martes, 29 de enero de 2019

«El héroe de las mil caras» de Joseph Campbell (reseña) (micro ensayo)



Introducción
No pretendo, ni por un momento, intentar explicar o ahondar en lo que se ha dicho ya sobre la obra del maestrazo Joseph Campbell. Por eso, como en mis otras reseñas pero con mayor énfasis, sólo hablaré de aquellas emociones y pensamientos que la lectura de este libro me generó y, sobre todo, aquellas ideas presentes en él que, curiosamente, yo tenía desde la adolescencia y que pude ver reflejadas ahí.
Si bien es cierto que recientemente se han señalado los problemas, limitaciones o inexactitudes del trabajo de Campbell —sobre todo las hoy cuestionadísimas fibras de psicoanálisis freudiano con las que se forma mucho del núcleo de su obra—, también es cierto que no deja de apuntar en una dirección tremendamente interesante y que, yo en lo personal, creo que sigue siendo una veta de conocimiento que no hemos hecho aflorar del todo.
Ni qué decir tengo sobre la importancia de la obra de este señor ya no sólo en áreas de historia, antropología y hasta psicología, sino como proveedor de formas que hoy son el pan diario de aquellos interesados en el arte antiguo de la narrativa.

Desarrollo
Debe ser desde la secundaria —si digo que desde que tengo recuerdo sería presuntuoso y falso— que comencé a generar en mi cabeza el montón de preguntas y argumentos que me llevarían mucho después a verdaderamente dejar de lado la práctica del catolicismo —otro día puedo escribir sobre qué y cómo es mi pensamiento religioso—.
Mi cerebro, curiosamente —ahí sí desde que tengo recuerdos— ha tendido a pensar de manera muy científica. Que hoy en día me dedique al arte y la historia y no a las ciencias duras es un fenómeno que todavía no termino de explicarme.
Estas dos formas de pensar, la cientificoide, más bien innata, y el creciente escepticismo religioso dieron como resultado muchas cosas, yo soy una de ellas. Y otra de ellas es que comencé a preguntarme por otras religiones, y sobre todo por las antiguas: ¿cómo podían decirnos que el catolicismo era la verdadera y única cuando tiene menos de dos mil años mientras que si tomamos a cualquier dios egipcio, éste pudo haber recibido alabanzas, oraciones devoción y sacrificio hasta por tres mil años? Ni hablar de las manifestaciones que hoy englobamos como shamánicas, muchas de las cuales siguen vivas hoy y fueron o tienen aún conexión con las primeras en surgir entre los incipientes humanos. Simplemente, Buda pasó por este mundo unos 500 a 600 años antes que Jesús de Nazareth.
Siempre sospeché que, por tanto, en el fondo, todas las religiones eran lo mismo pero habían surgido de hombres diferentes en diferentes tiempos y distintas partes del mundo, lo que les daba su multitud de apariencias.
Las respuestas a mis dudas religiosas no llegarían entonces...ni nunca, de hecho. Pero lo que sí encontré en el libro de Campbell —que leí apenas en 2018— fue una pintura general, un mosaico armado con las mitologías de numerosos pueblos del mundo y, principalmente, los puntos de coincidencia que todos los relatos demuestran entre sí.
Si hay cosas que me emocionan en la vida es encontrar que uno no estaba tan perdido como creía. Mi sospecha puberta de hilos conductores que podían encontrarse en una búsqueda general y sobre todo histórica se me rebeló como un instinto acertado en la obra de Campbell. El libro de que hablo aquí se centra, como sabrán muchos, en el famosísimo «viaje del héroe», propuesta de Campbell nada descabellada si bien reduccionista —por necesidad obvia— de las fases de la narrativa heroica de buena parte de las culturas del mundo.
Aunque debo admitir que el famoso diagrama del viaje, creo yo que queda en un segundo plano. A mi me capturó más el rico y colorido mosaico de deidades, panteones, hazañas heroicas, derrotas ancestrales y fines del mundo que presenta ante el lector. Es como un viaje relámpago por zonas desconocidas de los mitos del mundo y el reflejo que forma de los pueblos que les dieron voz y estructura.
Esta versión del diagrama del Viaje del Héroe la tomé de acá

Este libro hizo despertar nuevamente en mi el interés por estos temas. Interés que siempre estuvo ahí pero latente, se había disipado su hambre de saber más y comparar. Me comprobó que incluso las intuiciones de un adolescente pueden estar en el camino correcto y, sobre todo, hace entender que  hay cosas que nos conectan a todos los seres humanos y que, curiosamente, se manifiestan rodeadas de aquellas pequeñas decoraciones que nos hacen creer que somos tan disímiles e irreconciliables a veces. Nada más lejos de la verdad.

