viernes, 30 de marzo de 2018

«Hambre» de Knut Hamsun (reseña)



Introducción


Hace unas semanas terminé la novela Hambre de Knut Hamsun. A esto se sumó que apenas hace unos días retomé, por enésima ocasión, el hábito de escribir en este blog. Esto dio como resultado el siguiente post, que a su vez retoma una costumbre que no acabó de madurar aquí: la de colocar mis reseñas de los libros que voy leyendo. Iré un poco en reversa del orden cronológico para reseñar los libros (teóricos, narrativos, poéticos, físicos, digitales) que haya leído desde aquella vez hace ya tiempo que reseñé Escritura no-creativa: la gestión del lenguaje en la era digital de Kenneth Goldsmith.

Así que, como buenos marineros ansiosos de bogar allende el horizonte, aprovechemos este puerto para reabastecernos de las historias de los grandes, para que sus vientos nos llenen las velas en nuestro propia ruta de descubrimientos.

Desarrollo: Sobre Hambre de Knut Hamsun


«La idea de Dios me preocupó nuevamente. Encontraba absolutamente injustificable de su parte que se me interpusiera cada vez que yo buscaba un empleo; y, para echarlo todo a perder, cuando pedía simplemente mi pan cotidiano» - Página 16

La de Hambre es una historia peculiar, sencilla y a la vez difícil, o mejor dicho, muy rica de interpretar. Nuestro protagonista no tiene nombre: ¿no lo recuerda? ¿tiene múltiples identidades? ¿oculta la verdadera por motivos ulteriores? Eso no importa. Para nada serviría ponerle nombre al rostro de este hombre. Lo que importa es el viaje.

En este caso no se trata de un viaje literal, geográfico, temporal o de aventuras. Es un viaje enteramente mental. No puedo quitarme la sensación de que la mente humana, bella y trágicamente retratada en Hambre, es como una montaña rusa violenta y caprichosa. El factor recurrente del hambre detona pensamientos de lo más disímiles en el protagonista de quien conocemos hasta el menor de los pensamientos: se tiene por persona decente, casi orgullosa de sus buenas maneras, de su abnegación, de sus sacrificios que pasan sin ser reconocidos. En esto último me sentí bastante identificado; la manera en que está seguro de que el mundo y la vida, o en su caso Dios mismo, le quedan en deuda por sus buenas acciones que son mínimas para otros pero un verdadero sacrificio casi suicida para él. Yo a menudo siento que el mundo y las personas me deben por las cosas que hago y que pasan desapercibidas, pero claro, olvido que nadie me ha pedido o solicitado las preocupaciones, o más, que ni siquiera les reportan beneficio real.

Pero en el caso de nuestro personaje y guía, además, su creencia en Dios, más que refutarse, parece confirmarse por las mismas y crecientes penurias por las que hace pasar al desdichado que sufre, duda, padece y ve renovadas sus fuerzas —espirituales, al menos— conforme las olas de hambre, lucidez y locura se siguen unas a otras, sólo para volver a contemplar el borde del abismo. En esto es muy efectivo Hamsun: en hacernos pasar por una amplísima gama de emociones y pensamientos humanos, normalmente callados por cada uno de nosotros y guardados en lo más recóndito de nuestros recuerdos, como monstruos que quisiéramos sellar, por falta de control.

Luego viene la duda ya más aterrizada sobre la naturaleza del personaje. En lo particular me parece que se trata de alguien caído en desgracia hace mucho tiempo y cuyo descenso social, económico y físico y lo lleva, también, a la pérdida de la lucidez. Es notable cómo el autor logra meterse en una cabeza humana que funciona de manera completamente diferente que la de la mayoría de las personas. Paralela a esta duda viene la otra clásica de que si se trata de algún episodio autobiográfico del autor. Admito que escribo esto sin haber leído la biografía de Hamsun, pero también aclaro que es intencional puesto que quiero hablar ahora sólo de la obra y las impresiones que me causó, no sobre si el día que la escribió Hamsun tenía mucha hambre y nada de dinero y se puso a redactar sus vivencias para distraerse. Toda creación y obra de arte tienen su forma o tema y su fondo. El fondo puede ser desconocido incluso para el autor, al menos en parte.

Conclusión

Para no extenderme más ni entrar en el terreno de los spoilers, me gustaría sintetizar aquí la atmósfera o la sensación que me causó el libro, más allá de las formas o recursos utilizados por el creador.

