jueves, 24 de noviembre de 2016

Imposturas impostoras (poema)

Esas gentes,
carajo, que las hay,
¡y a montones!
¿Quién les hace llegar el aguinaldo y bajo qué concepto?
Según el número de gente sobajada,
¿será el tamaño de la tajada?
Tal vez sea proporcional a la cantidad de éter que le han extirpado a sus prójimos con sus ventosas diáfanas.
Los conoces y los conozco.
Los ves al centro de la foto
Y los ves en el extremo sur del mapa.
O, en el peor caso, compartes con ellos el refri, la casa, la cama.
Sus caras no son suyas
O no del todo. Me explico:
Estos seres medran en el mediodía brincando de hombro en hombro.
Te palmean, te preguntan, te platican...pero no te escuchan.
Les sirves, como yo y todos,
únicamente como espejo.
Se te imponen para que ladres
Asintiendo a sus aforismos como si fueran las Tablas de Moisés.
¡Ah! Pero ay de tí si dudas, o corriges o señalas o propones o carraspeas o te mueves de forma alguna que disguste a tu inquilino.
Porque se trata de bufones con máscara de cebra
De colibrí
De lince
De artista contemporáneo o entintador de imprenta
Son el benevolente señor de hacienda
O el condenado limosnero de bajopuente.
Dan cátedra los jueves en la universidad
Y los fines de semana empollan pavorreales frente a las fuentes de sangre del vulgo pavimentario
¡Sángrelos, amigo!
Que vienen ya repletos de los humores y piensos de los vecinos ahítos.
¡Exprímalos con fuerza que, sean lo que sean, vienen llenos de cosa buena y nutritiva!
¡Reviéntelos!
¡Queme sus imposturas impostoras!
Y acuérdese, mi buen, que las sanguijuelas siempre son útiles cuando están bajo el control de su administrador.

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Imposturas impostoras (poema)

Esas gentes,
carajo, que las hay,
¡y a montones!
¿Quién les hace llegar el aguinaldo y bajo qué concepto?
Según el número de gente sobajada,
¿será el tamaño de la tajada?
Tal vez sea proporcional a la cantidad de éter que le han extirpado a sus prójimos con sus ventosas diáfanas.
Los conoces y los conozco.
Los ves al centro de la foto
Y los ves en el extremo sur del mapa.
O, en el peor caso, compartes con ellos el refri, la casa, la cama.
Sus caras no son suyas
O no del todo. Me explico:
Estos seres medran en el mediodía brincando de hombro en hombro.
Te palmean, te preguntan, te platican...pero no te escuchan.
Les sirves, como yo y todos,
únicamente como espejo.
Se te imponen para que ladres
Asintiendo a sus aforismos como si fueran las Tablas de Moisés.
¡Ah! Pero ay de tí si dudas, o corriges o señalas o propones o carraspeas o te mueves de forma alguna que disguste a tu inquilino.
Porque se trata de bufones con máscara de cebra
De colibrí
De lince
De artista contemporáneo o entintador de imprenta
Son el benevolente señor de hacienda
O el condenado limosnero de bajopuente.
Dan cátedra los jueves en la universidad
Y los fines de semana empollan pavorreales frente a las fuentes de sangre del vulgo pavimentario
¡Sángrelos, amigo!
Que vienen ya repletos de los humores y piensos de los vecinos ahítos.
¡Exprímalos con fuerza que, sean lo que sean, vienen llenos de cosa buena y nutritiva!
¡Reviéntelos!
¡Queme sus imposturas impostoras!
Y acuérdese, mi buen, que las sanguijuelas siempre son útiles cuando están bajo el control de su administrador.