Conclusión
Si bien me queda claro que no es cierto que todos los mitos sean iguales, que todas las religiones se copiaron el discurso, sí me quedo con la noción de las tremendas similitudes cuando las hay y el impacto y delicia de las pequeñas diferencias y giros que cada cultura le da a su versión del universo, la vida y el papel del ser humano en el mundo.
Otra cosa que me queda clara y con la cual concuerdo con Campbell, es que la sociedad de hoy en día se enfrenta a problemas que antes no tenía o no presentaban el reto abrumador que son hoy: desconexión entre los grupos humanos, depresión, ansiedad, histeria colectiva, falta de vida en comunidad, la proliferación del individualismo y su versión económica, el capitalismo rampante.
Esto debido a la pérdida de los relatos formativos, morales y cosmogónicos que no sólo nos daban un lugar preciso en el mundo —a diferencia de hoy en día que muchos no sabemos quiénes somos, qué queremos y hacia dónde deberíamos ir—, nos daba una función, nos enseñaba a tratar a los demás conforme a la norma —sólo habría que hacer algo para no transmitir las nociones exacerbadamente machistas de la mayoría de los mitos— y, sobre todo, le daba un fin común al tejido humano, que se unía por metas compartidas y se protegía al interior y hacia el exterior.
Hoy en día el término lectura obligada está satanizado, abusado, y distorsionado. Yo no puedo obligar a nadie a hacer ni a leer nada. Pero sí puedo decir lo siguiente: Si yo fuera cualquiera de ustedes, me obligaría a leer este libro.
La imagen de encabezado la tomé de aquí

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«El héroe de las mil caras» de Joseph Campbell (reseña) (micro ensayo)



Introducción
No pretendo, ni por un momento, intentar explicar o ahondar en lo que se ha dicho ya sobre la obra del maestrazo Joseph Campbell. Por eso, como en mis otras reseñas pero con mayor énfasis, sólo hablaré de aquellas emociones y pensamientos que la lectura de este libro me generó y, sobre todo, aquellas ideas presentes en él que, curiosamente, yo tenía desde la adolescencia y que pude ver reflejadas ahí.
Si bien es cierto que recientemente se han señalado los problemas, limitaciones o inexactitudes del trabajo de Campbell —sobre todo las hoy cuestionadísimas fibras de psicoanálisis freudiano con las que se forma mucho del núcleo de su obra—, también es cierto que no deja de apuntar en una dirección tremendamente interesante y que, yo en lo personal, creo que sigue siendo una veta de conocimiento que no hemos hecho aflorar del todo.
Ni qué decir tengo sobre la importancia de la obra de este señor ya no sólo en áreas de historia, antropología y hasta psicología, sino como proveedor de formas que hoy son el pan diario de aquellos interesados en el arte antiguo de la narrativa.

