lunes, 19 de enero de 2015

The crops (cuento)

Imagen de "Over the Garden Wall" de Cartoon Network
Danzaban. Los niños calabaza saltaban de puntitas entre los cultivos dorados, chispeantes.
Sus dientes dibujados con cuchillo se torcían en sonrisas pulposas y en cantos de muerte y campos sin fin.
La familia miraba desde el porche. Sentados en mecedoras crocantes. Sentados en semicírculo. Contemplando la danza entre niños y cultivos. Debajo yacía el resto de la familia y siendo la época propicia esperaban acercarse lo suficiente para que ellos, en sus celdas eternas bajo tierra los escucharan y se unieran a la fiesta.
Otoño.
Esa época del año en que los muertos vienen a vivir un rato y los vivos abrazan la muerte y bailan chocando sus mocasines pero sólo como promesa de danzas por venir.
Las hojas se arremolinaban y bailaban también como los arcos de mil violinistas en una orquesta de fantasmas.
Curiosamente la noche no parecía querer descender al mundo. Se demoraba tal vez por miedo, tal vez por precaución. Pero inevitablemente llegaron los últimos rayos del sol y los parientes, incluso los más lejanos se abrieron paso entre el sedimento y los granos para unirse a la fiesta que en realidad apenas comenzaba. 
Los gritos llenaban aquel campo que palpitaba al ritmo del choque de los huesos, del crepitar de las flamas, al ritmo de amores muertos que revivían para reconocer sus descarnados muslos, sus falanges desnudas. Más que sentir lástima por lo que faltaba sentían que ahora eran capaces de entregarse mutuamente por completo, sin ataduras cárnicas o limitaciones físicas que impidieran a sus almas entre mezclarse y salpicar de entre los costillares, asomarse juntos entre unas quijadas, abrazarse a un esternón, jugar con las falanges restantes en cada mano. Y es que muchos de ellos descubrían que en la muerte, luego de la vida, el amor que se profesaban dos almas alcanzaba a perdurar pese a la tierra, pese a los gusanos, pese a los días y pese a las tantas noches sin sustancia.

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The crops (cuento)

Imagen de "Over the Garden Wall" de Cartoon Network
Danzaban. Los niños calabaza saltaban de puntitas entre los cultivos dorados, chispeantes.
Sus dientes dibujados con cuchillo se torcían en sonrisas pulposas y en cantos de muerte y campos sin fin.
La familia miraba desde el porche. Sentados en mecedoras crocantes. Sentados en semicírculo. Contemplando la danza entre niños y cultivos. Debajo yacía el resto de la familia y siendo la época propicia esperaban acercarse lo suficiente para que ellos, en sus celdas eternas bajo tierra los escucharan y se unieran a la fiesta.
Otoño.
Esa época del año en que los muertos vienen a vivir un rato y los vivos abrazan la muerte y bailan chocando sus mocasines pero sólo como promesa de danzas por venir.
Las hojas se arremolinaban y bailaban también como los arcos de mil violinistas en una orquesta de fantasmas.
Curiosamente la noche no parecía querer descender al mundo. Se demoraba tal vez por miedo, tal vez por precaución. Pero inevitablemente llegaron los últimos rayos del sol y los parientes, incluso los más lejanos se abrieron paso entre el sedimento y los granos para unirse a la fiesta que en realidad apenas comenzaba. 
Los gritos llenaban aquel campo que palpitaba al ritmo del choque de los huesos, del crepitar de las flamas, al ritmo de amores muertos que revivían para reconocer sus descarnados muslos, sus falanges desnudas. Más que sentir lástima por lo que faltaba sentían que ahora eran capaces de entregarse mutuamente por completo, sin ataduras cárnicas o limitaciones físicas que impidieran a sus almas entre mezclarse y salpicar de entre los costillares, asomarse juntos entre unas quijadas, abrazarse a un esternón, jugar con las falanges restantes en cada mano. Y es que muchos de ellos descubrían que en la muerte, luego de la vida, el amor que se profesaban dos almas alcanzaba a perdurar pese a la tierra, pese a los gusanos, pese a los días y pese a las tantas noches sin sustancia.

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miércoles, 30 de abril de 2014

Fictatus (cuento)

El doom jazz le iba espesando la mirada, le iba apesadumbrando la torrente sanguíneo. ¿Y cómo no dejarse caer en el cliché? Si la noche estaba fresca, ventosa, como de pretormenta. Precisamente llevado de la mano por la idea del lo trillado sacó de su reserva secreta un cigarro, y aplicó una generosa dosis de whiskey en su café hirviente aún.
Sí, la noche era apropiada para un buen asesinato. Una noche típica londinense en pleno occidente mexicano esperando a su propio Sherlock para salir en busca de los negros arroyos de la mente humana.
En la esquina brillaba el neón que decía "El club del gore". Con el sol el letrero era invisible, pero a estas horas era la única guía en la noche ciega. Adentro se respira el humo, el alcohol, el sexo, o los sexos expuestos de bailarinas de labios rojos.
Sonambuleando se sienta junto a la chica sin maquillar, la del cabello apenas si recogido, la de los ojos frescos. Y en eso entra el saxofón gritando junto a sus oídos que se dejen de juegos y nimiedades. Le canta casi con coraje que la noche apenas si comienza y el estar ahí mirándose por horas no va a retrasar el destino de ninguno....tampoco a hacerlo más brillante ni más oscuro. Ya convencidos del todo dejan las luces casi muertas y se alejan tocándose apenas las puntas de los dedos. Las uñas pulcras de la mujer le dan un escalofrío.
Tras el escenario el ruido de los músicos previene que cualquier otra cosa sobresalga y sea percibida por el auditorio. Especialmente cuando el baterista decide despertar de pronto y redoblar anunciando calamidades y orgías.
Ella lo toma con las uñas y lo atrae hasta su trampa donde lo aprisiona con los dientes. El se deja llevar y castigar por la repentina penitencia que le limpia el alma con la sangre que de pronto brota de su labio inferior. Fúrico, la aparta de golpe y ella cae al suelo.
-Vamos, que ambos sabemos que esta noche no es más que la atmósfera predecible de una trama simplona- dice ella con ojos retadores, limpios, conscientes.
El titubea. Nunca antes había titubeado en el momento previo. Pero hoy es distinto.
-Hoy debe de ser diferente- dice él mirándola hacia abajo. Sigue en el piso. Saca su mano del saco, vacía y da media vuelta.
-Tienes razón. Hoy es una noche totalmente distinta.- susurra muy despacio ella mientras le dispara a la nuca.

