viernes, 29 de enero de 2010

Cada gota de sudor y sangre...

Cada nota que se arrastra por el aire trémulo del salón deja en su camino una estela de fantasmas incorpóreos como figuras que nacen del cigarro tirado en el suelo y a medio consumir. El baile se ha detenido pero la música prosigue terca y torpe; los antifaces cubren a los asistentes que retoman el baile con convulsiones y estertores. Los hombres se tiran entre arcadas y las mujeres arremeten contra los muros adornados ricamente con oro pálido y frágil. Todos continúan su danza cubiertos con todo el sudor que su cuerpo atina a producir. Y cuando la sal y el agua se han agotado, comienzan a exudar sangre por cada poro. Sangre viscosa como resina del árbol herido; sangre ardiente como plancha de hierro al sol infernal.

Y mientras tanto, al fondo del salón, tras una máscara burlona y terrorífica, te apareces, observando, degustando, dirigiendo la coreografía de los locos en el suelo. Y de entre la gabardina pesada que cubre tu cuerpo, sale tu mano amarilla y con la herida en el centro que semeja una boca ávida, dispuesta a saciarse con cada gota de sudor y sangre...

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Cada gota de sudor y sangre...

Cada nota que se arrastra por el aire trémulo del salón deja en su camino una estela de fantasmas incorpóreos como figuras que nacen del cigarro tirado en el suelo y a medio consumir. El baile se ha detenido pero la música prosigue terca y torpe; los antifaces cubren a los asistentes que retoman el baile con convulsiones y estertores. Los hombres se tiran entre arcadas y las mujeres arremeten contra los muros adornados ricamente con oro pálido y frágil. Todos continúan su danza cubiertos con todo el sudor que su cuerpo atina a producir. Y cuando la sal y el agua se han agotado, comienzan a exudar sangre por cada poro. Sangre viscosa como resina del árbol herido; sangre ardiente como plancha de hierro al sol infernal.

Y mientras tanto, al fondo del salón, tras una máscara burlona y terrorífica, te apareces, observando, degustando, dirigiendo la coreografía de los locos en el suelo. Y de entre la gabardina pesada que cubre tu cuerpo, sale tu mano amarilla y con la herida en el centro que semeja una boca ávida, dispuesta a saciarse con cada gota de sudor y sangre...

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jueves, 28 de enero de 2010

Séptima estrella...

Siete años atrás
Cuaderno de notas (en el refugio en las montañas)

