lunes, 20 de febrero de 2017

Ser un hombre (micro ensayo)

¿Qué carajos es ser un hombre?
¿Cómo se es un hombre en el siglo XXI, en el Tercer Milenio?
¿Qué se espera de uno como hombre? ¿Qué se espera que uno NO espere o no deba esperar del mundo mientras se es hombre?

Es un concepto de lo más contradictorio y que no deja de aparecérseme constantemente. Tanto a raíz de la situación mundial actual —racismo, machismo, feminismo, feminazismo, crímenes de odio, legitimación entre razas y dentro de las mismas, identidad, globalización, uf y etcétera— como de los «pequeños problemas» de la tribu nacional en que nací y me he criado.

Porque una cosa es ser hombre global en el siglo XXI y otra, a su vez similar y diametralmente opuesta, ser hombre en México en el siglo XXI.

Creo yo que en términos globales se pretende que el hombre lo sea todo sin ser nada a la vez. Vamos, sin cargarse a uno u otro lado de la balanza. O al menos esto parecen pedir/exigir las supuestas sociedades avanzadas: que seas caballeroso, pero no misógino y menos condescendiente, que seas un galán pero no un patán poligámico, que seas el soporte de tu familia pero no excluyas la posibilidad de que tu mujer —no en el sentido de pertenencia ¡No me maten, por Dios!— también lo sea, contigo o hasta en vez de ti.

En México hay menos filtros, menos colchones para las colisiones, y por eso, aunque los espectros sean similares, se tiende encabronadamente a irse a los extremos: si eres hombre tienes que ser el #machoalfalomoplateadopeloenpecho blablablá y puntos suspensivos, si no lo eres entonces puedes convertirte súbitamente en el #maricónmuerdealmohadaspocohombre al que le hace agua la canoa y otro larguísimo etcétera. Pero ¡alto!, que hasta entre homosexuales, dice la banda, hay clases. No hay peor espécimen —para el mexicano a su vez tachado de «closetero» o reprimido— que el pasivo, «al que le dan por Detroit», el dominado. Así que está el gay gay y el gay macho...Sí, los mexicanos se complican mucho la vida.
Además, a esto se suma que, culturalmente, se trata de un espejo frente a otro. La imagen y el ángulo se repiten infinitamente con mínimas variables y el abanico no acaba nunca de abrirse: si eres hombre y tienes muchas mujeres, eres el más hombre de los hombres, aunque también te haga eso un poco hombre patán al que sus amigos, que no concuerden, pueden tener en su pensamiento como el «pito chico que cree que por tener muchas compensa que se viene en 35 segundos». A la vez el que es fiel puede vivir tildado de ser el pendejo que se está perdiendo de lo mejor de la fiesta, cuando en realidad es el que, por ejemplo, puede vivir con su compañera y en una semana haber tenido más sesiones de sexo, más orgasmos regalados y recibidos, y conocer mejor las numerosas variables infinitas del experimento, el ángulo de penetración, el ritmo, lo diez mil resultados posibles y las nuevas líneas de investigación que ello conlleva en materia de sexo.

En pocas palabras: México es de por sí contradictorio, ya se sabe y aquí también se ve.

Pero más allá de nacionalismos o globalización. ¿Cómo chingados se es hombre?
¿Siendo caballero? Uf, aguas con la friendzone, porque obviamente eres un perdedor utilizado por las féminas.
¿Siendo un patán? En lo estadístico puede que esté arriba en la lista imaginaria de «Requisitos para ser hombre». ¿Y por qué? Porque por alguna razón las mujeres buscan al patán. Perdónenme, pero es un hecho, repito, de estadísticas abrumadoras. Cosa que espero que cambie si quieren redimir a su sexo —por su propio bienestar, de veras, lo espero—. Pero aún así. Un hombre debería buscar más que el mayor número de mujeres desechables —o que lo desechen como también pasa—.
¿La rudeza? Bueno, si se es Vladimir Putin y se monta un oso, sin traer camisa puesta y con una AK.47, probablemente muchos digamos «eso debe ser lo más cercano a un HOMBRE con mayúsculas. Si no, ¿qué o quién lo es?» Tristemente el meme no es la realidad pero refleja la imagen que se tiene de semejante personaje.
¿Será eso entonces? La imagen que tienen los demás de uno como hombre. Pfff, nada más efímero y cambiante. Aunque justo de ahí nos viene la creencia de que se «debe ser cierto tipo de hombre».

Para mí es tan hombre el homosexual no notorio, como la loca, como el macho, como el introvertido, como el fiel, como el galán. El problema es que siendo tan diferentes no atinaría yo a decir qué nos une, en la médula, entre todas las sociedades y sus estratos. O mejor dicho QUÉ DEBERÍA ser el factor común. Porque en la práctica, en la realidad, seguro el ser humanos y por ende ser idiotas, destructores, impulsivos, pensantes, creadores, contradictorios y todo lo demás, es obvio que entraría en la fórmula. Pero en ese rango somos humanos hombres y mujeres, de la raza que seamos.

