal y de ahí los problemas que vemos reflejados en la vida actual, en las calles y en las redes sociales. Tanto es así que el mismo autor recuerda al lector que éste debe preguntarse: "por qué me dice que nadie tiene la respuesta a qué es la tolerancia cuando él mismo da cátedra sobre ello". Él reconoce la paradoja y exhorta al lector a beber de las fuentes que él ha encausado y a buscar e incluir otras más para que podamos formar nuestra propia definición.
Porque en esto si es inflexible —y debo decir que concuerdo—: no puede haber ni tolerancia, ni democracia, ni libertad, ni progreso si cualquier postura que se toma se hace desde la falta de información y conocimiento. El otro ejemplo de solidez que debemos mostrar quienes aspiramos a ser tolerantes en el más amplio, benigno y universal sentido de la palabra posible, es igualmente inflexible: el tolerante —o cualquier ser verdaderamente humanono deberá jamás tolerar la intolerancia.
La única forma en que podemos consolidar estos términos etéreos es con conocimiento y solo así podremos cómo sociedad pretender usarlos adecuadamente algún día del futuro.

La portada del libro la tomé de la página de Amazon, por acá

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