viernes, 24 de noviembre de 2017

México y el perdido arte de narrar historias (micro ensayo)


México necesita una épica propia con niveles trascendentales. Nos pasamos de locales y aspiramos sólo a la sala de la casa.

A menudo hablamos de la cualidad universal de la literatura y de las creaciones en general; de que el lenguaje —no importando el idioma— trasciende las fronteras culturales y puede instalarse de maneras infinitas en los infinitos tipos de lectores de un texto.

Tanto es así que incluso tenemos ya una categoría, un nivel celestial reservado a los clásicos universales: aquellos productos narrativos que trascendieron no sólo las fronteras culturales, sino tal vez aquellas más espesas y sofocantes: las fronteras del tiempo. Y no es corta la lista de los pensadores o creadores que han sabido colocar sus garabatos más allá de las membranas de las épocas.

Si todo esto es posible, humanamente posible, y el mexicano ha sabido en alguna feliz ocasión colocarse en aquel Olimpo cualitativo, ¿por qué demonios parece que ya no podemos hacerlo? ¿Por qué no nos esforzamos por trascender nuestras propias muletillas, nuestra chafez en los modos y las tramas? ¿Por qué tienen que venir de fuera a demostrar que a este país lo que le sobra es la materia prima de las historias más apasionantes y ricas que el mundo pudiera conocer?

Piénselo: usted toma un clásico, un gran favorito, una novela de Dostoievsky, algo de Victor Hugo hasta los pensamientos políglotas de un Steiner. ¡Y pueden hablar de las cuestiones más básicas del ser humano sin quitarle los rasgos propios de su cultura y, con todo ello, elevarlos a lo trascendente! Usted no tiene problema en leer la vida algún personaje típico ruso, las desventuras de las clases más bajas de una Francia que ya no existe, o los piensos de un erudito hijo de varias patrias.

Entonces, ¿por qué aquello que habla del mexicano, su cultura riquísima y también patética, tiene que sentirse necesariamente mal hecho, o mínimamente revisado, o infantil o corriente? Y, ¿por qué la temática y la forma se limitan a los lugares comunes, a reforzar sobre nosotros mismos la imagen limitada y estereotipada que de nosotros se tiene en el resto del orbe?

Quiero hacer notar que no nada más hablo de la literatura. ¡Hablo del todo! ¡Hablo del arte primordial de crear y contar historias! Usted puede ver un anime loquísimo donde se pelean Juana de Arco y algunos samurai del Japón feudal resucitados por una loli y un hombre que no para de fumar para que peleen por el reino de unos elfos y unos enanos...¡y todo tiene sentido, coherencia y calidad! No me molesta que Juana de Arco lance fuego como maestra de Avatar: la leyenda de Aang. Porque hay cierta redondez y calidad, cierta coherencia innata que no sale de las fronteras del propio relato. No se transgrede la verosimilitud ni con los diálogos, ni con la trama. Al final, de una manera extraña, todo calza.

Pero cuando se trata de una caricatura mexicana o algo similar, ¿por qué será que se siente verdaderamente chafa, de mala calidad, o hecha para bobos? Tal vez sea porque se detienen a explicar qué carajos es cada cosa. Tal vez sea porque por fuerza hay los siguientes clichés de personaje: la fresa, el naco, el alburero, el idiota, el ñoño, el indio, el güero. ¡Los personajes también tienen que tener profundidad! Acá todo es escenografía de cartón.

Si hablamos de series —porque hablo de toda creación artística narrativa, incluyendo en granmedida lo audiovisual—: o sólo hablamos de historias de narcos glorificados por el pópulo, o de la inseguridad del país para la gente de a pie, o de las corruptelas innominadas e indescriptibles, como diría Lovecraft, de autoridades de todos los niveles. O, en el extremo opuesto del espectro, hablamos de escándalos carnales o tratamos nuestras tradiciones y la Historia —ésta con mayúscula— como baratijas para mocosos con lesiones cerebrales o como artesanía traída de China para vender en los caminos de Chichén Itzá.

Si no se exige, eventualmente no se podrá ofrecer.


Es necesario demandar más, ¡pero del público! Si detienes al protagonista o su aliado para explicar "mira Chuchito (acento de fresa de Polanco), la leyenda de la Llorona se remonta a hace muchos años en que, una señora, una vez...". En tales casos, ¿para qué carajos veo la película? Mejor déjame que piense, que averigüe poco a poco, que le dé vueltas al asunto, deja unas migas de pan para guiarme nada más y, así como yo, alguien que no sea de México también quiera saber más: emocionarse.


México no sólo necesita sino que merece una épica trascendental hecha con calidad y arte, ya sea en letras, en series, en cine, en caricaturas, o en cualquier otra demostración de la creatividad y la narración.