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Fictatus (cuento)

El doom jazz le iba espesando la mirada, le iba apesadumbrando la torrente sanguíneo. ¿Y cómo no dejarse caer en el cliché? Si la noche estaba fresca, ventosa, como de pretormenta. Precisamente llevado de la mano por la idea del lo trillado sacó de su reserva secreta un cigarro, y aplicó una generosa dosis de whiskey en su café hirviente aún.
Sí, la noche era apropiada para un buen asesinato. Una noche típica londinense en pleno occidente mexicano esperando a su propio Sherlock para salir en busca de los negros arroyos de la mente humana.
En la esquina brillaba el neón que decía "El club del gore". Con el sol el letrero era invisible, pero a estas horas era la única guía en la noche ciega. Adentro se respira el humo, el alcohol, el sexo, o los sexos expuestos de bailarinas de labios rojos.
Sonambuleando se sienta junto a la chica sin maquillar, la del cabello apenas si recogido, la de los ojos frescos. Y en eso entra el saxofón gritando junto a sus oídos que se dejen de juegos y nimiedades. Le canta casi con coraje que la noche apenas si comienza y el estar ahí mirándose por horas no va a retrasar el destino de ninguno....tampoco a hacerlo más brillante ni más oscuro. Ya convencidos del todo dejan las luces casi muertas y se alejan tocándose apenas las puntas de los dedos. Las uñas pulcras de la mujer le dan un escalofrío.
Tras el escenario el ruido de los músicos previene que cualquier otra cosa sobresalga y sea percibida por el auditorio. Especialmente cuando el baterista decide despertar de pronto y redoblar anunciando calamidades y orgías.
Ella lo toma con las uñas y lo atrae hasta su trampa donde lo aprisiona con los dientes. El se deja llevar y castigar por la repentina penitencia que le limpia el alma con la sangre que de pronto brota de su labio inferior. Fúrico, la aparta de golpe y ella cae al suelo.
-Vamos, que ambos sabemos que esta noche no es más que la atmósfera predecible de una trama simplona- dice ella con ojos retadores, limpios, conscientes.
El titubea. Nunca antes había titubeado en el momento previo. Pero hoy es distinto.
-Hoy debe de ser diferente- dice él mirándola hacia abajo. Sigue en el piso. Saca su mano del saco, vacía y da media vuelta.
-Tienes razón. Hoy es una noche totalmente distinta.- susurra muy despacio ella mientras le dispara a la nuca.

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martes, 31 de enero de 2012

Personajes de obra

El dedo alzado
reclamando fama y decadencia.


                                                   Dios a través de su molacha sonrisa
                                                   silba como pajarillo inocuo.


                                                                                                       La botella de vino,
                                                                                                       torpemente dejada en la orilla de la mesa


La sangre se aleja del dedo,
cada vez más blanco
los otros lo imitan y
el gesto acusador se convierte
en súplica.


                                                El vientecillo vivo desciende
                                                agita los vellos ralos del dorso
                                                de una mano blanca
                                                recién fallecida.


                                                                                                       Una ligera brisa y la botella campanea
                                                                                                       jugando en el abismo.
                                                                                                       Sus aguas bailan con gusto mientras gira
                                                                                                       precipitándose a la colisión.


La mano crispada cae.


                                             El viento ahora fúrico, ruge.
                   
                                                                                                      El vidrio de la botella se fragmenta.
                                                                                                      El contenido aún mantiene
                                                                                                      la forma del extinto recipiente.


                                           Se arremolina un hilillo de aire fresco
                                           y se introduce en las fosas nasales
                                          del cuerpo pálido.


Tras un segundo eterno
la mano languidece,
se tiende y luego
se crispa de nuevo en gesto
de increíble esfuerzo.


La mano se apoya en el suelo,
sobre la mancha de sangre y vino
par aponer de pie al cuerpo entero.


                                         El viento recorre el interior del cuerpo,
                                         reanima las células entumecidas y da
                                        calidez a las extremidades embotadas.
                                        Vuelve a salir por las fosas y por la boca.


                                                                                                    El contenido se deforma conforme los
                                                                                                    fragmentos de cristal se astillan
                                                                                                    y dispersan.
                                                                                                    El licor se desparrama por el suelo,
                                                                                                    se extiende como el oleaje.
                                                                                                   
Se mezclan olas de vino con gotas de sangre y el extraño coctel se impregna en las manos velludas de un hombre que con trabajos se pone en pie, suelta un suspiro y prosigue el camino que por alguna razón vio interrumpido.

                                                         

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Personajes de obra

El dedo alzado
reclamando fama y decadencia.


                                                   Dios a través de su molacha sonrisa
                                                   silba como pajarillo inocuo.


                                                                                                       La botella de vino,
                                                                                                       torpemente dejada en la orilla de la mesa


La sangre se aleja del dedo,
cada vez más blanco
los otros lo imitan y
el gesto acusador se convierte
en súplica.


                                                El vientecillo vivo desciende
                                                agita los vellos ralos del dorso
                                                de una mano blanca
                                                recién fallecida.


                                                                                                       Una ligera brisa y la botella campanea
                                                                                                       jugando en el abismo.
                                                                                                       Sus aguas bailan con gusto mientras gira
                                                                                                       precipitándose a la colisión.


La mano crispada cae.


                                             El viento ahora fúrico, ruge.
                   
                                                                                                      El vidrio de la botella se fragmenta.
                                                                                                      El contenido aún mantiene
                                                                                                      la forma del extinto recipiente.


                                           Se arremolina un hilillo de aire fresco
                                           y se introduce en las fosas nasales
                                          del cuerpo pálido.


Tras un segundo eterno
la mano languidece,
se tiende y luego
se crispa de nuevo en gesto
de increíble esfuerzo.


La mano se apoya en el suelo,
sobre la mancha de sangre y vino
par aponer de pie al cuerpo entero.


                                         El viento recorre el interior del cuerpo,
                                         reanima las células entumecidas y da
                                        calidez a las extremidades embotadas.
                                        Vuelve a salir por las fosas y por la boca.


                                                                                                    El contenido se deforma conforme los
                                                                                                    fragmentos de cristal se astillan
                                                                                                    y dispersan.
                                                                                                    El licor se desparrama por el suelo,
                                                                                                    se extiende como el oleaje.
                                                                                                   
Se mezclan olas de vino con gotas de sangre y el extraño coctel se impregna en las manos velludas de un hombre que con trabajos se pone en pie, suelta un suspiro y prosigue el camino que por alguna razón vio interrumpido.

                                                         

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domingo, 27 de noviembre de 2011