Desarrollo
Debe ser desde la secundaria —si digo que desde que tengo recuerdo sería presuntuoso y falso— que comencé a generar en mi cabeza el montón de preguntas y argumentos que me llevarían mucho después a verdaderamente dejar de lado la práctica del catolicismo —otro día puedo escribir sobre qué y cómo es mi pensamiento religioso—.
Mi cerebro, curiosamente —ahí sí desde que tengo recuerdos— ha tendido a pensar de manera muy científica. Que hoy en día me dedique al arte y la historia y no a las ciencias duras es un fenómeno que todavía no termino de explicarme.
Estas dos formas de pensar, la cientificoide, más bien innata, y el creciente escepticismo religioso dieron como resultado muchas cosas, yo soy una de ellas. Y otra de ellas es que comencé a preguntarme por otras religiones, y sobre todo por las antiguas: ¿cómo podían decirnos que el catolicismo era la verdadera y única cuando tiene menos de dos mil años mientras que si tomamos a cualquier dios egipcio, éste pudo haber recibido alabanzas, oraciones devoción y sacrificio hasta por tres mil años? Ni hablar de las manifestaciones que hoy englobamos como shamánicas, muchas de las cuales siguen vivas hoy y fueron o tienen aún conexión con las primeras en surgir entre los incipientes humanos. Simplemente, Buda pasó por este mundo unos 500 a 600 años antes que Jesús de Nazareth.
Siempre sospeché que, por tanto, en el fondo, todas las religiones eran lo mismo pero habían surgido de hombres diferentes en diferentes tiempos y distintas partes del mundo, lo que les daba su multitud de apariencias.
Las respuestas a mis dudas religiosas no llegarían entonces...ni nunca, de hecho. Pero lo que sí encontré en el libro de Campbell —que leí apenas en 2018— fue una pintura general, un mosaico armado con las mitologías de numerosos pueblos del mundo y, principalmente, los puntos de coincidencia que todos los relatos demuestran entre sí.
Si hay cosas que me emocionan en la vida es encontrar que uno no estaba tan perdido como creía. Mi sospecha puberta de hilos conductores que podían encontrarse en una búsqueda general y sobre todo histórica se me rebeló como un instinto acertado en la obra de Campbell. El libro de que hablo aquí se centra, como sabrán muchos, en el famosísimo «viaje del héroe», propuesta de Campbell nada descabellada si bien reduccionista —por necesidad obvia— de las fases de la narrativa heroica de buena parte de las culturas del mundo.
Aunque debo admitir que el famoso diagrama del viaje, creo yo que queda en un segundo plano. A mi me capturó más el rico y colorido mosaico de deidades, panteones, hazañas heroicas, derrotas ancestrales y fines del mundo que presenta ante el lector. Es como un viaje relámpago por zonas desconocidas de los mitos del mundo y el reflejo que forma de los pueblos que les dieron voz y estructura.
Esta versión del diagrama del Viaje del Héroe la tomé de acá

Este libro hizo despertar nuevamente en mi el interés por estos temas. Interés que siempre estuvo ahí pero latente, se había disipado su hambre de saber más y comparar. Me comprobó que incluso las intuiciones de un adolescente pueden estar en el camino correcto y, sobre todo, hace entender que  hay cosas que nos conectan a todos los seres humanos y que, curiosamente, se manifiestan rodeadas de aquellas pequeñas decoraciones que nos hacen creer que somos tan disímiles e irreconciliables a veces. Nada más lejos de la verdad.

Conclusión
Si bien me queda claro que no es cierto que todos los mitos sean iguales, que todas las religiones se copiaron el discurso, sí me quedo con la noción de las tremendas similitudes cuando las hay y el impacto y delicia de las pequeñas diferencias y giros que cada cultura le da a su versión del universo, la vida y el papel del ser humano en el mundo.
Otra cosa que me queda clara y con la cual concuerdo con Campbell, es que la sociedad de hoy en día se enfrenta a problemas que antes no tenía o no presentaban el reto abrumador que son hoy: desconexión entre los grupos humanos, depresión, ansiedad, histeria colectiva, falta de vida en comunidad, la proliferación del individualismo y su versión económica, el capitalismo rampante.
Esto debido a la pérdida de los relatos formativos, morales y cosmogónicos que no sólo nos daban un lugar preciso en el mundo —a diferencia de hoy en día que muchos no sabemos quiénes somos, qué queremos y hacia dónde deberíamos ir—, nos daba una función, nos enseñaba a tratar a los demás conforme a la norma —sólo habría que hacer algo para no transmitir las nociones exacerbadamente machistas de la mayoría de los mitos— y, sobre todo, le daba un fin común al tejido humano, que se unía por metas compartidas y se protegía al interior y hacia el exterior.
Hoy en día el término lectura obligada está satanizado, abusado, y distorsionado. Yo no puedo obligar a nadie a hacer ni a leer nada. Pero sí puedo decir lo siguiente: Si yo fuera cualquiera de ustedes, me obligaría a leer este libro.
La imagen de encabezado la tomé de aquí

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lunes, 21 de enero de 2019

Exorcismo (poema)