La obra en general me parece la condensación de un enorme y casi completo mosaico de las emociones por las que puede atravesar el humano promedio. Incluso algunas más allá de la experiencia habitual, como son el desamparo total, el hambre extrema, la psicosis y alucinación, entre otras no tan cotidianas. Este caleidoscopio que da cuerpo y voz al más humano de los humanos, podríamos decir, es enfrentado a la idea no sólo de la sociedad y sus reglas a veces verdaderamente inhumanas, sino también se confronta a la idea de la divinidad, a la intervención o ausencia total de las acciones de Dios sobre la vida minúscula de los hombres. Al final, de hecho, parece aceptar la ausencia de fuerzas que velen por el humano o, por lo menos, lo poco que a dichas fuerzas les importa intervenir en el destino de dichos seres. Así, luego de roces y choques y entregas a lo divino, parece tomar por primera vez una decisión enteramente propia, interesada en el buen sentido de autoconservación y ya no de mortificación de la carne o expiación de pecados imaginarios. Y con esa imagen me quedo: que a final de cuentas y pese a lo largo y tortuoso del Calvario, está en uno tirar su cruz e irse a construir su propia vida.

P. S.: Irónicamente es Viernes Santo hoy.
Imagen de portada tomada de acá para ilustrar la reseña

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«Hambre» de Knut Hamsun (reseña)



Introducción


Hace unas semanas terminé la novela Hambre de Knut Hamsun. A esto se sumó que apenas hace unos días retomé, por enésima ocasión, el hábito de escribir en este blog. Esto dio como resultado el siguiente post, que a su vez retoma una costumbre que no acabó de madurar aquí: la de colocar mis reseñas de los libros que voy leyendo. Iré un poco en reversa del orden cronológico para reseñar los libros (teóricos, narrativos, poéticos, físicos, digitales) que haya leído desde aquella vez hace ya tiempo que reseñé Escritura no-creativa: la gestión del lenguaje en la era digital de Kenneth Goldsmith.

Así que, como buenos marineros ansiosos de bogar allende el horizonte, aprovechemos este puerto para reabastecernos de las historias de los grandes, para que sus vientos nos llenen las velas en nuestro propia ruta de descubrimientos.

Desarrollo: Sobre Hambre de Knut Hamsun


«La idea de Dios me preocupó nuevamente. Encontraba absolutamente injustificable de su parte que se me interpusiera cada vez que yo buscaba un empleo; y, para echarlo todo a perder, cuando pedía simplemente mi pan cotidiano» - Página 16

La de Hambre es una historia peculiar, sencilla y a la vez difícil, o mejor dicho, muy rica de interpretar. Nuestro protagonista no tiene nombre: ¿no lo recuerda? ¿tiene múltiples identidades? ¿oculta la verdadera por motivos ulteriores? Eso no importa. Para nada serviría ponerle nombre al rostro de este hombre. Lo que importa es el viaje.

En este caso no se trata de un viaje literal, geográfico, temporal o de aventuras. Es un viaje enteramente mental. No puedo quitarme la sensación de que la mente humana, bella y trágicamente retratada en Hambre, es como una montaña rusa violenta y caprichosa. El factor recurrente del hambre detona pensamientos de lo más disímiles en el protagonista de quien conocemos hasta el menor de los pensamientos: se tiene por persona decente, casi orgullosa de sus buenas maneras, de su abnegación, de sus sacrificios que pasan sin ser reconocidos. En esto último me sentí bastante identificado; la manera en que está seguro de que el mundo y la vida, o en su caso Dios mismo, le quedan en deuda por sus buenas acciones que son mínimas para otros pero un verdadero sacrificio casi suicida para él. Yo a menudo siento que el mundo y las personas me deben por las cosas que hago y que pasan desapercibidas, pero claro, olvido que nadie me ha pedido o solicitado las preocupaciones, o más, que ni siquiera les reportan beneficio real.

Pero en el caso de nuestro personaje y guía, además, su creencia en Dios, más que refutarse, parece confirmarse por las mismas y crecientes penurias por las que hace pasar al desdichado que sufre, duda, padece y ve renovadas sus fuerzas —espirituales, al menos— conforme las olas de hambre, lucidez y locura se siguen unas a otras, sólo para volver a contemplar el borde del abismo. En esto es muy efectivo Hamsun: en hacernos pasar por una amplísima gama de emociones y pensamientos humanos, normalmente callados por cada uno de nosotros y guardados en lo más recóndito de nuestros recuerdos, como monstruos que quisiéramos sellar, por falta de control.