Ni idea

Sólo se me ocurrió que podía venir aquí y aventar dos o tres sucios chorretes de melancolía y congestión. Los pasos andados me resuenan en los oidos, y el palpitar de tus pechos se me antoja lejano, dulcemente lejano.
Pienso esto mientras dejo de oír la canción que a dúo cantan Justino y su guitarra junto al fuego. El frío descendió con singular rapidez esta noche, o acaso los días se están acortando. 
-Ven- Sonia me insta a volver de mi interior. Ella siempre ha fungido como el ancla que del tobillo me mantiene clavado a esta árida tierra. También es la única que puede hacerlo. Y la única a la que se lo permito. La única.
Entreabro los ojos porque el polvo me pesa en las pestañas y el sueño me pesa más en la nuca. Con las manos me retuerzo el cuello hasta escucharlo crujir. A Sonia nunca le ha gustado que lo haga. Piensa que es un intento de suicidio...Sin embargo no puede evitar observarme al hacerlo, guiada por algún morbo que no comprendo. Aunque quizá sólo sea que se preocupa de que un día se me pase la mano.
Justino calla súbitamente pero su guitarra persiste con un ligero aullido que se va desvaneciendo mientras otro sonido se eleva de entre los matorrales. Aparece la pareja que nos acompaña, tomados de la mano pero con semblantes durísimos. No recuerdo sus nombres.
Un escalofrío nos recorre a todos. El aire helado vuelve a arreciar. Son como rachitas que se intercalan. Y encima, esta jodida estepa que parece no cambiar nunca, ni de cielo, ni de aire, ni de matas, ni de nopales, ni de tierra o piedras.
-Ya sabes- Sonia además parece leer mi pensamiento cuando me vuelco totalmente a él -Sabes que no estamos aquí por placer o por el afán de llegar a algún destino.
Eso lo sé. Pero a veces me molesta que me lo recuerde. Lo tengo muy claro, pero no por eso debo estarlo pensando todo el tiempo.
Mejor me invento una historia, aprovechando que Justino y su Dama se han ido a dormir y que la anónima pareja parece ahora discutir con susurros al oído un tanto más alejados del fuego:
-Imagina, Sonia, que súbitamente un viento nos arrancara del piso y nos jalara para arriba. Y que no pudiéramos hacer nada al respecto. Como si Dios mismo nos llamara con carne y todo al Juicio a llevarse a cabo en algún trozo del Cielo Nocturno. Trata de verlo así, en el horizonte, mirando hacia la ciudad allá detrás del cerro más lejano, cómo las columnas de gente son succionadas por un aliento titánico. ¿Intentarías agarrarte de algo? ¿A qué te aferrarías?
-La verdad no creo necesitar aferrarme a algo; si acaso a ésta cómoda piedra que adopté como silla. No creo que mi nombre figure siquiera en la lista de acusados en el Juicio. Lo mío será más como sentencia instantánea. No creo que Dios me quiera cerca de Él. Pero sí sé a qué te aferrarías tú.- Se queda mirando el baile del fuego sobre las ramas secas.
-¿Ah, sí?- De antemano sé que ella sabe. Nos conocemos demasiado.
-Sí.
-Y bien, ¿a qué me aferraría?
-A mí. -Y sonríe. Yo también sonrío viéndola cómo a su vez ella ve las llamas y las incita picándolas con una vara.
-Ven, ya hay que dormir.
Se pone en pie y nos alejamos un tanto de los demás. Veo a la pareja de extraños que se acurrucan espalda contra espalda. Extiendo las mantas y luego nos extendemos nosotros sobre ellas. Yo estoy boca arriba viendo las estrellas antes de cerrar los ojos. Sonia me da la espalda, hecha bola, como platicando consigo misma. Luego, recién cierro los ojos, siento que sus manos se agarran de mi brazo. Me doy la vuelta y quedamos frente a frente aunque no abre los ojos; la miro luchando contra el instinto de hacerlo. El cansancio me vence y cierro los míos. La atraigo hacia mi y meto un brazo bajo su cabeza a manera de almohada. Así me quedo dormido, aferrado a ella, por si acaso en la madrugada se le ocurriera a Dios llamarnos a todos a rendirle cuentas.

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Ni idea

Sólo se me ocurrió que podía venir aquí y aventar dos o tres sucios chorretes de melancolía y congestión. Los pasos andados me resuenan en los oidos, y el palpitar de tus pechos se me antoja lejano, dulcemente lejano.
Pienso esto mientras dejo de oír la canción que a dúo cantan Justino y su guitarra junto al fuego. El frío descendió con singular rapidez esta noche, o acaso los días se están acortando. 
-Ven- Sonia me insta a volver de mi interior. Ella siempre ha fungido como el ancla que del tobillo me mantiene clavado a esta árida tierra. También es la única que puede hacerlo. Y la única a la que se lo permito. La única.
Entreabro los ojos porque el polvo me pesa en las pestañas y el sueño me pesa más en la nuca. Con las manos me retuerzo el cuello hasta escucharlo crujir. A Sonia nunca le ha gustado que lo haga. Piensa que es un intento de suicidio...Sin embargo no puede evitar observarme al hacerlo, guiada por algún morbo que no comprendo. Aunque quizá sólo sea que se preocupa de que un día se me pase la mano.
Justino calla súbitamente pero su guitarra persiste con un ligero aullido que se va desvaneciendo mientras otro sonido se eleva de entre los matorrales. Aparece la pareja que nos acompaña, tomados de la mano pero con semblantes durísimos. No recuerdo sus nombres.
Un escalofrío nos recorre a todos. El aire helado vuelve a arreciar. Son como rachitas que se intercalan. Y encima, esta jodida estepa que parece no cambiar nunca, ni de cielo, ni de aire, ni de matas, ni de nopales, ni de tierra o piedras.
-Ya sabes- Sonia además parece leer mi pensamiento cuando me vuelco totalmente a él -Sabes que no estamos aquí por placer o por el afán de llegar a algún destino.
Eso lo sé. Pero a veces me molesta que me lo recuerde. Lo tengo muy claro, pero no por eso debo estarlo pensando todo el tiempo.
Mejor me invento una historia, aprovechando que Justino y su Dama se han ido a dormir y que la anónima pareja parece ahora discutir con susurros al oído un tanto más alejados del fuego:
-Imagina, Sonia, que súbitamente un viento nos arrancara del piso y nos jalara para arriba. Y que no pudiéramos hacer nada al respecto. Como si Dios mismo nos llamara con carne y todo al Juicio a llevarse a cabo en algún trozo del Cielo Nocturno. Trata de verlo así, en el horizonte, mirando hacia la ciudad allá detrás del cerro más lejano, cómo las columnas de gente son succionadas por un aliento titánico. ¿Intentarías agarrarte de algo? ¿A qué te aferrarías?
-La verdad no creo necesitar aferrarme a algo; si acaso a ésta cómoda piedra que adopté como silla. No creo que mi nombre figure siquiera en la lista de acusados en el Juicio. Lo mío será más como sentencia instantánea. No creo que Dios me quiera cerca de Él. Pero sí sé a qué te aferrarías tú.- Se queda mirando el baile del fuego sobre las ramas secas.
-¿Ah, sí?- De antemano sé que ella sabe. Nos conocemos demasiado.
-Sí.
-Y bien, ¿a qué me aferraría?
-A mí. -Y sonríe. Yo también sonrío viéndola cómo a su vez ella ve las llamas y las incita picándolas con una vara.
-Ven, ya hay que dormir.
Se pone en pie y nos alejamos un tanto de los demás. Veo a la pareja de extraños que se acurrucan espalda contra espalda. Extiendo las mantas y luego nos extendemos nosotros sobre ellas. Yo estoy boca arriba viendo las estrellas antes de cerrar los ojos. Sonia me da la espalda, hecha bola, como platicando consigo misma. Luego, recién cierro los ojos, siento que sus manos se agarran de mi brazo. Me doy la vuelta y quedamos frente a frente aunque no abre los ojos; la miro luchando contra el instinto de hacerlo. El cansancio me vence y cierro los míos. La atraigo hacia mi y meto un brazo bajo su cabeza a manera de almohada. Así me quedo dormido, aferrado a ella, por si acaso en la madrugada se le ocurriera a Dios llamarnos a todos a rendirle cuentas.