Fuera
Te ordeno
No trates de negociar conmigo
Aleja este peso de mi espalda
Regrésame la capacidad de llenar mis pulmones con aire
Saca tus garras de hueso de mi carne
Ahora mismo
Te lo comando
Te lo comando en nombre de los yo que están por venir
Por los que estás matando con cada minuto que me haces seguir aquí
Muerto
Podrido
Agusanado
Te destierro a gritos y en silencio de mis células
No importa a quién quieras infectar
Pero despréndete de mi
Te permito llevar un trozo mio
Si con eso me deshago de tu carga
Si con eso sacas de mis manos tus clavos
Y quitas de mi cuerpo esta cruz
Habrás de secar tus raíces
Que ya tienes esparcidas suplantando mis nervios
No sorprende que me haya quedado inmóvil, pétreo
Te expulso de este reino que era mio y que ahora se contrae y arde
Te maldigo por las horas que desangraste frente a mi
Mientras te burlabas por la cínica ofrenda
Por qué a mi ya no me sirven los restos de esos muertos
La parálisis quédatela y trágatela
Y cuando salgas de mi garganta
Te prohíbo hacerme saber tu nombre
La maldición de saber quién eras no me ha ayudado a devolverte al abismo
Por el contrario, al conocerte, te he dado la entrada y la silla que ahora ocupas
Convertida en trono maldito en el fondo de mis ganas
Despréndete como el humo que sale de la leña
Y aunque entre gritos de odio llegue a pedirte que te quedes
Te condeno a morir de nuevo si decides regresar
La imagen la tomé de por aquí

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Exorcismo (poema)


Fuera
Te ordeno
No trates de negociar conmigo
Aleja este peso de mi espalda
Regrésame la capacidad de llenar mis pulmones con aire
Saca tus garras de hueso de mi carne
Ahora mismo
Te lo comando
Te lo comando en nombre de los yo que están por venir
Por los que estás matando con cada minuto que me haces seguir aquí
Muerto
Podrido
Agusanado
Te destierro a gritos y en silencio de mis células
No importa a quién quieras infectar
Pero despréndete de mi
Te permito llevar un trozo mio
Si con eso me deshago de tu carga
Si con eso sacas de mis manos tus clavos
Y quitas de mi cuerpo esta cruz
Habrás de secar tus raíces
Que ya tienes esparcidas suplantando mis nervios
No sorprende que me haya quedado inmóvil, pétreo
Te expulso de este reino que era mio y que ahora se contrae y arde
Te maldigo por las horas que desangraste frente a mi
Mientras te burlabas por la cínica ofrenda
Por qué a mi ya no me sirven los restos de esos muertos
La parálisis quédatela y trágatela
Y cuando salgas de mi garganta
Te prohíbo hacerme saber tu nombre
La maldición de saber quién eras no me ha ayudado a devolverte al abismo
Por el contrario, al conocerte, te he dado la entrada y la silla que ahora ocupas
Convertida en trono maldito en el fondo de mis ganas
Despréndete como el humo que sale de la leña
Y aunque entre gritos de odio llegue a pedirte que te quedes
Te condeno a morir de nuevo si decides regresar
La imagen la tomé de por aquí

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miércoles, 16 de enero de 2019

«Reconstrucción» de Antonio Orejudo (Reseña) (micro ensayo)



Introducción

Aunque hay muchos —de verdad que muchos— libros entre esta reseña y la anterior, me dejaré guiar por la memoria y no por el orden cronológico para reportar, como intenté hacer en 2018, mis piensos derivados de los libros que voy leyendo. Así, además, me obligo un poco a ejercitar mi memoria que siento que es excelente para las nimiedades e información basura, y pésima para las cosas más vitales.

El último libro que leí en 2018 fue «Reconstrucción» de Antonio Orejudo; aunque debo admitir que las cinco páginas que me faltaban las terminé en las primeras horas del 2019. Pero, vamos, que tampoco me iba a perder la comilona y la convivencia familiar por tan poco: ¡por fin, un poco de orden en las prioridades!

Esta reseña será sencilla pues quiero hablar de las impresiones generales que me ha dado el libro. Ya saben que en estos pequeños ensayos no desmenuzo nada de la trama o demás información importante. Hablo de los sabores que me quedan en la mente luego de haber ingerido una pieza literaria.