El viaje que prosiguió a tal episodio no lo recuerdo ya que caí en un confuso sueño donde me sentía observado por los innumerables ojos que eran las estrellas del cielo nocturno en medio de un paraje sin horizontes y, aparentemente, sin tiempo.
Al despertar una sensación abrumadora de asco se apoderó de mi, a tal grado que no repare en mi alrededor hasta que hube abierto los ojos unos minutos después.
Me encontraba en una casa vieja y derruida. Parecía que los estragos del abandono habían comenzado a hacer presa de sus paredes y pisos de madera, otrora lustrosos. El bosque que se podía observar a través de las ventanas sin vidrios era de árboles muy altos que dejaban pasar sólo algunos rayos pálidos y grises del sol del amanecer.
Tardé en darme cuenta que hacía un frío terrible.
Espadas se encontraba sentado en uno de los raídos muebles de la sala que se abría frente a mí donde también parecían esperar los dos hombres que acompañaban a la mujer. Pero a ella no la veía por ningún lado.
Uno de los hombres, el más corpulento y de corte de cabello militar, masculló algo para sí cuando me acerqué a donde se encontraban.
-¿Cuánto tiempo estaremos seguros aquí?- prorrumpió Espadas súbitamente.
-Ni idea. No más de una semana- le contestó el otro, más delgado, de cabello castaño obscuro y rasgos afilados como de mantis.
-¿Qué haremos hasta entonces?- preguntó el primero con voz tan grave que creí sentir como la casa entera vibraba -No dejarán de buscarnos. En cuanto crucemos los límites del bosque...-no terminó la oración. En todo caso se limitó a mirar por uno de los huecos de la ventana.
-¿Y qué te hace pensar que aquí estamos completamente a salvo?- atacó Espadas con su tono fuerte y agresivo que ya comenzaba a hacérseme habitual.
-¡Nada! ¡Ese es el problema! Podríamos sentarnos aquí para que en cualquier momento nos cayeran en hordas por sorpresa.
-Tú- súbitamente todos volteamos hacia la puerta que comunicaba la sala con el bosque que parecía interminable- Ven acá- me indicó la mujer con un ademán severo.
La seguí mecánicamente hacia el bosque donde pude comprobar que el aire que llenaba la casa no era para nada el mismo que se podía respirar en el exterior. Llené mis pulmones con aire frío y cargado de un olor similar al del pino. Esto me reanimó un poco y calmó del todo las vueltas que seguía dando mi estómago cada tanto.
La seguí hacia un par de troncos cortados a espaldas de la casa. No pude concentrarme en otro aspecto de ella mas que en su cabello rojo. Simplemente rojo. Increíblemente rojo. Rojo.
Tomó asiento en uno de los troncos y me indicó que la imitara.
El viento soplaba parsimoniosamente y arrancaba de las ramas y las hojas de los árboles una sinfonía gastada y melancólica de crujidos, silbidos y aullidos. Era como si el aire circundante estuviera plagado de criaturas invisibles. Por alguna razón esto ya no me sonó tan descabellado como lo hubiera hecho hace unos días.
-Ni siquiera a estas alturas te daré demasiados detalles. Eso te lo tendrás que ganar- No dejaba de mirar en derredor con sus ojos súbitamente azules. -Por lo pronto debes saber que con nosotros estás más seguro que en casi cualquier otro lugar. Pero igualmente esa protección y seguridad te los tienes que ganar.
-¿Y cómo se supone que me los gane?
-Todos tenemos alguna habilidad, algo en lo que somos los únicos o los mejores. Ya encontraremos para qué eres útil. Espadas está convencido que eres una pieza clave en este juego- Y dicho esto soltó una risotada que hizo volar a algunos pájaros que estaban apostados en las ramas de los árboles cercanos. Después, sin más, se puso en pie. Me dio la espalda un momento mirándome de soslayo para finalmente entrar en la casa dejándome detrás con una única imagen en la mente: su cabello rojo.

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Séptima estrella...

Siete años atrás
Cuaderno de notas (en el refugio en las montañas)