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martes, 8 de marzo de 2011

Falla del circuito

Comer y mantenerse en forma. El ejercicio regular produce las endorfinas necesarias en el individuo para que se mantenga optimista incluso frente a las toneladas de rutina y el "estrés" a que se le somete a cada tanto.
Se controla al sujeto para que se mantenga alejado de vicios nocivos como el cigarro y la droga; no se le aleja del sexo, pero si se le ha erradicado el vicio mortal del amor.
Llega a casa y no por simple coincidencia enciende la televisión justo cuando va comenzando su programa favorito. Horas después, al sonar el comunicado en las calles de que ha llegado la hora de dormir, apaga el aparato justo a mitad del noticiero "imparcial" con que se entretiene su mente antes de dormir. Se detiene un poco en las noticias trágicas y sentimentales.
Por la mañana recorre sus habituales 3 kilómetros a medio trote, codo a codo con los vecinos de su cuadra. Platican entre sí mientras miran al frente. Está feliz hoy y eso le da energía para un pequeño sprint con el que deja la pista rumbo a su casa.
Regadera. Vestidor. Automóvil. Estacionamiento. Cubículo. Baño. Cubículo. Automóvil. Estadio.
El partido va fabuloso. El equipo local da la vuelta al marcador global en los últimos minutos y el estadio desborda euforia y cerveza. El camino de regreso, pese a la tortuosa lentitud, le parece corto mientras revive paso a paso el partido recién vivido.
Mientras espera que el semáforo cambie a verde se le viene a la mente una idea curiosa: Esto ya lo ha vivido antes; ¡miles de veces antes! Pero desecha el pensamiento con una sacudida y recién arranca al ver la luz verde es embestido brutalmente por un camión urbano.
A varios metros del impacto, tendido en el suelo recobra a medias el conocimiento. Una silueta muy alta y lejana lo ve sin prestarle mucha importancia.
Lo último que supo fue que quien lo miraba le decía a alguien más:
-Individuo defectuoso. Posible amenaza del sistema erradicada a las 00:38. Envíen equipo de limpieza.

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Falla del circuito

Comer y mantenerse en forma. El ejercicio regular produce las endorfinas necesarias en el individuo para que se mantenga optimista incluso frente a las toneladas de rutina y el "estrés" a que se le somete a cada tanto.
Se controla al sujeto para que se mantenga alejado de vicios nocivos como el cigarro y la droga; no se le aleja del sexo, pero si se le ha erradicado el vicio mortal del amor.
Llega a casa y no por simple coincidencia enciende la televisión justo cuando va comenzando su programa favorito. Horas después, al sonar el comunicado en las calles de que ha llegado la hora de dormir, apaga el aparato justo a mitad del noticiero "imparcial" con que se entretiene su mente antes de dormir. Se detiene un poco en las noticias trágicas y sentimentales.
Por la mañana recorre sus habituales 3 kilómetros a medio trote, codo a codo con los vecinos de su cuadra. Platican entre sí mientras miran al frente. Está feliz hoy y eso le da energía para un pequeño sprint con el que deja la pista rumbo a su casa.
Regadera. Vestidor. Automóvil. Estacionamiento. Cubículo. Baño. Cubículo. Automóvil. Estadio.
El partido va fabuloso. El equipo local da la vuelta al marcador global en los últimos minutos y el estadio desborda euforia y cerveza. El camino de regreso, pese a la tortuosa lentitud, le parece corto mientras revive paso a paso el partido recién vivido.
Mientras espera que el semáforo cambie a verde se le viene a la mente una idea curiosa: Esto ya lo ha vivido antes; ¡miles de veces antes! Pero desecha el pensamiento con una sacudida y recién arranca al ver la luz verde es embestido brutalmente por un camión urbano.
A varios metros del impacto, tendido en el suelo recobra a medias el conocimiento. Una silueta muy alta y lejana lo ve sin prestarle mucha importancia.
Lo último que supo fue que quien lo miraba le decía a alguien más:
-Individuo defectuoso. Posible amenaza del sistema erradicada a las 00:38. Envíen equipo de limpieza.

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viernes, 4 de marzo de 2011

Deliró

Deliró. Y con razón. Si lo que sus ojos dejaban pasar a su interior nadie antes lo había visto, ni nadie lo volvería a ver. Cuando menos no con el mismo significado que el que él le daba al portento.
La tierra se abrió como boca hambrienta. De su interior surgió una mujer. "¡Y qué mujer!" se sorprendió pensando y luego reprimiéndose por el lapsus. "Serán los nervios" dictaminó.
El alcohol en su sangre terminó empujándolo y haciéndolo caer sentado al piso.
-Necesito tu corbata- expresó la mujer con voz gruesa cuando ya tenía la dicha prenda en su mano. Desde luego el pobre borracho no pudo más que abrir los ojos tanto como la soñolencia se lo permitía. Luego retrocedió al agujero de que provino y que se rellenó al instante. Allí no había pasado nada, y el ilustre parroquiano sabía que no había cómo demostrar aquella ruptura del régimen de verosimilitud.
Caminó tristemente de regreso al pueblo. No reparó en el camino que seguía hasta que se descubrió de vuelta en la cantina frente al kiosko. "Mejor será olvidar, o pretender que olvido" le decía a su cerveza a través de sus ojos húmedos.
Eran aproximadamente las cuatro de la mañana cuando, intentando regresar a su casa, cayó como tronco en medio de la plaza principal.
Al día siguiente despertó con una cruda que parecía amenazar con matarlo. En cierto modo, la suerte estuvo de su lado ya que al volver plenamente al mundo consciente la sorpresa acabó eliminando de su mente hasta la palabra "cruda". Reconoció al instante encontrarse en una de las celdas de la policía municipal. Era el único en alguna de las jaulas.
Trató de recordar si había cometido alguna estupidez olímpica durante la noche anterior. En reversa fue reconstruyendo los hechos de que tenía memoria, hasta que se topó con la mujer que salía de la tierra. En ese momento sintió un escalofrío y se puso en pie. Frenético golpeó los barrotes hasta que un guardia apareció para callarlo.
-¿Qué carajos hago yo aquí? ¡Respóndeme, animal!
El policía lo miró de tal forma que el encerrado enmudeció al momento. Parecía decirle: "Ni siquiera deberías estar encerrado; deberían haberte fusilado!". Esto sólo logró inquietar más su aporreada cabeza.
Pasó todo ese día sin que viera otro humano, salvo la borrosa imagen que en su mente guardaba de la mujer salida de la tierra. Y si es que ésta era humana, claro.
Comenzaba  a atardecer cuando el mismo guardia fue a abrirle la celda, tras lo cual apretó de más las esposas en las muñecas del transgresor de la ley. Pareció disfrutar la mueca de dolor que éste hizo. A trompicones lo hizo llegar al kiosko de la plaza principal y lo sentó justo en el centro. Desde los jardines y al pie del kiosko casi todo el pueblo lo miraba con cierto desagrado y morbo. Alguien muy al fondo arrojó una piedra que estuvo a punto de abrirle la frente al acusado. Esto generó algunos vítores de apoyo, sin embargo las autoridades se vieron en la obligación de reprender al agresor que ahora pasaba a ser todo un mártir a ojos de la mayoría.
Pronto llegaron las autoridades superiores incluyendo al presidente municipal que se quedó detrás de la silla del acusado y vigilado por numerosos guardias. El presidente municipal carraspeó y sin más dijo:
-Por los incuantificables destrozos realizados tanto a propiedad del gobierno como de particulares, por las pérdidas económicas derivadas de la destrucción de ranchos y campos de cultivo y sobre todo por las vidas humanas arrebatadas salvajemente a más de cien personas sin distinción de género, edad o posición económica, el pueblo y gobierno declaramos que la sentencia que ha de caer sobre el acusado...- ladró el presidente municipal haciéndose oír con fuerza en toda la plaza sin necesidad de un megáfono.
-¿Qué? ¡Espere un momento! ¡Yo no hice nada!
-Silencio- contestó seco el presidente y prosiguió -...que la sentencia que ha de caer sobre el acusado sea la ejecución inmediata antes del anochecer. Esto debido a las condiciones extraordinarias y superlativas de las acciones de éste...- no pudo terminar; el enojo y el asco le cerraban la garganta.
La gente comenzó a abuchear y gritar injurias irrepetibles para con el "enjuiciado" que no podía salir de su horror y asombro.
Súbitamente, cuando le levantaban de la silla para conducirlo a la explanada donde le dispararían, una sacudida del suelo hizo tropezar a la mitad de la audiencia. Cayeron los guardias que lo custodiaban y él quedó de pie viendo sin ver cómo la tierra se hundía frente a él, como las arenas de un reloj. Del agujero inmenso que pronto se formó surgió la mujer de anoche, sólo que ahora lucía más joven e impactante.
Se acercó al condenado que permaneció petrificado y con los ojos cerrados como esperando un golpe. Cuando los abrió, la mujer acababa de colocarle su corbata al rededor del cuello y con gran perfección en la ejecución del nudo.
-Gracias. Ahora vámonos. - Lo tomó por la camisa y se lo llevó tierra adentro dejando la plancha de la plaza intacta y a todos los presentes huyendo entre gritos a sus casas.