Desarrollo

La novela mas bien corta de Orejudo nos habla de una época particularmente extraña, inusual y coyuntural —me disgusta esa palabra, me hace pensar en menudencias y pellejos animales— que fue la Reforma y el subsecuente cisma de la comunidad cristiana en Europa. Siempre me ha parecido que el siglo XVI fue para el mundo de las culturas humanas una sacudida, una actualización repentina y masiva, un «quemar todo lo viejo para dar paso a lo nuevo» casi literal y demasiado universal. La gente cuyas vidas transcurrieron poco antes y durante buena parte de ese siglo deben haber sentido que nacieron en un planeta y exhalaban su último aliento en otro a años luz de distancia.

Lo mejor, creo yo, de esta novela está en su estilo. Y eso, que quede claro, no demerita ni un poco el contenido y la trama. Por el contrario, la prosa de Orejudo les dota de un sabor que los hace muy deliciosos. Este estilo es muy ligero, ágil, rápido en el que se incorporan de la manera más eficiente y natural observaciones que van de lo sarcástico a un humor negro y de gustos ácidos de gran calidad. Al tratarse de ficción histórica esto no sólo se siente refrescante sino que, viendo el panorama literario, se agradece, pues no sólo facilita al lector un periodo histórico denso, grandilocuente, escolástico y de retórica enrevesada que, tristemente, muchos autores presentan con los mismos adjetivotes que acabo de utilizar. Como apasionado de la historia, su actualización y facilitación respetuosa, agradezco haberme topado con esta joyita.

La historia no se queda atrás: seguimos a varios personajes a través de un sinfín de andanzas y saltos entre los cada vez más numerosos y radicales movimientos surgidos en Europa después de las tesis de Lutero y el cisma consecuente. En un extremo tenemos inquisidores ultraconservadores, contrarreformistas, en el otro anabaptistas, luteranos, calvinistas y, en el medio, una riquísima variedad de gente que atraviesa semejante jungla de sectas y ramificaciones cristianas entregándose completamente a la que mejor les parece para sustentar sus vicios, placeres, gustos o negocios. Todos estos sectores se encuentran, se enfrentan, se atacan, se menosprecian mutuamente en un show que va de lo cómico a lo sangriento.

La incidencia de personajes reales y la forma orgánica tan bien lograda en que se entremezclan realidad —histórica, que es, si acaso, un pedacito de la realidad—  con ficción permite que uno se deslice con la misma facilidad entre el asombro total y la curiosidad de cualquier historiador entregado.

Todo lo anterior, que suena a muchísimo para tan pocas páginas, es aderezado, insisto, con una prosa rápida, clara y sobretodo inteligente, crítica pero también con movimientos propios de la etapa de las lenguas humanas en aquel siglo tan caótico. Lo que hace que uno, constantemente, se termine riendo de situaciones que bien podrían constituir las 300 páginas de una tesis de doctorado en historia europea del siglo XVI.

Conclusión

En menos palabras que las anteriores, esta novela —primer y grato encuentro con Orejudo que tengo— me recordó lo mucho que se puede disfrutar de una novela histórica cuando se dejan las ataduras de las mentes académicas y se adoptan las libertades y virtudes de un medio como la novela. La creatividad aquí encontrada es de una modernidad que invita a su degustación sin olvidar que nos debe acercar y hacer sentir en el revoltoso periodo en que vivió aquella parte del mundo hace más de 400 años.

Justo pasé casi todo 2018 preguntándome si tenemos muestras así de ingeniosas de ficción histórica de México. Sé que las hay, y sé que las debe haber. Aún no me he adentrado lo suficiente en el asunto. Pero mi preocupación es, en realidad, tomar la riqueza de esta nación —cultural, histórica, lingüística, hasta gastronómica— y demostrar que lo que hacen muchos grandes con la riqueza de otros países, la hecha con material de casa sería igual o más sorprendente, colorida e intrigante. Debo mencionar que hay, por lo menos un libro que recuerde ahorita, y que luego reseñaré, donde se aprovecha un poco la veta histórica de la rica mina cultural que es México.

Sin más, recomiendo con ímpetu la lectura de esta obra. Y, para tranquilizar a quien esté interesado, en algunas ventas o sitios con libros de segundo uso o similares, se puede conseguir esta pequeña maravilla. A mi, se los digo no con pena sino como presunción, me costó $50 en una Feria del Libro. Así que, a buscarlo.