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domingo, 20 de noviembre de 2016

Nuevo Desorden Mundial (micro ensayo)

El odio no es nuevo, muchachos. Por favor. No seamos tan inocentes. El Odio siempre ha estado ahí. Lo único que hicimos por menos de cien años fue vestir su (nuestra) carne podrida con una armadura resplandeciente y aplicar el conocido «¡ya cambiamos! ¡Ahora sí ya somos tolerantesinclusivosmenteabiertademocraticosliberalescomprensivosvanguardistastodosunidosporquetodossomoshumanos!».
Pero la carne, por mejor esmalte que recubra la armadura se descompone y apesta. Eventualmente los jugos del proceso se salen del contenedor. Y, éste mismo, comienza su propio proceso de decaimiento: el metal se corroe, se raya, se abolla, se pierde el filo, se desarma y comienza a caer en pedazos.
Así estamos ahora.
Nos sorpenden los abscesos de odio, xenofobia, homofobia, y todas las demás fobias rábicas, y no de temor (no solamente, pues). Pero no se trata más que de valores propios de grupos y culturas que jamás los abandonaron.
Al contrario. Durante este «periodo de tolerancia», que podríamos ya históricamente dar por terminado, estos grupo y sectores no han hecho más que ocultar de la vista pública sus huertos de flores venenosas. Las condiciones de lo «políticamente correcto» fungieron como la humedad, la temperatura y la presión adecuadas para aclimatar los brotes venenosos y los hongos diabólicos y fertilizar el suelo en que arraigaron.
¿Qué facilitó la diseminación de estas pestes? La tecnología llevada e impulsada por una democracia: ambas cosas, armas tan grandes y poderosas que, como Humanidad, tenemos a la mano pero no estamos listos para empuñar adecuadamente.
Somos como niños jugando con revólveres.
Somos como ciegos protegiendo una trinchera.
Primero se nos dio la libertad de elegir nuestros gobiernos...De ahí, la libertad se hizo el valor por excelencia de entre los famosos «derechos humanos». Pero somos miopes y la libertad tiene los bordes borrosos, difusos. Decimos saber dónde acaba la libertad. Pero la práctica nos ha demostrado que no tenemos ni idea de con qué se come eso.
Funcionaba hasta cierto punto. Cuando se otorgaban ciertos momentos para que la ciudadanía se expresara ordenadamente.
Luego nos dieron el internet. Y creo, personalmente, que tal vez no estábamos listos para ello.
De repente la libertad de expresión fue manoseada por todos a la vez. De repente, en el silencio de una sala de conciertos, nos dijeron a todos que podíamos cantar a nuestro gusto. Y eso fue lo que hicimos.
Ahora todos tienen voz, opinión y dictamen. Y el problema es que todos tenemos la obligación de respetar la opinión de los demás, pero también el derecho de exponer y defender la nuestra... ¿Qué procede en ese caso?
Un millón de voces y ni un sólo acuerdo, pero todas valen lo mismo y son defendibles y hay que tolerarlas y hasta reconocerlas...
Fue entonces que el cadáver podrido bajo la armadura brillante, del que ya hablamos al principio, tomó la voz y dio su opinión... Fue ahí cuando, ejerciendo su derecho, se expresó y su chillido fue repetido por miles de cerditos que berrearon al unísono... en contra de los demás, de los otros cerdos del chiquero, de los de otros chiqueros....de todos los cerdos que no fueran ellos mismos, aunque se revolcaran en el mismo lodo.
Sólo estoy reflexionando, pensando en letras altas, dándole la vuelta al asunto para ver si le encuentro pies y cabeza. Aunque me doy cuenta que estamos tratando con un monstruo de mil pies y mil cabezas, sin orden ni concierto.
Creo que se pregonaron determinados valores por un tiempo, sin conocer el alcance real de los mismos. Porque era imposible, literalmente, escuchar a todas las voces del pueblo, de todos los pueblos. Luego la tecnología vino a acrecentar exponencialmente todo: el número de voces, el alcance de sus gritos, el impacto sonoro que difinden y el destrozo increíble que están generando sus ecos.
Hay diez mil factores más que labraron el desfiladero ante el que nos encontramos, pero al menos creo que estos dos, más que picos y martillos, fueron cargas explosivas que usamos para abrirnos paso por la tierra, sin saber a ciencia cierta la profundidad de los agujeros que cavamos con ellas.