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Deliró

Deliró. Y con razón. Si lo que sus ojos dejaban pasar a su interior nadie antes lo había visto, ni nadie lo volvería a ver. Cuando menos no con el mismo significado que el que él le daba al portento.
La tierra se abrió como boca hambrienta. De su interior surgió una mujer. "¡Y qué mujer!" se sorprendió pensando y luego reprimiéndose por el lapsus. "Serán los nervios" dictaminó.
El alcohol en su sangre terminó empujándolo y haciéndolo caer sentado al piso.
-Necesito tu corbata- expresó la mujer con voz gruesa cuando ya tenía la dicha prenda en su mano. Desde luego el pobre borracho no pudo más que abrir los ojos tanto como la soñolencia se lo permitía. Luego retrocedió al agujero de que provino y que se rellenó al instante. Allí no había pasado nada, y el ilustre parroquiano sabía que no había cómo demostrar aquella ruptura del régimen de verosimilitud.
Caminó tristemente de regreso al pueblo. No reparó en el camino que seguía hasta que se descubrió de vuelta en la cantina frente al kiosko. "Mejor será olvidar, o pretender que olvido" le decía a su cerveza a través de sus ojos húmedos.
Eran aproximadamente las cuatro de la mañana cuando, intentando regresar a su casa, cayó como tronco en medio de la plaza principal.
Al día siguiente despertó con una cruda que parecía amenazar con matarlo. En cierto modo, la suerte estuvo de su lado ya que al volver plenamente al mundo consciente la sorpresa acabó eliminando de su mente hasta la palabra "cruda". Reconoció al instante encontrarse en una de las celdas de la policía municipal. Era el único en alguna de las jaulas.
Trató de recordar si había cometido alguna estupidez olímpica durante la noche anterior. En reversa fue reconstruyendo los hechos de que tenía memoria, hasta que se topó con la mujer que salía de la tierra. En ese momento sintió un escalofrío y se puso en pie. Frenético golpeó los barrotes hasta que un guardia apareció para callarlo.
-¿Qué carajos hago yo aquí? ¡Respóndeme, animal!
El policía lo miró de tal forma que el encerrado enmudeció al momento. Parecía decirle: "Ni siquiera deberías estar encerrado; deberían haberte fusilado!". Esto sólo logró inquietar más su aporreada cabeza.
Pasó todo ese día sin que viera otro humano, salvo la borrosa imagen que en su mente guardaba de la mujer salida de la tierra. Y si es que ésta era humana, claro.
Comenzaba  a atardecer cuando el mismo guardia fue a abrirle la celda, tras lo cual apretó de más las esposas en las muñecas del transgresor de la ley. Pareció disfrutar la mueca de dolor que éste hizo. A trompicones lo hizo llegar al kiosko de la plaza principal y lo sentó justo en el centro. Desde los jardines y al pie del kiosko casi todo el pueblo lo miraba con cierto desagrado y morbo. Alguien muy al fondo arrojó una piedra que estuvo a punto de abrirle la frente al acusado. Esto generó algunos vítores de apoyo, sin embargo las autoridades se vieron en la obligación de reprender al agresor que ahora pasaba a ser todo un mártir a ojos de la mayoría.
Pronto llegaron las autoridades superiores incluyendo al presidente municipal que se quedó detrás de la silla del acusado y vigilado por numerosos guardias. El presidente municipal carraspeó y sin más dijo:
-Por los incuantificables destrozos realizados tanto a propiedad del gobierno como de particulares, por las pérdidas económicas derivadas de la destrucción de ranchos y campos de cultivo y sobre todo por las vidas humanas arrebatadas salvajemente a más de cien personas sin distinción de género, edad o posición económica, el pueblo y gobierno declaramos que la sentencia que ha de caer sobre el acusado...- ladró el presidente municipal haciéndose oír con fuerza en toda la plaza sin necesidad de un megáfono.
-¿Qué? ¡Espere un momento! ¡Yo no hice nada!
-Silencio- contestó seco el presidente y prosiguió -...que la sentencia que ha de caer sobre el acusado sea la ejecución inmediata antes del anochecer. Esto debido a las condiciones extraordinarias y superlativas de las acciones de éste...- no pudo terminar; el enojo y el asco le cerraban la garganta.
La gente comenzó a abuchear y gritar injurias irrepetibles para con el "enjuiciado" que no podía salir de su horror y asombro.
Súbitamente, cuando le levantaban de la silla para conducirlo a la explanada donde le dispararían, una sacudida del suelo hizo tropezar a la mitad de la audiencia. Cayeron los guardias que lo custodiaban y él quedó de pie viendo sin ver cómo la tierra se hundía frente a él, como las arenas de un reloj. Del agujero inmenso que pronto se formó surgió la mujer de anoche, sólo que ahora lucía más joven e impactante.
Se acercó al condenado que permaneció petrificado y con los ojos cerrados como esperando un golpe. Cuando los abrió, la mujer acababa de colocarle su corbata al rededor del cuello y con gran perfección en la ejecución del nudo.
-Gracias. Ahora vámonos. - Lo tomó por la camisa y se lo llevó tierra adentro dejando la plancha de la plaza intacta y a todos los presentes huyendo entre gritos a sus casas.