Luego viene la duda ya más aterrizada sobre la naturaleza del personaje. En lo particular me parece que se trata de alguien caído en desgracia hace mucho tiempo y cuyo descenso social, económico y físico y lo lleva, también, a la pérdida de la lucidez. Es notable cómo el autor logra meterse en una cabeza humana que funciona de manera completamente diferente que la de la mayoría de las personas. Paralela a esta duda viene la otra clásica de que si se trata de algún episodio autobiográfico del autor. Admito que escribo esto sin haber leído la biografía de Hamsun, pero también aclaro que es intencional puesto que quiero hablar ahora sólo de la obra y las impresiones que me causó, no sobre si el día que la escribió Hamsun tenía mucha hambre y nada de dinero y se puso a redactar sus vivencias para distraerse. Toda creación y obra de arte tienen su forma o tema y su fondo. El fondo puede ser desconocido incluso para el autor, al menos en parte.

Conclusión

Para no extenderme más ni entrar en el terreno de los spoilers, me gustaría sintetizar aquí la atmósfera o la sensación que me causó el libro, más allá de las formas o recursos utilizados por el creador.

La obra en general me parece la condensación de un enorme y casi completo mosaico de las emociones por las que puede atravesar el humano promedio. Incluso algunas más allá de la experiencia habitual, como son el desamparo total, el hambre extrema, la psicosis y alucinación, entre otras no tan cotidianas. Este caleidoscopio que da cuerpo y voz al más humano de los humanos, podríamos decir, es enfrentado a la idea no sólo de la sociedad y sus reglas a veces verdaderamente inhumanas, sino también se confronta a la idea de la divinidad, a la intervención o ausencia total de las acciones de Dios sobre la vida minúscula de los hombres. Al final, de hecho, parece aceptar la ausencia de fuerzas que velen por el humano o, por lo menos, lo poco que a dichas fuerzas les importa intervenir en el destino de dichos seres. Así, luego de roces y choques y entregas a lo divino, parece tomar por primera vez una decisión enteramente propia, interesada en el buen sentido de autoconservación y ya no de mortificación de la carne o expiación de pecados imaginarios. Y con esa imagen me quedo: que a final de cuentas y pese a lo largo y tortuoso del Calvario, está en uno tirar su cruz e irse a construir su propia vida.

P. S.: Irónicamente es Viernes Santo hoy.
Imagen de portada tomada de acá para ilustrar la reseña

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sábado, 24 de marzo de 2018

Entre la espada y la espada (poema)


Puedes hincarte
junto a tu ventana y orar.
Pueden los demás
alzar piras
alimentadas por gritos
Y puedes enviar tus barcos
al borde del mundo
con las velas llenas de fe
el casco repleto de pólvora
y toneles de alcohol.

Si quiero puedo ser la Justicia de Dios en la Tierra
El brazo que aplaste las resistencias
La caricia que abrace a aquellos que sobrevivan

Pero también puedo sentarme junto al río
y ver pasar las cosechas
Puedo ver abrirse los frutos de las mujeres
y abrir las cabezas de los invasores
Puedo sepultar a las generaciones anteriores
o revivirlas en las que broten de mi
así como puedo negarme a cantar con el cuerpo
o a danzar con mis palabras
sobre las ascuas de la fogata

Al final los resultados,
aunque opuestos,
equidistantes:

Las curvas del camino
los puertos a que arribemos
los extraños sometidos
los conocidos derribados
los frutos comidos
y los fuegos de artificio
se avivan con la misma brisa
Las pestes desatadas comen una sola carne
y las guerras convocadas enfrentan a una sola ciudad

Esto entiendo
y convivo con ello
en mi celda y en mi palacio,
desde mi trono y mi púlpito
y repito
Al final, todas las vidas se reducen a transitar
entre la espada y la espada.

Fotografía que acompaña al poema tomada por mi en Oaxaca de Juárez, Oaxaca, México

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Entre la espada y la espada (poema)


Puedes hincarte
junto a tu ventana y orar.
Pueden los demás
alzar piras
alimentadas por gritos
Y puedes enviar tus barcos
al borde del mundo
con las velas llenas de fe
el casco repleto de pólvora
y toneles de alcohol.

