jueves, 26 de agosto de 2010

¿Algo qué decir?

Hoy abrí una lata sin etiqueta que encontré tirada entre papeles y ropas sucias a la orilla de la cocina. Difinitivamente lo mío no es la limpieza. Ni el orden. Poco menos, la higiene. Otra vez por la noche perdí el control y desperté en el suelo del espacio mencionado sintiendo la espalda molida. Como si hubiera cargado un gran peso. Pronto percibí que tenía la sensación de que no debía abandonar la "seguridad" de la cocina. Sabía que tendría que salir tarde o temprano pero igual decidí posponerlo cuánto pudiera. Ingerí como rata mal alimentada los frijoles fríos del interior de la lata. Tenía las manos manchadas de púrpura; parecía pintura. Busqué algún líquido que pasar por mi garganta que quemaba. Finalmente descubrí un poco de leche a punto de alcanzar su día de expiración. La bebí, y mientras corría aún fresca por mi garganta rasposa me di cuenta de un dolor caliente en la parte posterior del brazo derecho: tenía un arañazo, un rasguño amplio e insistente. Luego me quedé ahí, de pie en la cocina como idiota sin decidirme a salir. Después de unas rápidas negocación y amenaza caminé hacia la sala. En el piso encontré los cuerpos mutilados de 3 hombres de mediana edad, algo más corpulentos y altos que yo. Estaban esparcidos por la sala en medio de un caos de basura, pedazos de muebles y de ropa y quién sabe qué más.
Pero lo que me hizo correr despavorido fue ver pintada con morado en la pared la pregunta: ¿Algo que decir? Porque descubrí que no era pintura lo que manchaba mis manos y la pared.

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¿Algo qué decir?

Hoy abrí una lata sin etiqueta que encontré tirada entre papeles y ropas sucias a la orilla de la cocina. Difinitivamente lo mío no es la limpieza. Ni el orden. Poco menos, la higiene. Otra vez por la noche perdí el control y desperté en el suelo del espacio mencionado sintiendo la espalda molida. Como si hubiera cargado un gran peso. Pronto percibí que tenía la sensación de que no debía abandonar la "seguridad" de la cocina. Sabía que tendría que salir tarde o temprano pero igual decidí posponerlo cuánto pudiera. Ingerí como rata mal alimentada los frijoles fríos del interior de la lata. Tenía las manos manchadas de púrpura; parecía pintura. Busqué algún líquido que pasar por mi garganta que quemaba. Finalmente descubrí un poco de leche a punto de alcanzar su día de expiración. La bebí, y mientras corría aún fresca por mi garganta rasposa me di cuenta de un dolor caliente en la parte posterior del brazo derecho: tenía un arañazo, un rasguño amplio e insistente. Luego me quedé ahí, de pie en la cocina como idiota sin decidirme a salir. Después de unas rápidas negocación y amenaza caminé hacia la sala. En el piso encontré los cuerpos mutilados de 3 hombres de mediana edad, algo más corpulentos y altos que yo. Estaban esparcidos por la sala en medio de un caos de basura, pedazos de muebles y de ropa y quién sabe qué más.
Pero lo que me hizo correr despavorido fue ver pintada con morado en la pared la pregunta: ¿Algo que decir? Porque descubrí que no era pintura lo que manchaba mis manos y la pared.

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jueves, 19 de agosto de 2010

Monosílabos cantantes

Hoy
te
ir
con
tu
gris
faz.
Sí,
no
me
das
ya
tu
haz
de
luz.
Y
sin
ver
ya
tu
tez,
te
he
de
oír
de
más
allá
o
tal
vez
en
mi
sien
una
vez
más.

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Monosílabos cantantes

Hoy
te
ir
con
tu
gris
faz.
Sí,
no
me
das
ya
tu
haz
de
luz.
Y
sin
ver
ya
tu
tez,
te
he
de
oír
de
más
allá
o
tal
vez
en
mi
sien
una
vez
más.