El viaje que prosiguió a tal episodio no lo recuerdo ya que caí en un confuso sueño donde me sentía observado por los innumerables ojos que eran las estrellas del cielo nocturno en medio de un paraje sin horizontes y, aparentemente, sin tiempo.
Al despertar una sensación abrumadora de asco se apoderó de mi, a tal grado que no repare en mi alrededor hasta que hube abierto los ojos unos minutos después.
Me encontraba en una casa vieja y derruida. Parecía que los estragos del abandono habían comenzado a hacer presa de sus paredes y pisos de madera, otrora lustrosos. El bosque que se podía observar a través de las ventanas sin vidrios era de árboles muy altos que dejaban pasar sólo algunos rayos pálidos y grises del sol del amanecer.
Tardé en darme cuenta que hacía un frío terrible.
Espadas se encontraba sentado en uno de los raídos muebles de la sala que se abría frente a mí donde también parecían esperar los dos hombres que acompañaban a la mujer. Pero a ella no la veía por ningún lado.
Uno de los hombres, el más corpulento y de corte de cabello militar, masculló algo para sí cuando me acerqué a donde se encontraban.
-¿Cuánto tiempo estaremos seguros aquí?- prorrumpió Espadas súbitamente.
-Ni idea. No más de una semana- le contestó el otro, más delgado, de cabello castaño obscuro y rasgos afilados como de mantis.
-¿Qué haremos hasta entonces?- preguntó el primero con voz tan grave que creí sentir como la casa entera vibraba -No dejarán de buscarnos. En cuanto crucemos los límites del bosque...-no terminó la oración. En todo caso se limitó a mirar por uno de los huecos de la ventana.
-¿Y qué te hace pensar que aquí estamos completamente a salvo?- atacó Espadas con su tono fuerte y agresivo que ya comenzaba a hacérseme habitual.
-¡Nada! ¡Ese es el problema! Podríamos sentarnos aquí para que en cualquier momento nos cayeran en hordas por sorpresa.
-Tú- súbitamente todos volteamos hacia la puerta que comunicaba la sala con el bosque que parecía interminable- Ven acá- me indicó la mujer con un ademán severo.
La seguí mecánicamente hacia el bosque donde pude comprobar que el aire que llenaba la casa no era para nada el mismo que se podía respirar en el exterior. Llené mis pulmones con aire frío y cargado de un olor similar al del pino. Esto me reanimó un poco y calmó del todo las vueltas que seguía dando mi estómago cada tanto.
La seguí hacia un par de troncos cortados a espaldas de la casa. No pude concentrarme en otro aspecto de ella mas que en su cabello rojo. Simplemente rojo. Increíblemente rojo. Rojo.
Tomó asiento en uno de los troncos y me indicó que la imitara.
El viento soplaba parsimoniosamente y arrancaba de las ramas y las hojas de los árboles una sinfonía gastada y melancólica de crujidos, silbidos y aullidos. Era como si el aire circundante estuviera plagado de criaturas invisibles. Por alguna razón esto ya no me sonó tan descabellado como lo hubiera hecho hace unos días.
-Ni siquiera a estas alturas te daré demasiados detalles. Eso te lo tendrás que ganar- No dejaba de mirar en derredor con sus ojos súbitamente azules. -Por lo pronto debes saber que con nosotros estás más seguro que en casi cualquier otro lugar. Pero igualmente esa protección y seguridad te los tienes que ganar.
-¿Y cómo se supone que me los gane?
-Todos tenemos alguna habilidad, algo en lo que somos los únicos o los mejores. Ya encontraremos para qué eres útil. Espadas está convencido que eres una pieza clave en este juego- Y dicho esto soltó una risotada que hizo volar a algunos pájaros que estaban apostados en las ramas de los árboles cercanos. Después, sin más, se puso en pie. Me dio la espalda un momento mirándome de soslayo para finalmente entrar en la casa dejándome detrás con una única imagen en la mente: su cabello rojo.

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lunes, 25 de enero de 2010

Resurgimiento

Con el recuerdo de los sonidos del holocausto reverberando al fondo de nuestras mentes,
salimos a través de la roca férrea que nos subyuga.
Abandonados en un páramo frío e inerte nos tendemos para involucionar
a una forma rastrera e inmortal;
para seguir, únicamente, nuestro instinto más primitivo.
Vestimos la piel de los caídos en las masas aplastadas
por los dedos fúricos de un dios vengativo
y hacemos con sus rostros una nueva faz de nuestro ser,
una nueva identidad que darle a los restos que hoy cubren el panorama.
Los rayos aleatorios y distantes fulminan a algún incauto remanente entre escombros y cenizas humanas que se arremolinan con el viento rugiente.
Y es mi cuerpo el que de pronto comienza a calcinarse, se craquela y cae a mis pies como escamas de una serpiente color carne; lo que hay bajo ella, en mí, resplandece.
El futuro me visitó poco antes del final en la figura de un ángel.
Poderoso, implacable, sempiterno.

Y ahora, al comienzo de todo, ha vuelto a mí
y me ha revelado el esbozo de mi silueta nueva en esta playa sulfurosa.
Y este ángel llameante y hermoso me ha dicho: "Tú, maldito, terminador de la humanidad, eres ahora, la Desesperación Encarnada"