Entonces, ¿qué hace al hombre ser hombre?

Creo que debí aclarar desde el principio que no pensaba responder a las preguntas.
Si eso estabas esperando al final del texto, lamento decepcionarte.
Tal vez no fui suficientemente hombre para advertirte.
O lo suficiente como para engañarte.

¿Lo sabes?



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Ser un hombre (micro ensayo)

¿Qué carajos es ser un hombre?
¿Cómo se es un hombre en el siglo XXI, en el Tercer Milenio?
¿Qué se espera de uno como hombre? ¿Qué se espera que uno NO espere o no deba esperar del mundo mientras se es hombre?

Es un concepto de lo más contradictorio y que no deja de aparecérseme constantemente. Tanto a raíz de la situación mundial actual —racismo, machismo, feminismo, feminazismo, crímenes de odio, legitimación entre razas y dentro de las mismas, identidad, globalización, uf y etcétera— como de los «pequeños problemas» de la tribu nacional en que nací y me he criado.

Porque una cosa es ser hombre global en el siglo XXI y otra, a su vez similar y diametralmente opuesta, ser hombre en México en el siglo XXI.

Creo yo que en términos globales se pretende que el hombre lo sea todo sin ser nada a la vez. Vamos, sin cargarse a uno u otro lado de la balanza. O al menos esto parecen pedir/exigir las supuestas sociedades avanzadas: que seas caballeroso, pero no misógino y menos condescendiente, que seas un galán pero no un patán poligámico, que seas el soporte de tu familia pero no excluyas la posibilidad de que tu mujer —no en el sentido de pertenencia ¡No me maten, por Dios!— también lo sea, contigo o hasta en vez de ti.

En México hay menos filtros, menos colchones para las colisiones, y por eso, aunque los espectros sean similares, se tiende encabronadamente a irse a los extremos: si eres hombre tienes que ser el #machoalfalomoplateadopeloenpecho blablablá y puntos suspensivos, si no lo eres entonces puedes convertirte súbitamente en el #maricónmuerdealmohadaspocohombre al que le hace agua la canoa y otro larguísimo etcétera. Pero ¡alto!, que hasta entre homosexuales, dice la banda, hay clases. No hay peor espécimen —para el mexicano a su vez tachado de «closetero» o reprimido— que el pasivo, «al que le dan por Detroit», el dominado. Así que está el gay gay y el gay macho...Sí, los mexicanos se complican mucho la vida.
Además, a esto se suma que, culturalmente, se trata de un espejo frente a otro. La imagen y el ángulo se repiten infinitamente con mínimas variables y el abanico no acaba nunca de abrirse: si eres hombre y tienes muchas mujeres, eres el más hombre de los hombres, aunque también te haga eso un poco hombre patán al que sus amigos, que no concuerden, pueden tener en su pensamiento como el «pito chico que cree que por tener muchas compensa que se viene en 35 segundos». A la vez el que es fiel puede vivir tildado de ser el pendejo que se está perdiendo de lo mejor de la fiesta, cuando en realidad es el que, por ejemplo, puede vivir con su compañera y en una semana haber tenido más sesiones de sexo, más orgasmos regalados y recibidos, y conocer mejor las numerosas variables infinitas del experimento, el ángulo de penetración, el ritmo, lo diez mil resultados posibles y las nuevas líneas de investigación que ello conlleva en materia de sexo.

En pocas palabras: México es de por sí contradictorio, ya se sabe y aquí también se ve.

Pero más allá de nacionalismos o globalización. ¿Cómo chingados se es hombre?
¿Siendo caballero? Uf, aguas con la friendzone, porque obviamente eres un perdedor utilizado por las féminas.
¿Siendo un patán? En lo estadístico puede que esté arriba en la lista imaginaria de «Requisitos para ser hombre». ¿Y por qué? Porque por alguna razón las mujeres buscan al patán. Perdónenme, pero es un hecho, repito, de estadísticas abrumadoras. Cosa que espero que cambie si quieren redimir a su sexo —por su propio bienestar, de veras, lo espero—. Pero aún así. Un hombre debería buscar más que el mayor número de mujeres desechables —o que lo desechen como también pasa—.
¿La rudeza? Bueno, si se es Vladimir Putin y se monta un oso, sin traer camisa puesta y con una AK.47, probablemente muchos digamos «eso debe ser lo más cercano a un HOMBRE con mayúsculas. Si no, ¿qué o quién lo es?» Tristemente el meme no es la realidad pero refleja la imagen que se tiene de semejante personaje.
¿Será eso entonces? La imagen que tienen los demás de uno como hombre. Pfff, nada más efímero y cambiante. Aunque justo de ahí nos viene la creencia de que se «debe ser cierto tipo de hombre».