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miércoles, 11 de agosto de 2010

En algún paraje que no he visto

La bicicleta empezó a estorbarme y la dejé a un costado.
Sólo entonces me percaté de que el camino era una franja gruesa y alta de paja.
El cuello de la camisa también comenzó a obstaculizarme la respiración.
Para ahorrar movimientos me quité la camisa por completo.
Le di un mejor uso como almohada.
Tomé un puño de paja que se alejó pronto de mi mano llevado por el viento.
No iba a permitirlo. Tomé otro puñado y me lo metí a la boca.
Mientras masticaba complacido te apareciste.
Te veías diferente. La luz de tu rostro seguramente titubeaba en su camino desde allá arriba hasta acá abajo.
-¿Cuándo piensas bajar, eh?
-No lo sé. Prefiero quedarme en donde el aire no me aplasta los pulmones. A mayor altura, menos disgustos.
Pero finalmente te sentaste apoyando la espalda contra la gruesa lámina de paja del camino.
Vimos la vida pasar...durante unos momentos, sin decir palabra y dejando que nuestro silencio hablara por nosotros. Tal silencio a veces entablaba conversación con el viento, pero éste desistía pronto pasándonos de largo.
El sol que se hundía se aferraba al cuadro cromado de la bicicleta. Pensé en preguntarte algo pero se me esfumó en el aire.
Luego tú tomaste la palabra:
-Te deja pasmado, ¿no?
-Sí. Pero me impresiona más si cierro los ojos. -Contesté suponiendo que te referías al paisaje que nos engullía como rodajas de papa.
Luego se generó otro discurso silencioso. Volteaste y enganchaste tus ojos lechosos de los míos. Y como una alimaña curiosa y maliciosa me mostraste media sonrisa con todo y dientes.
Entonces entendí los ojos se me abrieron como un tronco que cediera ante un hachazo.
-Sí. ¿Puedes decirme dónde estamos?- preguntaste.
Mire en derredor, pese a que no tenía idea y a que sabía que voltear no me daría la respuesta. Mientras paseaba la mirada por los campos planos, amarillos y verdes con árboles solitarios dispuestos aleatoriamente, te pregunté en voz muy baja:
-¿Cómo carajos llegaste?
Ya no me sorprendí al cambiar mi vista de dirección y comprobar la sospecha que se esbozaba en mi. Te habías desvanecido...otra vez.

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En algún paraje que no he visto

La bicicleta empezó a estorbarme y la dejé a un costado.
Sólo entonces me percaté de que el camino era una franja gruesa y alta de paja.
El cuello de la camisa también comenzó a obstaculizarme la respiración.
Para ahorrar movimientos me quité la camisa por completo.
Le di un mejor uso como almohada.
Tomé un puño de paja que se alejó pronto de mi mano llevado por el viento.
No iba a permitirlo. Tomé otro puñado y me lo metí a la boca.
Mientras masticaba complacido te apareciste.
Te veías diferente. La luz de tu rostro seguramente titubeaba en su camino desde allá arriba hasta acá abajo.
-¿Cuándo piensas bajar, eh?
-No lo sé. Prefiero quedarme en donde el aire no me aplasta los pulmones. A mayor altura, menos disgustos.
Pero finalmente te sentaste apoyando la espalda contra la gruesa lámina de paja del camino.
Vimos la vida pasar...durante unos momentos, sin decir palabra y dejando que nuestro silencio hablara por nosotros. Tal silencio a veces entablaba conversación con el viento, pero éste desistía pronto pasándonos de largo.
El sol que se hundía se aferraba al cuadro cromado de la bicicleta. Pensé en preguntarte algo pero se me esfumó en el aire.
Luego tú tomaste la palabra:
-Te deja pasmado, ¿no?
-Sí. Pero me impresiona más si cierro los ojos. -Contesté suponiendo que te referías al paisaje que nos engullía como rodajas de papa.
Luego se generó otro discurso silencioso. Volteaste y enganchaste tus ojos lechosos de los míos. Y como una alimaña curiosa y maliciosa me mostraste media sonrisa con todo y dientes.
Entonces entendí los ojos se me abrieron como un tronco que cediera ante un hachazo.
-Sí. ¿Puedes decirme dónde estamos?- preguntaste.
Mire en derredor, pese a que no tenía idea y a que sabía que voltear no me daría la respuesta. Mientras paseaba la mirada por los campos planos, amarillos y verdes con árboles solitarios dispuestos aleatoriamente, te pregunté en voz muy baja:
-¿Cómo carajos llegaste?
Ya no me sorprendí al cambiar mi vista de dirección y comprobar la sospecha que se esbozaba en mi. Te habías desvanecido...otra vez.

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