La foto es mía y, pues, de mí, haciendo un poco de #bookface

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«Reconstrucción» de Antonio Orejudo (Reseña) (micro ensayo)



Introducción

Aunque hay muchos —de verdad que muchos— libros entre esta reseña y la anterior, me dejaré guiar por la memoria y no por el orden cronológico para reportar, como intenté hacer en 2018, mis piensos derivados de los libros que voy leyendo. Así, además, me obligo un poco a ejercitar mi memoria que siento que es excelente para las nimiedades e información basura, y pésima para las cosas más vitales.

El último libro que leí en 2018 fue «Reconstrucción» de Antonio Orejudo; aunque debo admitir que las cinco páginas que me faltaban las terminé en las primeras horas del 2019. Pero, vamos, que tampoco me iba a perder la comilona y la convivencia familiar por tan poco: ¡por fin, un poco de orden en las prioridades!

Esta reseña será sencilla pues quiero hablar de las impresiones generales que me ha dado el libro. Ya saben que en estos pequeños ensayos no desmenuzo nada de la trama o demás información importante. Hablo de los sabores que me quedan en la mente luego de haber ingerido una pieza literaria.

Desarrollo

La novela mas bien corta de Orejudo nos habla de una época particularmente extraña, inusual y coyuntural —me disgusta esa palabra, me hace pensar en menudencias y pellejos animales— que fue la Reforma y el subsecuente cisma de la comunidad cristiana en Europa. Siempre me ha parecido que el siglo XVI fue para el mundo de las culturas humanas una sacudida, una actualización repentina y masiva, un «quemar todo lo viejo para dar paso a lo nuevo» casi literal y demasiado universal. La gente cuyas vidas transcurrieron poco antes y durante buena parte de ese siglo deben haber sentido que nacieron en un planeta y exhalaban su último aliento en otro a años luz de distancia.

Lo mejor, creo yo, de esta novela está en su estilo. Y eso, que quede claro, no demerita ni un poco el contenido y la trama. Por el contrario, la prosa de Orejudo les dota de un sabor que los hace muy deliciosos. Este estilo es muy ligero, ágil, rápido en el que se incorporan de la manera más eficiente y natural observaciones que van de lo sarcástico a un humor negro y de gustos ácidos de gran calidad. Al tratarse de ficción histórica esto no sólo se siente refrescante sino que, viendo el panorama literario, se agradece, pues no sólo facilita al lector un periodo histórico denso, grandilocuente, escolástico y de retórica enrevesada que, tristemente, muchos autores presentan con los mismos adjetivotes que acabo de utilizar. Como apasionado de la historia, su actualización y facilitación respetuosa, agradezco haberme topado con esta joyita.

La historia no se queda atrás: seguimos a varios personajes a través de un sinfín de andanzas y saltos entre los cada vez más numerosos y radicales movimientos surgidos en Europa después de las tesis de Lutero y el cisma consecuente. En un extremo tenemos inquisidores ultraconservadores, contrarreformistas, en el otro anabaptistas, luteranos, calvinistas y, en el medio, una riquísima variedad de gente que atraviesa semejante jungla de sectas y ramificaciones cristianas entregándose completamente a la que mejor les parece para sustentar sus vicios, placeres, gustos o negocios. Todos estos sectores se encuentran, se enfrentan, se atacan, se menosprecian mutuamente en un show que va de lo cómico a lo sangriento.

La incidencia de personajes reales y la forma orgánica tan bien lograda en que se entremezclan realidad —histórica, que es, si acaso, un pedacito de la realidad—  con ficción permite que uno se deslice con la misma facilidad entre el asombro total y la curiosidad de cualquier historiador entregado.

Todo lo anterior, que suena a muchísimo para tan pocas páginas, es aderezado, insisto, con una prosa rápida, clara y sobretodo inteligente, crítica pero también con movimientos propios de la etapa de las lenguas humanas en aquel siglo tan caótico. Lo que hace que uno, constantemente, se termine riendo de situaciones que bien podrían constituir las 300 páginas de una tesis de doctorado en historia europea del siglo XVI.

Conclusión

En menos palabras que las anteriores, esta novela —primer y grato encuentro con Orejudo que tengo— me recordó lo mucho que se puede disfrutar de una novela histórica cuando se dejan las ataduras de las mentes académicas y se adoptan las libertades y virtudes de un medio como la novela. La creatividad aquí encontrada es de una modernidad que invita a su degustación sin olvidar que nos debe acercar y hacer sentir en el revoltoso periodo en que vivió aquella parte del mundo hace más de 400 años.