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Nuevo Desorden Mundial (micro ensayo)

El odio no es nuevo, muchachos. Por favor. No seamos tan inocentes. El Odio siempre ha estado ahí. Lo único que hicimos por menos de cien años fue vestir su (nuestra) carne podrida con una armadura resplandeciente y aplicar el conocido «¡ya cambiamos! ¡Ahora sí ya somos tolerantesinclusivosmenteabiertademocraticosliberalescomprensivosvanguardistastodosunidosporquetodossomoshumanos!».
Pero la carne, por mejor esmalte que recubra la armadura se descompone y apesta. Eventualmente los jugos del proceso se salen del contenedor. Y, éste mismo, comienza su propio proceso de decaimiento: el metal se corroe, se raya, se abolla, se pierde el filo, se desarma y comienza a caer en pedazos.
Así estamos ahora.
Nos sorpenden los abscesos de odio, xenofobia, homofobia, y todas las demás fobias rábicas, y no de temor (no solamente, pues). Pero no se trata más que de valores propios de grupos y culturas que jamás los abandonaron.
Al contrario. Durante este «periodo de tolerancia», que podríamos ya históricamente dar por terminado, estos grupo y sectores no han hecho más que ocultar de la vista pública sus huertos de flores venenosas. Las condiciones de lo «políticamente correcto» fungieron como la humedad, la temperatura y la presión adecuadas para aclimatar los brotes venenosos y los hongos diabólicos y fertilizar el suelo en que arraigaron.
¿Qué facilitó la diseminación de estas pestes? La tecnología llevada e impulsada por una democracia: ambas cosas, armas tan grandes y poderosas que, como Humanidad, tenemos a la mano pero no estamos listos para empuñar adecuadamente.
Somos como niños jugando con revólveres.
Somos como ciegos protegiendo una trinchera.
Primero se nos dio la libertad de elegir nuestros gobiernos...De ahí, la libertad se hizo el valor por excelencia de entre los famosos «derechos humanos». Pero somos miopes y la libertad tiene los bordes borrosos, difusos. Decimos saber dónde acaba la libertad. Pero la práctica nos ha demostrado que no tenemos ni idea de con qué se come eso.
Funcionaba hasta cierto punto. Cuando se otorgaban ciertos momentos para que la ciudadanía se expresara ordenadamente.
Luego nos dieron el internet. Y creo, personalmente, que tal vez no estábamos listos para ello.
De repente la libertad de expresión fue manoseada por todos a la vez. De repente, en el silencio de una sala de conciertos, nos dijeron a todos que podíamos cantar a nuestro gusto. Y eso fue lo que hicimos.
Ahora todos tienen voz, opinión y dictamen. Y el problema es que todos tenemos la obligación de respetar la opinión de los demás, pero también el derecho de exponer y defender la nuestra... ¿Qué procede en ese caso?
Un millón de voces y ni un sólo acuerdo, pero todas valen lo mismo y son defendibles y hay que tolerarlas y hasta reconocerlas...
Fue entonces que el cadáver podrido bajo la armadura brillante, del que ya hablamos al principio, tomó la voz y dio su opinión... Fue ahí cuando, ejerciendo su derecho, se expresó y su chillido fue repetido por miles de cerditos que berrearon al unísono... en contra de los demás, de los otros cerdos del chiquero, de los de otros chiqueros....de todos los cerdos que no fueran ellos mismos, aunque se revolcaran en el mismo lodo.
Sólo estoy reflexionando, pensando en letras altas, dándole la vuelta al asunto para ver si le encuentro pies y cabeza. Aunque me doy cuenta que estamos tratando con un monstruo de mil pies y mil cabezas, sin orden ni concierto.
Creo que se pregonaron determinados valores por un tiempo, sin conocer el alcance real de los mismos. Porque era imposible, literalmente, escuchar a todas las voces del pueblo, de todos los pueblos. Luego la tecnología vino a acrecentar exponencialmente todo: el número de voces, el alcance de sus gritos, el impacto sonoro que difinden y el destrozo increíble que están generando sus ecos.
Hay diez mil factores más que labraron el desfiladero ante el que nos encontramos, pero al menos creo que estos dos, más que picos y martillos, fueron cargas explosivas que usamos para abrirnos paso por la tierra, sin saber a ciencia cierta la profundidad de los agujeros que cavamos con ellas.