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miércoles, 29 de diciembre de 2010

"Nada puede durar para siempre, ni siquiera la muerte" 
Saramago

Jaque. 

Ni para dónde hacerse. A un lado las llamas, del otro el abismo.

La presión aumenta en la base de mi columna. Estertores sordos entre tierra y espinas. Y nadie cerca para escuchar los crujidos.

Pero simple y puramente jaque.

El mate no llega ni por babor ni por estribor ¡Un rayo que me caiga del cielo!

El camino había sido tranquilo, no sin su ocasional sobresalto. Pero de repente tras saltar los arbustos, encontrarse con el vacío, ¡por favor! El error es muy propio...por hacer caer prematura la noche para descansar los ojos que a cada minuto se me desarman y se me caen hasta las manos.

La compañía desapareció tras el ataque de la densa niebla. Solo espero se encuentren bien. La culpa ha sido mía por traerlos por el sendero equivocado en pos de llegar más pronto, por hacer caer esta falsa noche en mitad del día.

Sí, todavía recuerdo que el sol estaba aún fuerte en el cielo cuando éste oscureció. Lo que no recuerdo es cómo llegué a esta situación...Cierto ¡el maldito del arbusto!

Pero ¿y la chispa de dónde vino? Un incendio como este no es producto del jugueteo entre el sol y una envoltura metálica de chocolate...especialmente por la ausencia de sol por la cual ya me lamenté. Una emboscada. Ha sido una emboscada pese a que quién me procura este mal no se ha mostrado. Sólo se regodea en la sucia oscuridad en que medra. 

O tal vez sean varios. No sé si es el crepitar del fuego o que pretendo no escuchar en ello sus risas...demoníacas. Son demonios, ya lo he descubierto. Muchos y muy pequeños, por ello más peligrosos. Sin embargo no vienen a burlarse en mi cara. Algo esperan.

Mientras lo que ha de venir se toma la molestia de llegar, me entrego a otros pensamientos. Fruslerías, tal vez, pero que me mantienen cuerdo y de humor en tan trágicas horas: el roce ya lejano de unos dedos, el sabor de un atardecer que se niega a llegar, los acordes que remueven las neuronas dando al traste con las sinapsis, un pan con mantequilla.

De súbito los pequeños demonios, que solo puedo adivinar por un esfuerzo enteramente mío, retroceden. Sin duda ahora lo que se oye es solo el crujir artrítico del fuego. Tras él se comienzan a dibujar unos rasgos grotescos, resaltados por el naranja de la luz sobre el morado de las sombras. Ahora que lo veo, me aterrorizan en especial los cuernos.

El instinto me hace dar un paso atrás pero con un escalofrío recuerdo mi precaria situación, así que, más por cobardía que por valor, doy un par de pasos adelante.

El ígneo monstruo está ya casi aquí conmigo, aunque aún no decide si atraparme o deleitarse con mi aparatosa caída. La indecisión mata más que la catástrofe.

Al final y más como mero instinto que se sobrepone al intelecto apagado, yo decido por él.

Me arrojo.

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"Nada puede durar para siempre, ni siquiera la muerte" 
Saramago

Jaque. 

Ni para dónde hacerse. A un lado las llamas, del otro el abismo.

La presión aumenta en la base de mi columna. Estertores sordos entre tierra y espinas. Y nadie cerca para escuchar los crujidos.

Pero simple y puramente jaque.

El mate no llega ni por babor ni por estribor ¡Un rayo que me caiga del cielo!

El camino había sido tranquilo, no sin su ocasional sobresalto. Pero de repente tras saltar los arbustos, encontrarse con el vacío, ¡por favor! El error es muy propio...por hacer caer prematura la noche para descansar los ojos que a cada minuto se me desarman y se me caen hasta las manos.

La compañía desapareció tras el ataque de la densa niebla. Solo espero se encuentren bien. La culpa ha sido mía por traerlos por el sendero equivocado en pos de llegar más pronto, por hacer caer esta falsa noche en mitad del día.

Sí, todavía recuerdo que el sol estaba aún fuerte en el cielo cuando éste oscureció. Lo que no recuerdo es cómo llegué a esta situación...Cierto ¡el maldito del arbusto!

Pero ¿y la chispa de dónde vino? Un incendio como este no es producto del jugueteo entre el sol y una envoltura metálica de chocolate...especialmente por la ausencia de sol por la cual ya me lamenté. Una emboscada. Ha sido una emboscada pese a que quién me procura este mal no se ha mostrado. Sólo se regodea en la sucia oscuridad en que medra. 

O tal vez sean varios. No sé si es el crepitar del fuego o que pretendo no escuchar en ello sus risas...demoníacas. Son demonios, ya lo he descubierto. Muchos y muy pequeños, por ello más peligrosos. Sin embargo no vienen a burlarse en mi cara. Algo esperan.

Mientras lo que ha de venir se toma la molestia de llegar, me entrego a otros pensamientos. Fruslerías, tal vez, pero que me mantienen cuerdo y de humor en tan trágicas horas: el roce ya lejano de unos dedos, el sabor de un atardecer que se niega a llegar, los acordes que remueven las neuronas dando al traste con las sinapsis, un pan con mantequilla.

De súbito los pequeños demonios, que solo puedo adivinar por un esfuerzo enteramente mío, retroceden. Sin duda ahora lo que se oye es solo el crujir artrítico del fuego. Tras él se comienzan a dibujar unos rasgos grotescos, resaltados por el naranja de la luz sobre el morado de las sombras. Ahora que lo veo, me aterrorizan en especial los cuernos.

El instinto me hace dar un paso atrás pero con un escalofrío recuerdo mi precaria situación, así que, más por cobardía que por valor, doy un par de pasos adelante.

El ígneo monstruo está ya casi aquí conmigo, aunque aún no decide si atraparme o deleitarse con mi aparatosa caída. La indecisión mata más que la catástrofe.

Al final y más como mero instinto que se sobrepone al intelecto apagado, yo decido por él.

Me arrojo.

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martes, 21 de diciembre de 2010

A la orilla

El Diablo, en la esquina fumando un cigarro. Sus rasgos finos exaltados por una luz cenital y dura, casi teatral. El maldito parece ignorarme mientras paso frente a él con mirada retadora...Sí, me he pasado de copas; pero hasta el punto de la valentía insulsa, ¡no de la alucinación infundada!
Conforme doblo la esquina que resguarda, observo en la penumbra casi absoluta las estelas del humo que ha exhalado desde su Caída, seguramente...volutas que se arremolinan asemejando calaveras de huecos burlones (decir 'ojos' sería muy torpe, incluso para mi nivel de borrachera) que flanquean la calle por la que camino, cada vez acercándome más al suelo...eso deben estar esperando.
Primero un sobresalto y luego una sensación de estúpida culpabilidad, cuando me doy cuenta que lo que primero me pareció una multitud de risotadas no fue más que el romper de una ola, poco más allá de la acera opuesta. Después del sobresalto me reconforta el sonido y me acerco hasta una banca desvencijada que mira hacia el mar.