Si quiero puedo ser la Justicia de Dios en la Tierra
El brazo que aplaste las resistencias
La caricia que abrace a aquellos que sobrevivan

Pero también puedo sentarme junto al río
y ver pasar las cosechas
Puedo ver abrirse los frutos de las mujeres
y abrir las cabezas de los invasores
Puedo sepultar a las generaciones anteriores
o revivirlas en las que broten de mi
así como puedo negarme a cantar con el cuerpo
o a danzar con mis palabras
sobre las ascuas de la fogata

Al final los resultados,
aunque opuestos,
equidistantes:

Las curvas del camino
los puertos a que arribemos
los extraños sometidos
los conocidos derribados
los frutos comidos
y los fuegos de artificio
se avivan con la misma brisa
Las pestes desatadas comen una sola carne
y las guerras convocadas enfrentan a una sola ciudad

Esto entiendo
y convivo con ello
en mi celda y en mi palacio,
desde mi trono y mi púlpito
y repito
Al final, todas las vidas se reducen a transitar
entre la espada y la espada.

Fotografía que acompaña al poema tomada por mi en Oaxaca de Juárez, Oaxaca, México

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domingo, 11 de marzo de 2018

En defensa del absolutismo ilustrado (micro ensayo)


En este micro ensayo —que en mi estilo más bien es un título bonito para un vómito más o menos ordenado sobre un tema— pretendo contarles por qué prefiero trabajar para un tirano inteligente que para un soberano imbécil.

He pasado por numerosos trabajos y bajo el mando de numerosos jefes, superiores o responsables. He probado de todo un poco incluso desde antes de salir de la carrera. Cada nuevo desafío ha estado acompañado no sólo de nuevas casas, nuevos colegas, nuevos tipos de obras que restaurar, nuevos pueblos, estados, municipios y grupos humanos de lo más diverso. De entre toda esta maraña he podido hilvanar en mi propia cabeza que me ayudan a orientarme y entender qué y cómo soy, al menos parcialmente.

Este tejido en constante cambio me ha permitido observar algunos de los diseños que espontáneamente se han generado en su superficie. Cada uno de éstos me ha revelado cosas sobre mi que antes no conocía o que antes ignoraba o mantenía en niveles inconscientes de pensamiento.

Hace poco y debido a circunstancias especialmente irritantes —por no usar términos menos elegantes— me he dado cuenta de una nueva orientación o tipo de razonamiento al cuál jamás pensé que accedería, al menos durante los últimos cinco años. Esta verdad de la siguiente:

Prefiero trabajar y ser cuasiexplotado por alguien inteligente, sagaz, calculador —un verdadero zorro o zorra (poniendo de lado la doble percepción negativa que en español genera este término)— o, como decimos un poco inexactamente, alguien maquiavélico en sus medios enfocados en alcanzar un fin.

Así es, lectores fantasma. Prefiero trabajar para alguien, en una palabra chingón, que para un imbécil que no sepa realizar su trabajo, eche la culpa a otros por su ineptitud y que, aún así, demande trabajo extra a sus subordinados diciendo que "hay que sacar la chamba", cuando son ellos mismos la causa de que el barco empiece a hundirse.

Meses han pasado últimamente y si es que hay alguien que lee esto verá que hace mucho que no publico con la regularidad de antes. Y se debe precisamente a un entorno de trabajo no sólo tóxico, sino verdaderamente cancerígeno. Mi hígado debe estar en terribles condiciones y eso que, además, casi no he tomado alcohol en dicho periodo.

Aquellas personas que, por azares del destino terminan dirigiendo a un equipo en una situación particularmente engorrosa o incómoda —presiones sociales, políticas, económicas— son quienes más pronto tendrían que darse cuenta de que no todo puede hacerse por uno mismo. Incluso yo, misántropo de grandes ligas, lo sabe y lo entiende. En mi vida social puedo ser apático y recluido. Pero como bien decimos, "la chamba es la chamba". Y es algo que se debe hacer pese a las incomodidades personales de cada sujeto.

Cuando un imbécil toma las riendas, quienes le siguen están casi predestinados a caer en el mismo precipicio que la punta de lanza. Maraña de humanos y caballos despeñándose porque el idiota estaba seguro de que conocía el camino. Ahora cambien a los miembros de esta caravana imaginaria: de ser sus compañeros de trabajo convirtámoslos en el Presidente, los diputados, los senadores, los gobernadores, y todos los demás miembros del supuesto Estado. El resultado es el mismo pero en proporciones bíblicas. El destino entero de una nación tirado a la basura por un montón de zoquetes que, además, sólo querían llenarse las alforjas.