Justo pasé casi todo 2018 preguntándome si tenemos muestras así de ingeniosas de ficción histórica de México. Sé que las hay, y sé que las debe haber. Aún no me he adentrado lo suficiente en el asunto. Pero mi preocupación es, en realidad, tomar la riqueza de esta nación —cultural, histórica, lingüística, hasta gastronómica— y demostrar que lo que hacen muchos grandes con la riqueza de otros países, la hecha con material de casa sería igual o más sorprendente, colorida e intrigante. Debo mencionar que hay, por lo menos un libro que recuerde ahorita, y que luego reseñaré, donde se aprovecha un poco la veta histórica de la rica mina cultural que es México.

Sin más, recomiendo con ímpetu la lectura de esta obra. Y, para tranquilizar a quien esté interesado, en algunas ventas o sitios con libros de segundo uso o similares, se puede conseguir esta pequeña maravilla. A mi, se los digo no con pena sino como presunción, me costó $50 en una Feria del Libro. Así que, a buscarlo.

La foto es mía y, pues, de mí, haciendo un poco de #bookface

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jueves, 10 de enero de 2019

Sextando (pensamiento)


A menudo quiero creer —y creo que muchos hay como yo, sino es que todos— que en algún punto el conocimiento, la experiencia, el karma, el plan cósmico o cualquier dispositivo mágico que controle los destinos que el lector quiera escoger, habrán de darme una herramienta, poder, habilidad o noción de cómo funcionan las cosas y que terminará por resolver todas las dudas que la vida presenta conforme ésta se bifurca. Una vez obtenido este remedio infalible los momentos de tribulación que antes podrían paralizarme se verán resueltos con la misma facilidad con que hoy uno se quita los pantalones.

Pero sabemos, o por lo menos es lo más probable, que no exista semejante panacea. No existe el arma o conjuro adecuados que, una vez obtenidos nos garantizarán la victoria. Vamos, ni siquiera existe algo que asegure la certeza de que podremos ir por la vida sin tropezar, espinarnos y padecer hambre e insolación. Yo por lo menos pediría algo así: un invento que me tranquilizara con la promesa de reducir los dolores y angustias que uno soporta infligidas por otros pero más a menudo por uno mismo.

Por eso hoy propongo que quienes vivimos esperando, abierta, inconsciente o secretamente, el talismán que lo resolverá todo —unos le llaman religión, otros ciencia, otros autoayuda, psicología, magia y algunos remedio, milagro o hechizo—, nos enfoquemos no en encontrar sino en construir una herramienta cuyo propósito único sea el ayudarnos a saber en qué aguas estamos navegando, cuáles son los mares aledaños, y sobre todo, a corregir el curso al que apunta nuestra pequeña nave.

En lugar de procurarnos un amuleto que calme las tormentas al ejecutar determinada danza acompasada con ciertos golpes de tambor, con aquello que tenemos a la mano y lo poco que sabemos, construyamos cada quien un sextante personal. La metáfora me ha parecido perfecta porque no se trata de una brújula fija que sólo diga "hacia allá está el Norte, igual que ayer, igual que antier"; y muchos menos es un GPS que te diga con voz robótica y acento extranjero "en 500 metros dobla a la derecha porque a la izquierda sólo van los ineptos, holgazanes, o los soñadores y los fracasados".

El sextante ha de ser adaptado a numerosas reglas, pero sobre todo, a la situación actual y particular del individuo que lo tiene asido con fervor entre las manos. Lo toma uno y ya desde allí el proceso es personal. La altura del sujeto afecta la lectura, la decisión de qué objeto celeste será nuestro guía es otra. Si bien en la vida real los astros confiables son pocos, siguiendo esta gran analogía náutica, uno es capaz de decidir cuál es su punto de referencia. A partir de ahí, depende de la habilidad de manipulación que uno hace del instrumento y de su conocimiento de las fórmulas y cálculos que se han de hacer.

Yo, particularmente, siempre he creído que la acumulación constante y permanente de conocimiento sería la clave que me mantendría a flote, que me dará la solución al problema, cuando sea que sienta que he perdido el rumbo. Y en parte no creo estar equivocado. Pero la mera absorción de datos o vidas enteras a través de libros, por ejemplo, no es suficiente para que uno recalibre los pasos que va dando. Esto queda sujeto a final de cuentas a los deseos de uno. Y estos no serán los mismos en cada etapa de la vida.