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Resurgimiento

Con el recuerdo de los sonidos del holocausto reverberando al fondo de nuestras mentes,
salimos a través de la roca férrea que nos subyuga.
Abandonados en un páramo frío e inerte nos tendemos para involucionar
a una forma rastrera e inmortal;
para seguir, únicamente, nuestro instinto más primitivo.
Vestimos la piel de los caídos en las masas aplastadas
por los dedos fúricos de un dios vengativo
y hacemos con sus rostros una nueva faz de nuestro ser,
una nueva identidad que darle a los restos que hoy cubren el panorama.
Los rayos aleatorios y distantes fulminan a algún incauto remanente entre escombros y cenizas humanas que se arremolinan con el viento rugiente.
Y es mi cuerpo el que de pronto comienza a calcinarse, se craquela y cae a mis pies como escamas de una serpiente color carne; lo que hay bajo ella, en mí, resplandece.
El futuro me visitó poco antes del final en la figura de un ángel.
Poderoso, implacable, sempiterno.

Y ahora, al comienzo de todo, ha vuelto a mí
y me ha revelado el esbozo de mi silueta nueva en esta playa sulfurosa.
Y este ángel llameante y hermoso me ha dicho: "Tú, maldito, terminador de la humanidad, eres ahora, la Desesperación Encarnada"

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domingo, 10 de enero de 2010

Corto...de un día de mucho ocio


Así es, colegas. Hoy me ¿enorgullezco? en presentarles un corto de animación
stop-motion realizado un día en que el ocio parecía salir hasta de la pared.
Obra magistral del tedio realizada junto con mi hermano menor.

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Corto...de un día de mucho ocio


Así es, colegas. Hoy me ¿enorgullezco? en presentarles un corto de animación
stop-motion realizado un día en que el ocio parecía salir hasta de la pared.
Obra magistral del tedio realizada junto con mi hermano menor.

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miércoles, 6 de enero de 2010

Finalética

Ando corto de ideas...la boca me gruñe seca por forzarla a balbucear...mis dedos fríos no atinan a escribir los pensamientos que circundan bajo mi cráneo altamente presurizado.
Los pasos en el corredor, los ladridos furiosos que se convierten en chillidos despavoridos y el cántico melodioso de los demonios afuera entre los árboles arman el concierto ideal de mi deceso.
Por alguna buena razón me sonrío.
Los pasos quebradizos se agudizan como letanía que alcanzara el culmen.
La puerta resuena bajo un golpe de huesos.
Me levanto, me pongo la gabardina y me calzo los zapatos.
Abro la puerta y le dejo entrar.
Toma asiento junto a mi escritorio, sobre mi cama y con un ademán me indica que termine lo que hacía.
Sin más tomo asiento y hundo de nuevo la pluma en el tintero.
Siento su mirada en mi cuello. Esa mirada carente de ojos que quema desde las cuencas vacías.
Le veo sonreír. Su "piel" cruje con el gesto recreando los mil surcos profundos que forman su rostro.
Ahora me levanto y le invito a seguirme.
Y sin mover los labios del gesto de sonrisa infame me hace saber que soy yo quien le debe seguir.

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Finalética

Ando corto de ideas...la boca me gruñe seca por forzarla a balbucear...mis dedos fríos no atinan a escribir los pensamientos que circundan bajo mi cráneo altamente presurizado.
Los pasos en el corredor, los ladridos furiosos que se convierten en chillidos despavoridos y el cántico melodioso de los demonios afuera entre los árboles arman el concierto ideal de mi deceso.
Por alguna buena razón me sonrío.
Los pasos quebradizos se agudizan como letanía que alcanzara el culmen.
La puerta resuena bajo un golpe de huesos.
Me levanto, me pongo la gabardina y me calzo los zapatos.
Abro la puerta y le dejo entrar.
Toma asiento junto a mi escritorio, sobre mi cama y con un ademán me indica que termine lo que hacía.
Sin más tomo asiento y hundo de nuevo la pluma en el tintero.
Siento su mirada en mi cuello. Esa mirada carente de ojos que quema desde las cuencas vacías.
Le veo sonreír. Su "piel" cruje con el gesto recreando los mil surcos profundos que forman su rostro.
Ahora me levanto y le invito a seguirme.
Y sin mover los labios del gesto de sonrisa infame me hace saber que soy yo quien le debe seguir.

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