-Es como una piedra saliendo de tu riñón, ¿no es así?- La voz del Diablo surgió apenas a unos centímetros de mi en la banca.
-¿Qué cosa?
-Esa incertidumbre que te corroe las entrañas; esa falta de sustancia y exceso de vacío- dijo sin mirarme.
-¿Experiencia propia?- inquirí, mirándolo de soslayo, casi despectivamente.
-Por supuesto. No creas que estaría aquí contigo de haber sido diferente.
-Tienes razón, supongo.
Dicho lo cual se agazapó un silencio severo a nuestro alrededor, que parecía amainar el sonido del agua a pocos metros bajo nuestros pies. Casi podía escuchar el humo penetrando en sus ¿pulmones?
-Sí, puede sonarte extraño, pero entiendo el sufrimiento por el que pasas.
-Gracias por la empatía.
Torció un poco su cuello hacia mí. Pretendía que yo lo viera también, pero me sobrepuse. Desistió de su intento con media sonrisa en el rostro.
-¿Qué más puedes esperar a estas alturas, eh?- Y soltó una larga estela de humo.
-Puedo esperar a seguir esperando. He aprendido a lidiar tanto con mi propia naturaleza como con la situación exacta de cada instante. 
-Y vivir abstraído en tan profunda esfera ¿es vivir?
-¿Qué más da si no? Mírame, estoy donde muchos han deseado...bueno a excepción de...-Y con un ademán de la cabeza lo señalé, lo que lo hizo reír estrepitosamente.- Aunque no es eso en realidad lo que necesito.
-De acuerdo, de acuerdo. Veo que esto te acongoja más de lo que pensé. Venga, terminemos con esto.- Y dicho esto se puso en pie, tomó lo que quedaba de su cigarro y lo arrojó con dos dedos al océano. Dio media vuelta sobre su eje y se dispuso a volver a la esquina en que se encontraba antes, pero ahora caminaba canturreando no se qué canción. Con pesadez le seguí, casi arrastrando los pies. 
Al llegar a la esquina, y tras haber pasado el círculo de luz del poste, lo vi acuclillado junto a mi cuerpo herido en el costado izquierdo. Me agaché frente a él, sin verlo y con mi cuerpo tendido de por medio. Tomé mi sombrero y lo puse sobre mi cara apretada en un gesto de dolor congelado.
-Y ahora ¿qué sigue?
-Aprieta bien los dientes, muchacho.
Y poniendo sus manos en el pecho de mi cuerpo yaciente, sentí una sacudida de dolor líquido que recorrió cada centímetro de mi. Entonces, en medio de la convulsión no pude evitarlo y terminé mirándolo frente a frente. Sus ojos centelleaban con el ardor de infinitas almas, y su sonrisa era alegre y franca. Oí que me decía:
-Comprobarás que soy más simpático de lo que se cree, pero no te engañes. No me ames, ¿de acuerdo?

Abro los ojos. Me quito el sombrero de la cara para poder mirar el cielo nocturno. La boca me sabe a sangre. Mi cuerpo entero hierve. Y antes de poder levantarme, tomo aire suficiente para proferir un grito que por un momento supera el romper de las olas.

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A la orilla

El Diablo, en la esquina fumando un cigarro. Sus rasgos finos exaltados por una luz cenital y dura, casi teatral. El maldito parece ignorarme mientras paso frente a él con mirada retadora...Sí, me he pasado de copas; pero hasta el punto de la valentía insulsa, ¡no de la alucinación infundada!
Conforme doblo la esquina que resguarda, observo en la penumbra casi absoluta las estelas del humo que ha exhalado desde su Caída, seguramente...volutas que se arremolinan asemejando calaveras de huecos burlones (decir 'ojos' sería muy torpe, incluso para mi nivel de borrachera) que flanquean la calle por la que camino, cada vez acercándome más al suelo...eso deben estar esperando.
Primero un sobresalto y luego una sensación de estúpida culpabilidad, cuando me doy cuenta que lo que primero me pareció una multitud de risotadas no fue más que el romper de una ola, poco más allá de la acera opuesta. Después del sobresalto me reconforta el sonido y me acerco hasta una banca desvencijada que mira hacia el mar.

-Es como una piedra saliendo de tu riñón, ¿no es así?- La voz del Diablo surgió apenas a unos centímetros de mi en la banca.
-¿Qué cosa?
-Esa incertidumbre que te corroe las entrañas; esa falta de sustancia y exceso de vacío- dijo sin mirarme.
-¿Experiencia propia?- inquirí, mirándolo de soslayo, casi despectivamente.
-Por supuesto. No creas que estaría aquí contigo de haber sido diferente.
-Tienes razón, supongo.
Dicho lo cual se agazapó un silencio severo a nuestro alrededor, que parecía amainar el sonido del agua a pocos metros bajo nuestros pies. Casi podía escuchar el humo penetrando en sus ¿pulmones?
-Sí, puede sonarte extraño, pero entiendo el sufrimiento por el que pasas.
-Gracias por la empatía.
Torció un poco su cuello hacia mí. Pretendía que yo lo viera también, pero me sobrepuse. Desistió de su intento con media sonrisa en el rostro.
-¿Qué más puedes esperar a estas alturas, eh?- Y soltó una larga estela de humo.
-Puedo esperar a seguir esperando. He aprendido a lidiar tanto con mi propia naturaleza como con la situación exacta de cada instante. 
-Y vivir abstraído en tan profunda esfera ¿es vivir?
-¿Qué más da si no? Mírame, estoy donde muchos han deseado...bueno a excepción de...-Y con un ademán de la cabeza lo señalé, lo que lo hizo reír estrepitosamente.- Aunque no es eso en realidad lo que necesito.
-De acuerdo, de acuerdo. Veo que esto te acongoja más de lo que pensé. Venga, terminemos con esto.- Y dicho esto se puso en pie, tomó lo que quedaba de su cigarro y lo arrojó con dos dedos al océano. Dio media vuelta sobre su eje y se dispuso a volver a la esquina en que se encontraba antes, pero ahora caminaba canturreando no se qué canción. Con pesadez le seguí, casi arrastrando los pies. 
Al llegar a la esquina, y tras haber pasado el círculo de luz del poste, lo vi acuclillado junto a mi cuerpo herido en el costado izquierdo. Me agaché frente a él, sin verlo y con mi cuerpo tendido de por medio. Tomé mi sombrero y lo puse sobre mi cara apretada en un gesto de dolor congelado.
-Y ahora ¿qué sigue?
-Aprieta bien los dientes, muchacho.
Y poniendo sus manos en el pecho de mi cuerpo yaciente, sentí una sacudida de dolor líquido que recorrió cada centímetro de mi. Entonces, en medio de la convulsión no pude evitarlo y terminé mirándolo frente a frente. Sus ojos centelleaban con el ardor de infinitas almas, y su sonrisa era alegre y franca. Oí que me decía:
-Comprobarás que soy más simpático de lo que se cree, pero no te engañes. No me ames, ¿de acuerdo?

Abro los ojos. Me quito el sombrero de la cara para poder mirar el cielo nocturno. La boca me sabe a sangre. Mi cuerpo entero hierve. Y antes de poder levantarme, tomo aire suficiente para proferir un grito que por un momento supera el romper de las olas.