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jueves, 17 de noviembre de 2016

Mutilar los comienzos (poema)

Comenzar es siempre lo más difícil de todo.
Comenzar no tiene caso si no se va a terminar.
Y tiene la misma carencia de sentido si con el fin de llegar al fin tenemos que comenzar desde el comienzo.
Tanto para nada, pues.
Es necesario mutilar los comienzos.
Si pudiéramos deberíamos arrancar en la vida a los...¿qué? ¿16, 17 años?
Júpiter o algún otro dios marica debe haber temido dejarnos nacer armados y repartiendo tajos como Minerva.
Pero nos importa demasiado la edad.
La confundimos con sabiduría.
Nos importa más (¡no mientas y menos sonrías cuando te descubro mientras lees esto!) si tengo 479 días más en este valle de sangres que tú.
Y también valoramos el origen humilde. Al abnegado trabajador que se parte los lomos.
Aunque luego se convierta en millonario subyugador de sus excongéneres y excolegas de calvario.
Y sin embargo, pese a que estas cosas las medimos con la medida del oro, los comienzos que de verdad importan son los mínimos:
Cuando renace el día y uno preferiría morirse a salir de la cama,
o mejor ser despedido que meterse a bañar.
Es igual de difícil levantar un imperio desde el polvo
que sacar a pasear al perro,
preparar el café,
enfrentarse al noticiero matutino,
soportar a los non gratos que pululan: en el camión, en la calle, en el trabajo, en el maldito Oxxo, en el puente peatonal, en el cuarto de al lado.
Por eso digo yo que en lugar de ensalzar los comienzos,
empecemos por leer el final de la novela.
Primero ver a los muertos y luego rearmar su vida,
pedacito a pedacito,
hasta dar con el punto en que todo se fue al carajo.
Y así tal vez, si pensáramos primero en el final de nuestra propia madeja, veríamos que se extiende hasta nosotros, tendiéndose como carretera flexible,
dispuesta a visitar tantas maravillas como nos sea posible.

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Mutilar los comienzos (poema)

Comenzar es siempre lo más difícil de todo.
Comenzar no tiene caso si no se va a terminar.
Y tiene la misma carencia de sentido si con el fin de llegar al fin tenemos que comenzar desde el comienzo.
Tanto para nada, pues.
Es necesario mutilar los comienzos.
Si pudiéramos deberíamos arrancar en la vida a los...¿qué? ¿16, 17 años?
Júpiter o algún otro dios marica debe haber temido dejarnos nacer armados y repartiendo tajos como Minerva.
Pero nos importa demasiado la edad.
La confundimos con sabiduría.
Nos importa más (¡no mientas y menos sonrías cuando te descubro mientras lees esto!) si tengo 479 días más en este valle de sangres que tú.
Y también valoramos el origen humilde. Al abnegado trabajador que se parte los lomos.
Aunque luego se convierta en millonario subyugador de sus excongéneres y excolegas de calvario.
Y sin embargo, pese a que estas cosas las medimos con la medida del oro, los comienzos que de verdad importan son los mínimos:
Cuando renace el día y uno preferiría morirse a salir de la cama,
o mejor ser despedido que meterse a bañar.
Es igual de difícil levantar un imperio desde el polvo
que sacar a pasear al perro,
preparar el café,
enfrentarse al noticiero matutino,
soportar a los non gratos que pululan: en el camión, en la calle, en el trabajo, en el maldito Oxxo, en el puente peatonal, en el cuarto de al lado.
Por eso digo yo que en lugar de ensalzar los comienzos,
empecemos por leer el final de la novela.
Primero ver a los muertos y luego rearmar su vida,
pedacito a pedacito,
hasta dar con el punto en que todo se fue al carajo.
Y así tal vez, si pensáramos primero en el final de nuestra propia madeja, veríamos que se extiende hasta nosotros, tendiéndose como carretera flexible,
dispuesta a visitar tantas maravillas como nos sea posible.