¡Dejemos de vendernos por lo que el extranjero compra!
¡Dejemos de limitarnos a explicarnos las cosas como a niños de kinder!
¡Dejemos de encerrarnos en tramas más simples que la tabla del 2!
¡Arriesguémonos!

Simplemente vean las minas infinitas de material que tenemos: las tradiciones actuales, los grupos indígenas —vistos desde otro punto de vista o de otra manera, ¡caramba!—, la historia prehispánica —más allá del dizque rencor pendejo de quienes se quejan de la llegada de los españoles—, la fase virreinal que es riquísima, loquísima, verdadero crisol de lo que somos hoy y que se presta para escenario de grandes proezas narrativas, el siglo XIX y el México moderno. Alguien, por favor, líbrese del cliché del naco de barrio y la fresa, del pedorro triángulo amoroso entre cholos o gente de tres apellidos compuestos.

¡Muerte a las telenovelas!

Este escrito había sido iniciado —apenas unos párrafos— hace meses. ahora veo por qué no lo había completado. Llegó #Coco de #Disney #Pixar y reabrió la lata de víboras: Tenemos en Coco una película de calidad, sobre la más bella tradición mexicana —a mi parecer— tratada no como una película para infantes imbéciles. No. La película tiene una trama que por sí sola se desenvuelve muy bien y logra atrapar en cualquier lugar en que se planteara. Lo demás es la escenografía. La acción no se detiene para explicarle al mundo cada maldito detalle de nuestra cultura, ¡de ser así no habría película! Se menciona, si acaso, y se sigue adelante; luego se ve cada elemento en funcionamiento y conjunción con otros. No hay exceso en lo que los gringos llaman exposition: detenerte a explicar la trama, los elementos, los detalles, la época. La acción lo irá explicando. Además, no se limita a presentar el día de muertos de manera plana, ¡es rica joder! Si hasta los escenarios están cargados de detalles cuidadísimos que dan esa tan ansiada redondez y coherencia al material. Como dicen, the devil is in the details: ¿cuántos de ustedes notaron el detalle y la creatividad en la reinterpretación de varios estilos de arquitectura mexicana? Conocer las cosas permite luego ponerse creativo, señores, romper las reglas. Hubo pirámides —bien hechas—, hubo capillas y templos virreinales —muy bien hechos—, hubo algo así como arquitectura del porfiriato, afrancesada a lo art nouveau y deco de principios del XX. Pasamos de la señora con la chancla —el humor que no se siente forzado o barato, sino natural— a la idolatría por el galán del cine de oro. Y las licencias en cuanto a contenido carecen de importancia porque cuadran en el microverso narrativo: los alebrijes no son guías espirituales en la realidad mexicana...¿y eso qué? En la película funciona y es motivo de imágenes artísticas, de la inserción de más contenido visual y narrativo, y además, genera más de una buena risa.

En cuatro palabritas: todo funciona muy bien.

¿Por qué? Por la calidad, el cuidado y la coherencia que vienen desde el guión escrito.

Ah, sí. Porque seguro alguien dirá: ¡Claro! Pues el presupuesto que tiene Pixar ha de ser cuasi infinito. Así cualquiera.
Mi respuesta es: ¡No, señores! Mierda, verdadera mierda de campeonato, se ha hecho gastando cantidades navegables de dinero y eso no parece molestar a los fans de cosas como Bien pinches rápidos y harto furiosos, ¿verdad?
Por el otro lado de la respuesta: Si te tomas la molestia de cuidar la calidad desde el bendito guión, ya tienes un paso en el otro lado. Y no, no digo que ganarás millones de dólares. Digo que lo que obtendrás, si sigues adelante, es empezar a pavimentar el camino hacia un mercado de historias más rico, profundo, atractivo, fascinante y que no tengamos que limitarnos a ver producciones que hablan de otras culturas ni esperar a que venga una multinacional a "enseñarnos como hacer las cosas".

Y, ultimadamente, si ya han venido y lo han hecho, ¿por qué seguimos sin hacer las cosas bien, carajo?

Creador: exígele a tu público sin miedo.
Usuario: exige y consume historias de calidad.

P. D.: Y recordad que la épica de que hablo al principio, si se sabe cómo, se puede sacar hasta del lugar más cotidiano, sin que eso signifique vulgar.
P. D. 2: Todos —los pocos— que lean esto: ¡por favor! Si discrepan o no, recomiéndenme material mexicano de calidad. Narrativa chingona y coherente, en el formato que sea. Quiero que me desengañen y me demuestren que, aunque pocas, existen algunas luces en la noche creativa que vivimos.
Fotografía tomada por mi a las afueras de San José Ayuquila, Oaxaca.