El problema es no saber y no poder decidir hacia dónde se quiere dirigir uno.

Como llevo varios párrafos diciendo, ninguna herramienta, ni un sextante magistralmente empleado, puede decir a dónde se quiere ir si uno mismo no se sienta a decidirlo. Los métodos para llegar a la decisión de dónde tocar puerto son infinitos e individuales. A final de cuentas es uno el que le tiene que decir al sextante a dónde quiere que lo lleve.

Imagen tomada de un pin que encontré acá

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Sextando (pensamiento)


A menudo quiero creer —y creo que muchos hay como yo, sino es que todos— que en algún punto el conocimiento, la experiencia, el karma, el plan cósmico o cualquier dispositivo mágico que controle los destinos que el lector quiera escoger, habrán de darme una herramienta, poder, habilidad o noción de cómo funcionan las cosas y que terminará por resolver todas las dudas que la vida presenta conforme ésta se bifurca. Una vez obtenido este remedio infalible los momentos de tribulación que antes podrían paralizarme se verán resueltos con la misma facilidad con que hoy uno se quita los pantalones.

Pero sabemos, o por lo menos es lo más probable, que no exista semejante panacea. No existe el arma o conjuro adecuados que, una vez obtenidos nos garantizarán la victoria. Vamos, ni siquiera existe algo que asegure la certeza de que podremos ir por la vida sin tropezar, espinarnos y padecer hambre e insolación. Yo por lo menos pediría algo así: un invento que me tranquilizara con la promesa de reducir los dolores y angustias que uno soporta infligidas por otros pero más a menudo por uno mismo.

Por eso hoy propongo que quienes vivimos esperando, abierta, inconsciente o secretamente, el talismán que lo resolverá todo —unos le llaman religión, otros ciencia, otros autoayuda, psicología, magia y algunos remedio, milagro o hechizo—, nos enfoquemos no en encontrar sino en construir una herramienta cuyo propósito único sea el ayudarnos a saber en qué aguas estamos navegando, cuáles son los mares aledaños, y sobre todo, a corregir el curso al que apunta nuestra pequeña nave.

En lugar de procurarnos un amuleto que calme las tormentas al ejecutar determinada danza acompasada con ciertos golpes de tambor, con aquello que tenemos a la mano y lo poco que sabemos, construyamos cada quien un sextante personal. La metáfora me ha parecido perfecta porque no se trata de una brújula fija que sólo diga "hacia allá está el Norte, igual que ayer, igual que antier"; y muchos menos es un GPS que te diga con voz robótica y acento extranjero "en 500 metros dobla a la derecha porque a la izquierda sólo van los ineptos, holgazanes, o los soñadores y los fracasados".

El sextante ha de ser adaptado a numerosas reglas, pero sobre todo, a la situación actual y particular del individuo que lo tiene asido con fervor entre las manos. Lo toma uno y ya desde allí el proceso es personal. La altura del sujeto afecta la lectura, la decisión de qué objeto celeste será nuestro guía es otra. Si bien en la vida real los astros confiables son pocos, siguiendo esta gran analogía náutica, uno es capaz de decidir cuál es su punto de referencia. A partir de ahí, depende de la habilidad de manipulación que uno hace del instrumento y de su conocimiento de las fórmulas y cálculos que se han de hacer.

Yo, particularmente, siempre he creído que la acumulación constante y permanente de conocimiento sería la clave que me mantendría a flote, que me dará la solución al problema, cuando sea que sienta que he perdido el rumbo. Y en parte no creo estar equivocado. Pero la mera absorción de datos o vidas enteras a través de libros, por ejemplo, no es suficiente para que uno recalibre los pasos que va dando. Esto queda sujeto a final de cuentas a los deseos de uno. Y estos no serán los mismos en cada etapa de la vida.

El problema es no saber y no poder decidir hacia dónde se quiere dirigir uno.

Como llevo varios párrafos diciendo, ninguna herramienta, ni un sextante magistralmente empleado, puede decir a dónde se quiere ir si uno mismo no se sienta a decidirlo. Los métodos para llegar a la decisión de dónde tocar puerto son infinitos e individuales. A final de cuentas es uno el que le tiene que decir al sextante a dónde quiere que lo lleve.

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