Por eso, gentiles lectores, yo empiezo a creer con ardor, que la democracia no esta hecha para países con alto nivel de estupidismo. Es un sueño idealista que hace creer que el poder está en todos y que eso es lo más justo. Por eso, insisto, tanto en el gobierno como en el trabajo de todos los días yo voto —nótese la ironía— por volver al absolutismo ilustrado. En cierta medida, por supuesto.

Mi creencia ideal es una meritocracia en realidad, y de ella puedo hablar en otra ocasión. Pero en el día a día prefiero ser explotado por alguien que, al menos, tiene el cerebro para entender sus límites, o los de sus subordinados, para hacerse con más gente inteligente, con hacer lo necesario por cumplir la meta que, si bien puede ser personal, si es alguien listo, sabrá hacer que parte de la gloria salpique a la empresa, a los esclavos y a las marcas. Así, al menos, tiene uno con qué enjuagarse el sinsabor de trabajar, igualmente explotado, para un idiota que nos dice que rememos hasta el cansancio, justo cuando hay buenos vientos pero prefiere tener las velas sin desplegar.

No puedo evitar pensar en los grandes monumentos que hoy nos dan orgullo, nos permiten inflar el pecho y decir: mis antepasados construyeron este majestuoso edificio/ciudad/templo/pirámide, etcétera. Mucha gente de hecho no se enorgullece y reclama que todas las grandes obras de la Humanidad son producto de la esclavitud, la explotación y la muerte. Y en parte es cierto, pero, termino preguntándoles a todos los presentes: ¿qué, de verdad, se hubiera hecho de haberle dejado la decisión al libre albedrío de los pueblos, sin una cabeza —tiránica o no— que los guiara, indicara y obligara a crear muchas de las grandes muestras de la capacidad humana?

Fotografía tomada por mi en la que se observa el interior del templo de San Jerónimo Tlacochahuaya, Oaxaca.

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En defensa del absolutismo ilustrado (micro ensayo)


En este micro ensayo —que en mi estilo más bien es un título bonito para un vómito más o menos ordenado sobre un tema— pretendo contarles por qué prefiero trabajar para un tirano inteligente que para un soberano imbécil.

He pasado por numerosos trabajos y bajo el mando de numerosos jefes, superiores o responsables. He probado de todo un poco incluso desde antes de salir de la carrera. Cada nuevo desafío ha estado acompañado no sólo de nuevas casas, nuevos colegas, nuevos tipos de obras que restaurar, nuevos pueblos, estados, municipios y grupos humanos de lo más diverso. De entre toda esta maraña he podido hilvanar en mi propia cabeza que me ayudan a orientarme y entender qué y cómo soy, al menos parcialmente.

Este tejido en constante cambio me ha permitido observar algunos de los diseños que espontáneamente se han generado en su superficie. Cada uno de éstos me ha revelado cosas sobre mi que antes no conocía o que antes ignoraba o mantenía en niveles inconscientes de pensamiento.

Hace poco y debido a circunstancias especialmente irritantes —por no usar términos menos elegantes— me he dado cuenta de una nueva orientación o tipo de razonamiento al cuál jamás pensé que accedería, al menos durante los últimos cinco años. Esta verdad de la siguiente:

Prefiero trabajar y ser cuasiexplotado por alguien inteligente, sagaz, calculador —un verdadero zorro o zorra (poniendo de lado la doble percepción negativa que en español genera este término)— o, como decimos un poco inexactamente, alguien maquiavélico en sus medios enfocados en alcanzar un fin.

Así es, lectores fantasma. Prefiero trabajar para alguien, en una palabra chingón, que para un imbécil que no sepa realizar su trabajo, eche la culpa a otros por su ineptitud y que, aún así, demande trabajo extra a sus subordinados diciendo que "hay que sacar la chamba", cuando son ellos mismos la causa de que el barco empiece a hundirse.

Meses han pasado últimamente y si es que hay alguien que lee esto verá que hace mucho que no publico con la regularidad de antes. Y se debe precisamente a un entorno de trabajo no sólo tóxico, sino verdaderamente cancerígeno. Mi hígado debe estar en terribles condiciones y eso que, además, casi no he tomado alcohol en dicho periodo.