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México y el perdido arte de narrar historias (micro ensayo)


México necesita una épica propia con niveles trascendentales. Nos pasamos de locales y aspiramos sólo a la sala de la casa.

A menudo hablamos de la cualidad universal de la literatura y de las creaciones en general; de que el lenguaje —no importando el idioma— trasciende las fronteras culturales y puede instalarse de maneras infinitas en los infinitos tipos de lectores de un texto.

Tanto es así que incluso tenemos ya una categoría, un nivel celestial reservado a los clásicos universales: aquellos productos narrativos que trascendieron no sólo las fronteras culturales, sino tal vez aquellas más espesas y sofocantes: las fronteras del tiempo. Y no es corta la lista de los pensadores o creadores que han sabido colocar sus garabatos más allá de las membranas de las épocas.

Si todo esto es posible, humanamente posible, y el mexicano ha sabido en alguna feliz ocasión colocarse en aquel Olimpo cualitativo, ¿por qué demonios parece que ya no podemos hacerlo? ¿Por qué no nos esforzamos por trascender nuestras propias muletillas, nuestra chafez en los modos y las tramas? ¿Por qué tienen que venir de fuera a demostrar que a este país lo que le sobra es la materia prima de las historias más apasionantes y ricas que el mundo pudiera conocer?

Piénselo: usted toma un clásico, un gran favorito, una novela de Dostoievsky, algo de Victor Hugo hasta los pensamientos políglotas de un Steiner. ¡Y pueden hablar de las cuestiones más básicas del ser humano sin quitarle los rasgos propios de su cultura y, con todo ello, elevarlos a lo trascendente! Usted no tiene problema en leer la vida algún personaje típico ruso, las desventuras de las clases más bajas de una Francia que ya no existe, o los piensos de un erudito hijo de varias patrias.

Entonces, ¿por qué aquello que habla del mexicano, su cultura riquísima y también patética, tiene que sentirse necesariamente mal hecho, o mínimamente revisado, o infantil o corriente? Y, ¿por qué la temática y la forma se limitan a los lugares comunes, a reforzar sobre nosotros mismos la imagen limitada y estereotipada que de nosotros se tiene en el resto del orbe?

Quiero hacer notar que no nada más hablo de la literatura. ¡Hablo del todo! ¡Hablo del arte primordial de crear y contar historias! Usted puede ver un anime loquísimo donde se pelean Juana de Arco y algunos samurai del Japón feudal resucitados por una loli y un hombre que no para de fumar para que peleen por el reino de unos elfos y unos enanos...¡y todo tiene sentido, coherencia y calidad! No me molesta que Juana de Arco lance fuego como maestra de Avatar: la leyenda de Aang. Porque hay cierta redondez y calidad, cierta coherencia innata que no sale de las fronteras del propio relato. No se transgrede la verosimilitud ni con los diálogos, ni con la trama. Al final, de una manera extraña, todo calza.

Pero cuando se trata de una caricatura mexicana o algo similar, ¿por qué será que se siente verdaderamente chafa, de mala calidad, o hecha para bobos? Tal vez sea porque se detienen a explicar qué carajos es cada cosa. Tal vez sea porque por fuerza hay los siguientes clichés de personaje: la fresa, el naco, el alburero, el idiota, el ñoño, el indio, el güero. ¡Los personajes también tienen que tener profundidad! Acá todo es escenografía de cartón.

Si hablamos de series —porque hablo de toda creación artística narrativa, incluyendo en granmedida lo audiovisual—: o sólo hablamos de historias de narcos glorificados por el pópulo, o de la inseguridad del país para la gente de a pie, o de las corruptelas innominadas e indescriptibles, como diría Lovecraft, de autoridades de todos los niveles. O, en el extremo opuesto del espectro, hablamos de escándalos carnales o tratamos nuestras tradiciones y la Historia —ésta con mayúscula— como baratijas para mocosos con lesiones cerebrales o como artesanía traída de China para vender en los caminos de Chichén Itzá.

Si no se exige, eventualmente no se podrá ofrecer.


Es necesario demandar más, ¡pero del público! Si detienes al protagonista o su aliado para explicar "mira Chuchito (acento de fresa de Polanco), la leyenda de la Llorona se remonta a hace muchos años en que, una señora, una vez...". En tales casos, ¿para qué carajos veo la película? Mejor déjame que piense, que averigüe poco a poco, que le dé vueltas al asunto, deja unas migas de pan para guiarme nada más y, así como yo, alguien que no sea de México también quiera saber más: emocionarse.


México no sólo necesita sino que merece una épica trascendental hecha con calidad y arte, ya sea en letras, en series, en cine, en caricaturas, o en cualquier otra demostración de la creatividad y la narración.