Para mí es tan hombre el homosexual no notorio, como la loca, como el macho, como el introvertido, como el fiel, como el galán. El problema es que siendo tan diferentes no atinaría yo a decir qué nos une, en la médula, entre todas las sociedades y sus estratos. O mejor dicho QUÉ DEBERÍA ser el factor común. Porque en la práctica, en la realidad, seguro el ser humanos y por ende ser idiotas, destructores, impulsivos, pensantes, creadores, contradictorios y todo lo demás, es obvio que entraría en la fórmula. Pero en ese rango somos humanos hombres y mujeres, de la raza que seamos.

Entonces, ¿qué hace al hombre ser hombre?

Creo que debí aclarar desde el principio que no pensaba responder a las preguntas.
Si eso estabas esperando al final del texto, lamento decepcionarte.
Tal vez no fui suficientemente hombre para advertirte.
O lo suficiente como para engañarte.

¿Lo sabes?



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martes, 7 de febrero de 2017

[entre paréntesis]


¡Qué gran mentira fue! ¿No crees?
No hay como mentir a plena vista.
Con ese simple detalle ya la mayoría duda de tu mentira.
¿Está bien dudar de una falsedad?
¿Acaso eso la corrobora, al menos parcialmente?

Yo diría que mentir permite abrir puertas que estaban cerradas.
Y no es mentira.

¿Y qué del engaño? ¿de la jugarreta?
Si te escribo: [entre paréntesis],
¿me estoy burlando de ti?
No, amigo. No soy parábola con final abierto.
No soy tragedia feliz.

Las ecuaciones son danzas de variables enmascaradas.
Eso no las hacen falsas.
Eso las hace propias. Dignas de sí mismas.
Te amenazo y obligo a comparar al león y a una patata.
Si insisto lo suficiente, alguna relación hallarás:
¿me mentirías entonces, o preferirías llegar a esa iluminación forzada?

La mentira y la verdad son una misma cosa.
Una es producto del otro y viceversa.

Es como la vela que emite luz y al hacerlo se consume.
Si no se consumiera para iluminar, no serviría como vela.
Como vela, si arde, vive, pero al vivir, al ser, muere.
Muere consumida por sí misma, por la voluntad del ser.
Por tanto, la luz es la vela.
Y en esto no miento.

¿Para qué tanto trabajo en hacerte ver que mi proceder no es mezquino?
Sería más fácil convencerte de lo falaz de la moral y las normas de señoritos.
Porque prefiero darte las herramientas del arte.
La espada de dos puntas que fluye como el agua.
Para que remes con ella entre el arroyo de fruslerías,
entre los incautos devotos de la verdad.

Te doy la vela, pero ésta de barco.
Aunque,
si al usarla para navegar
te pierdes,
y perdido en todos lados,
te da luz
entonces,
esa vela también es vela.

Y mis mentiras también son verdad.
Y en esto tampoco miento.

Fotografía tomada por mi en Valladolid, Yucatán usada para ilustrar este poema 

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[entre paréntesis]


¡Qué gran mentira fue! ¿No crees?
No hay como mentir a plena vista.
Con ese simple detalle ya la mayoría duda de tu mentira.
¿Está bien dudar de una falsedad?
¿Acaso eso la corrobora, al menos parcialmente?

Yo diría que mentir permite abrir puertas que estaban cerradas.
Y no es mentira.

¿Y qué del engaño? ¿de la jugarreta?
Si te escribo: [entre paréntesis],
¿me estoy burlando de ti?
No, amigo. No soy parábola con final abierto.
No soy tragedia feliz.

Las ecuaciones son danzas de variables enmascaradas.
Eso no las hacen falsas.
Eso las hace propias. Dignas de sí mismas.
Te amenazo y obligo a comparar al león y a una patata.
Si insisto lo suficiente, alguna relación hallarás:
¿me mentirías entonces, o preferirías llegar a esa iluminación forzada?

La mentira y la verdad son una misma cosa.
Una es producto del otro y viceversa.

Es como la vela que emite luz y al hacerlo se consume.
Si no se consumiera para iluminar, no serviría como vela.
Como vela, si arde, vive, pero al vivir, al ser, muere.
Muere consumida por sí misma, por la voluntad del ser.
Por tanto, la luz es la vela.
Y en esto no miento.

¿Para qué tanto trabajo en hacerte ver que mi proceder no es mezquino?
Sería más fácil convencerte de lo falaz de la moral y las normas de señoritos.
Porque prefiero darte las herramientas del arte.
La espada de dos puntas que fluye como el agua.
Para que remes con ella entre el arroyo de fruslerías,
entre los incautos devotos de la verdad.

Te doy la vela, pero ésta de barco.
Aunque,
si al usarla para navegar
te pierdes,
y perdido en todos lados,
te da luz
entonces,
esa vela también es vela.

Y mis mentiras también son verdad.
Y en esto tampoco miento.

Fotografía tomada por mi en Valladolid, Yucatán usada para ilustrar este poema 

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