Aquellas personas que, por azares del destino terminan dirigiendo a un equipo en una situación particularmente engorrosa o incómoda —presiones sociales, políticas, económicas— son quienes más pronto tendrían que darse cuenta de que no todo puede hacerse por uno mismo. Incluso yo, misántropo de grandes ligas, lo sabe y lo entiende. En mi vida social puedo ser apático y recluido. Pero como bien decimos, "la chamba es la chamba". Y es algo que se debe hacer pese a las incomodidades personales de cada sujeto.

Cuando un imbécil toma las riendas, quienes le siguen están casi predestinados a caer en el mismo precipicio que la punta de lanza. Maraña de humanos y caballos despeñándose porque el idiota estaba seguro de que conocía el camino. Ahora cambien a los miembros de esta caravana imaginaria: de ser sus compañeros de trabajo convirtámoslos en el Presidente, los diputados, los senadores, los gobernadores, y todos los demás miembros del supuesto Estado. El resultado es el mismo pero en proporciones bíblicas. El destino entero de una nación tirado a la basura por un montón de zoquetes que, además, sólo querían llenarse las alforjas.

Por eso, gentiles lectores, yo empiezo a creer con ardor, que la democracia no esta hecha para países con alto nivel de estupidismo. Es un sueño idealista que hace creer que el poder está en todos y que eso es lo más justo. Por eso, insisto, tanto en el gobierno como en el trabajo de todos los días yo voto —nótese la ironía— por volver al absolutismo ilustrado. En cierta medida, por supuesto.

Mi creencia ideal es una meritocracia en realidad, y de ella puedo hablar en otra ocasión. Pero en el día a día prefiero ser explotado por alguien que, al menos, tiene el cerebro para entender sus límites, o los de sus subordinados, para hacerse con más gente inteligente, con hacer lo necesario por cumplir la meta que, si bien puede ser personal, si es alguien listo, sabrá hacer que parte de la gloria salpique a la empresa, a los esclavos y a las marcas. Así, al menos, tiene uno con qué enjuagarse el sinsabor de trabajar, igualmente explotado, para un idiota que nos dice que rememos hasta el cansancio, justo cuando hay buenos vientos pero prefiere tener las velas sin desplegar.

No puedo evitar pensar en los grandes monumentos que hoy nos dan orgullo, nos permiten inflar el pecho y decir: mis antepasados construyeron este majestuoso edificio/ciudad/templo/pirámide, etcétera. Mucha gente de hecho no se enorgullece y reclama que todas las grandes obras de la Humanidad son producto de la esclavitud, la explotación y la muerte. Y en parte es cierto, pero, termino preguntándoles a todos los presentes: ¿qué, de verdad, se hubiera hecho de haberle dejado la decisión al libre albedrío de los pueblos, sin una cabeza —tiránica o no— que los guiara, indicara y obligara a crear muchas de las grandes muestras de la capacidad humana?

Fotografía tomada por mi en la que se observa el interior del templo de San Jerónimo Tlacochahuaya, Oaxaca.

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martes, 6 de marzo de 2018

Las hojas casi nunca caen en otoño (poema)



Vivo dentro de la sombra
de un árbol
Vivo en las entrañas
de la sombra de un árbol
Las ramas caídas
bajo
el peso
del
follaje
me encierran dentro como colmillos de una celda
Sin muros que oradar
y sin cortezas que mascar,
paso los días vitoreando al pasto que crece
Envidio a las ardillas ladronas
y a los carroñeros nocturnos
No sólo por la capacidad de andar en sus asuntos
que tienen y no aprecian
Sino por la capacidad que,
les he visto,
de traspasar la cerca de agujas
que me aisla
del resto
de mi persona
Porque la corteza del cerebro es insípida
y los muros que se levanta
separan al árbol del bosque entero

La imagen titular del poema es una ilustración tomada de acá.

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Las hojas casi nunca caen en otoño (poema)



Vivo dentro de la sombra
de un árbol
Vivo en las entrañas
de la sombra de un árbol
Las ramas caídas
bajo
el peso
del
follaje
me encierran dentro como colmillos de una celda
Sin muros que oradar
y sin cortezas que mascar,
paso los días vitoreando al pasto que crece
Envidio a las ardillas ladronas
y a los carroñeros nocturnos
No sólo por la capacidad de andar en sus asuntos
que tienen y no aprecian
Sino por la capacidad que,
les he visto,
de traspasar la cerca de agujas
que me aisla
del resto
de mi persona
Porque la corteza del cerebro es insípida
y los muros que se levanta
separan al árbol del bosque entero

La imagen titular del poema es una ilustración tomada de acá.

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