¡Dejemos de vendernos por lo que el extranjero compra!
¡Dejemos de limitarnos a explicarnos las cosas como a niños de kinder!
¡Dejemos de encerrarnos en tramas más simples que la tabla del 2!
¡Arriesguémonos!

Simplemente vean las minas infinitas de material que tenemos: las tradiciones actuales, los grupos indígenas —vistos desde otro punto de vista o de otra manera, ¡caramba!—, la historia prehispánica —más allá del dizque rencor pendejo de quienes se quejan de la llegada de los españoles—, la fase virreinal que es riquísima, loquísima, verdadero crisol de lo que somos hoy y que se presta para escenario de grandes proezas narrativas, el siglo XIX y el México moderno. Alguien, por favor, líbrese del cliché del naco de barrio y la fresa, del pedorro triángulo amoroso entre cholos o gente de tres apellidos compuestos.

¡Muerte a las telenovelas!

Este escrito había sido iniciado —apenas unos párrafos— hace meses. ahora veo por qué no lo había completado. Llegó #Coco de #Disney #Pixar y reabrió la lata de víboras: Tenemos en Coco una película de calidad, sobre la más bella tradición mexicana —a mi parecer— tratada no como una película para infantes imbéciles. No. La película tiene una trama que por sí sola se desenvuelve muy bien y logra atrapar en cualquier lugar en que se planteara. Lo demás es la escenografía. La acción no se detiene para explicarle al mundo cada maldito detalle de nuestra cultura, ¡de ser así no habría película! Se menciona, si acaso, y se sigue adelante; luego se ve cada elemento en funcionamiento y conjunción con otros. No hay exceso en lo que los gringos llaman exposition: detenerte a explicar la trama, los elementos, los detalles, la época. La acción lo irá explicando. Además, no se limita a presentar el día de muertos de manera plana, ¡es rica joder! Si hasta los escenarios están cargados de detalles cuidadísimos que dan esa tan ansiada redondez y coherencia al material. Como dicen, the devil is in the details: ¿cuántos de ustedes notaron el detalle y la creatividad en la reinterpretación de varios estilos de arquitectura mexicana? Conocer las cosas permite luego ponerse creativo, señores, romper las reglas. Hubo pirámides —bien hechas—, hubo capillas y templos virreinales —muy bien hechos—, hubo algo así como arquitectura del porfiriato, afrancesada a lo art nouveau y deco de principios del XX. Pasamos de la señora con la chancla —el humor que no se siente forzado o barato, sino natural— a la idolatría por el galán del cine de oro. Y las licencias en cuanto a contenido carecen de importancia porque cuadran en el microverso narrativo: los alebrijes no son guías espirituales en la realidad mexicana...¿y eso qué? En la película funciona y es motivo de imágenes artísticas, de la inserción de más contenido visual y narrativo, y además, genera más de una buena risa.

En cuatro palabritas: todo funciona muy bien.

¿Por qué? Por la calidad, el cuidado y la coherencia que vienen desde el guión escrito.

Ah, sí. Porque seguro alguien dirá: ¡Claro! Pues el presupuesto que tiene Pixar ha de ser cuasi infinito. Así cualquiera.
Mi respuesta es: ¡No, señores! Mierda, verdadera mierda de campeonato, se ha hecho gastando cantidades navegables de dinero y eso no parece molestar a los fans de cosas como Bien pinches rápidos y harto furiosos, ¿verdad?
Por el otro lado de la respuesta: Si te tomas la molestia de cuidar la calidad desde el bendito guión, ya tienes un paso en el otro lado. Y no, no digo que ganarás millones de dólares. Digo que lo que obtendrás, si sigues adelante, es empezar a pavimentar el camino hacia un mercado de historias más rico, profundo, atractivo, fascinante y que no tengamos que limitarnos a ver producciones que hablan de otras culturas ni esperar a que venga una multinacional a "enseñarnos como hacer las cosas".

Y, ultimadamente, si ya han venido y lo han hecho, ¿por qué seguimos sin hacer las cosas bien, carajo?

Creador: exígele a tu público sin miedo.
Usuario: exige y consume historias de calidad.

P. D.: Y recordad que la épica de que hablo al principio, si se sabe cómo, se puede sacar hasta del lugar más cotidiano, sin que eso signifique vulgar.
P. D. 2: Todos —los pocos— que lean esto: ¡por favor! Si discrepan o no, recomiéndenme material mexicano de calidad. Narrativa chingona y coherente, en el formato que sea. Quiero que me desengañen y me demuestren que, aunque pocas, existen algunas luces en la noche creativa que vivimos.
Fotografía tomada por mi a las afueras de San José Ayuquila, Oaxaca.

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