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domingo, 6 de noviembre de 2016

Una poesía sin causa (poema)

Se había derramado el vino
de entre los fulgores del alba.
Se esparcía
como la sangre entre las piernas de las damas.
Mientras, me cosías los labios con rafia verde,
me decorabas con las puntas de hierro de tus garras.
Y caminabas
Y caminabas más
Y sin dejar de caminar te acercaste
O te alejabas
(No estaba yo en condiciones de discernirlo [y mucho menos de dudarlo])
Ya después de las carreras
se desplomaron varios,
como caballos reventados.
Y la suciedad no tuvo quién la compactara con sus pezuñas.
Así comenzó el año,
allá por octubre.
Y terminó un jueves a la tarde
en una mesa sin patas,
en una alcoba sin paredes,
en una cruda digna de las Coronas,
en esas salpicaduras de amanecer
agarradas a tus legañas.
Al ascender los días
perdemos la noción de cómo descienden los años,
hasta el fondo de sus criptas a flor de tierra.
Nos arrebatamos el aire de entre las quijadas
con el argumento de la escoba amarilla
que te presté y que ya no sé si me devolviste
ni tú si yo te la pedí en primer lugar.
A la par, se absorben las horas tintas que siguen derramadas
Y a saber a quién carajos le toca limpiar el mantel y la alfombra de la sala.

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Una poesía sin causa (poema)

Se había derramado el vino
de entre los fulgores del alba.
Se esparcía
como la sangre entre las piernas de las damas.
Mientras, me cosías los labios con rafia verde,
me decorabas con las puntas de hierro de tus garras.
Y caminabas
Y caminabas más
Y sin dejar de caminar te acercaste
O te alejabas
(No estaba yo en condiciones de discernirlo [y mucho menos de dudarlo])
Ya después de las carreras
se desplomaron varios,
como caballos reventados.
Y la suciedad no tuvo quién la compactara con sus pezuñas.
Así comenzó el año,
allá por octubre.
Y terminó un jueves a la tarde
en una mesa sin patas,
en una alcoba sin paredes,
en una cruda digna de las Coronas,
en esas salpicaduras de amanecer
agarradas a tus legañas.
Al ascender los días
perdemos la noción de cómo descienden los años,
hasta el fondo de sus criptas a flor de tierra.
Nos arrebatamos el aire de entre las quijadas
con el argumento de la escoba amarilla
que te presté y que ya no sé si me devolviste
ni tú si yo te la pedí en primer lugar.
A la par, se absorben las horas tintas que siguen derramadas
Y a saber a quién carajos le toca limpiar el mantel y la alfombra de la sala.

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martes, 1 de noviembre de 2016

Cuando Lázaro se levantó...