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martes, 21 de septiembre de 2010

"Un cigarro más" por Ozeloziua

Es placer enteramente mío el presentar (el placer de los lectores será ese mismo: leerlo) por vez primera en este sórdido recoveco, a alguien sumamente cercano a mí y que habrá de ser nombrada por los transeúntes locales como Ozeloziua (para la instrucción de nuestro célebre auditorio, este nombre proviene del náhuatl y significa, literalmente, "mujer jaguar"). Siendo ésta su primera incursión en los fangos de esta ciénega, les dejo con el pequeño cuento. ¡Degusten!

"Un cigarro más"

Él va en su coche manejando despreocupado, su boca saca el humo del cigarro matutino. Humo que se mezcla con la fría y nublada mañana. El rocío ya invadió el coche. Él no sabe lo que le depara el destino.
Llegó el último alto antes de llegar al trabajo. El cigarro se ha terminado: lo avienta por la ventana y toma un sorbo de café. El “siga” se ha puesto ya. Toma la vuelta a la derecha como siempre, baja la velocidad para pasar el tope, llega a la esquina y mete reversa para estacionarse.
Pero no lo vio. Él no tuvo la culpa, pues no lo vio; el estruendo es tal que para el coche en seco. Él no lo sabe, pero esa mañana había un espía cerca de su casa aguardando el momento perfecto para cometer el homicidio más prudente del día, pero un pequeño tropiezo gracias a sus agujetas lo hizo perder esos segundos tan importantes. Por ello lo esperó hora y media en su trabajo, justo en el cajón de estacionamiento. En la espera fumó un cigarro lentamente y al ver venir el auto, quiso apagar su cigarro velozmente y al darle el pisotón tropezó nuevamente.
El hombre bajó del coche de un salto y se despertó por completo. Miró a los ojos al que yacía en el piso y supo que había muerto…lentamente prendió un cigarro, el segundo de la mañana y suspiró reconfortantemente.

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"Un cigarro más" por Ozeloziua

Es placer enteramente mío el presentar (el placer de los lectores será ese mismo: leerlo) por vez primera en este sórdido recoveco, a alguien sumamente cercano a mí y que habrá de ser nombrada por los transeúntes locales como Ozeloziua (para la instrucción de nuestro célebre auditorio, este nombre proviene del náhuatl y significa, literalmente, "mujer jaguar"). Siendo ésta su primera incursión en los fangos de esta ciénega, les dejo con el pequeño cuento. ¡Degusten!

"Un cigarro más"

Él va en su coche manejando despreocupado, su boca saca el humo del cigarro matutino. Humo que se mezcla con la fría y nublada mañana. El rocío ya invadió el coche. Él no sabe lo que le depara el destino.
Llegó el último alto antes de llegar al trabajo. El cigarro se ha terminado: lo avienta por la ventana y toma un sorbo de café. El “siga” se ha puesto ya. Toma la vuelta a la derecha como siempre, baja la velocidad para pasar el tope, llega a la esquina y mete reversa para estacionarse.
Pero no lo vio. Él no tuvo la culpa, pues no lo vio; el estruendo es tal que para el coche en seco. Él no lo sabe, pero esa mañana había un espía cerca de su casa aguardando el momento perfecto para cometer el homicidio más prudente del día, pero un pequeño tropiezo gracias a sus agujetas lo hizo perder esos segundos tan importantes. Por ello lo esperó hora y media en su trabajo, justo en el cajón de estacionamiento. En la espera fumó un cigarro lentamente y al ver venir el auto, quiso apagar su cigarro velozmente y al darle el pisotón tropezó nuevamente.
El hombre bajó del coche de un salto y se despertó por completo. Miró a los ojos al que yacía en el piso y supo que había muerto…lentamente prendió un cigarro, el segundo de la mañana y suspiró reconfortantemente.

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jueves, 26 de agosto de 2010

¿Algo qué decir?

Hoy abrí una lata sin etiqueta que encontré tirada entre papeles y ropas sucias a la orilla de la cocina. Difinitivamente lo mío no es la limpieza. Ni el orden. Poco menos, la higiene. Otra vez por la noche perdí el control y desperté en el suelo del espacio mencionado sintiendo la espalda molida. Como si hubiera cargado un gran peso. Pronto percibí que tenía la sensación de que no debía abandonar la "seguridad" de la cocina. Sabía que tendría que salir tarde o temprano pero igual decidí posponerlo cuánto pudiera. Ingerí como rata mal alimentada los frijoles fríos del interior de la lata. Tenía las manos manchadas de púrpura; parecía pintura. Busqué algún líquido que pasar por mi garganta que quemaba. Finalmente descubrí un poco de leche a punto de alcanzar su día de expiración. La bebí, y mientras corría aún fresca por mi garganta rasposa me di cuenta de un dolor caliente en la parte posterior del brazo derecho: tenía un arañazo, un rasguño amplio e insistente. Luego me quedé ahí, de pie en la cocina como idiota sin decidirme a salir. Después de unas rápidas negocación y amenaza caminé hacia la sala. En el piso encontré los cuerpos mutilados de 3 hombres de mediana edad, algo más corpulentos y altos que yo. Estaban esparcidos por la sala en medio de un caos de basura, pedazos de muebles y de ropa y quién sabe qué más.
Pero lo que me hizo correr despavorido fue ver pintada con morado en la pared la pregunta: ¿Algo que decir? Porque descubrí que no era pintura lo que manchaba mis manos y la pared.

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¿Algo qué decir?

Hoy abrí una lata sin etiqueta que encontré tirada entre papeles y ropas sucias a la orilla de la cocina. Difinitivamente lo mío no es la limpieza. Ni el orden. Poco menos, la higiene. Otra vez por la noche perdí el control y desperté en el suelo del espacio mencionado sintiendo la espalda molida. Como si hubiera cargado un gran peso. Pronto percibí que tenía la sensación de que no debía abandonar la "seguridad" de la cocina. Sabía que tendría que salir tarde o temprano pero igual decidí posponerlo cuánto pudiera. Ingerí como rata mal alimentada los frijoles fríos del interior de la lata. Tenía las manos manchadas de púrpura; parecía pintura. Busqué algún líquido que pasar por mi garganta que quemaba. Finalmente descubrí un poco de leche a punto de alcanzar su día de expiración. La bebí, y mientras corría aún fresca por mi garganta rasposa me di cuenta de un dolor caliente en la parte posterior del brazo derecho: tenía un arañazo, un rasguño amplio e insistente. Luego me quedé ahí, de pie en la cocina como idiota sin decidirme a salir. Después de unas rápidas negocación y amenaza caminé hacia la sala. En el piso encontré los cuerpos mutilados de 3 hombres de mediana edad, algo más corpulentos y altos que yo. Estaban esparcidos por la sala en medio de un caos de basura, pedazos de muebles y de ropa y quién sabe qué más.
Pero lo que me hizo correr despavorido fue ver pintada con morado en la pared la pregunta: ¿Algo que decir? Porque descubrí que no era pintura lo que manchaba mis manos y la pared.

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