I
Ya sé. Ya sé.
Como dicen los de Clutch: Lazarus is back from the dead...Looking as one would expect.
Lo mismo aplica en esta ocasión para mi blog, que a diferencia de Lázaro tiene más de tres días con la puerta sellada por una roca. Así que imaginemos el escenario. O mejor no.
¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora, a estas horas? ¿Por qué mientras estoy acostado en mi catre de jarcia (o como se escriba) sudando a más de 2000 km de las ciudades donde vivo o de aquellas en que viven mi familia y amigos?
Pues porque, supongo, difícilmente hallaré mejor momento.
En fin, esta entrada también pretende retomar la poco visitada costumbre de mi «Bitácora de viajero». Y es que la ocasión lo amerita. Estoy en medio de un viaje que consta de muchos (pero que muchos) pequeños viajes distintos.
Me encuentro en Sonora, en una comunidad del territorio yaqui haciendo lo que me gusta y por lo que estudié 5 años. El trabajo siempre fue el pretexto perfecto para conocer las esquinas y recovecos de mi país. Hoy estoy de regreso en el norte y no puedo dejar de ver en ello la acción cíclica de los engranes del tiempo.
Mi viaje no es en solitario. Procuro no olvidar que «happiness only real when shared». Y eso lo hace más ameno y también más enriquecedor.
Mi cuerpo está aquí al Sur de lo que es el Norte y que también es muy Occidente. Pero mi mente está de viaje por mil lugares y tiempos diferentes. ¿Cómo? Por la lectura.
No sólo volví al vicio sino que ahora me sobredosifico a diario. Y lo disfruto increíblemente. Cada libro es una vida vivida hecha de las mil experiencias del autor, las cuales son también sus vidas hechas de vidas anteriores cuyo cúmulo cognoscitivo no alcanza uno a retener todo entre las manos. Más bien pasa frente a uno mientras lee y trata de arrancarle tantos bocados como sea posible.
II
En esas estamos, como se dice. Llega noviembre y con él vuelven, aunque sea tantito, los muertos. Justo ahora oigo repicar las campanas del templo y me hago a la idea de visitar el panteón yaqui que en esta fecha permanece inundado por la luz anaranjada de cientos de veladoras.
Así, no sólo viajo dentro del presente, y me asomo al pasado. También viajo, cuánto es posible, dentro de las entrañas del futuro. Viaje por demás peligroso y que más que sabiduría, prodiga al aventurero desazones y promesas de desesperación pero que desembocan, la mayoría, junto a buenos puertos.
Me queda nada más decir que, bien dicen algunos, mientras más leo, más quiero leer y, también, más muero por escribir de manera seria. Serial. Seriada. En serio.

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Cuando Lázaro se levantó...

I
Ya sé. Ya sé.
Como dicen los de Clutch: Lazarus is back from the dead...Looking as one would expect.
Lo mismo aplica en esta ocasión para mi blog, que a diferencia de Lázaro tiene más de tres días con la puerta sellada por una roca. Así que imaginemos el escenario. O mejor no.
¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora, a estas horas? ¿Por qué mientras estoy acostado en mi catre de jarcia (o como se escriba) sudando a más de 2000 km de las ciudades donde vivo o de aquellas en que viven mi familia y amigos?
Pues porque, supongo, difícilmente hallaré mejor momento.
En fin, esta entrada también pretende retomar la poco visitada costumbre de mi «Bitácora de viajero». Y es que la ocasión lo amerita. Estoy en medio de un viaje que consta de muchos (pero que muchos) pequeños viajes distintos.
Me encuentro en Sonora, en una comunidad del territorio yaqui haciendo lo que me gusta y por lo que estudié 5 años. El trabajo siempre fue el pretexto perfecto para conocer las esquinas y recovecos de mi país. Hoy estoy de regreso en el norte y no puedo dejar de ver en ello la acción cíclica de los engranes del tiempo.
Mi viaje no es en solitario. Procuro no olvidar que «happiness only real when shared». Y eso lo hace más ameno y también más enriquecedor.
Mi cuerpo está aquí al Sur de lo que es el Norte y que también es muy Occidente. Pero mi mente está de viaje por mil lugares y tiempos diferentes. ¿Cómo? Por la lectura.
No sólo volví al vicio sino que ahora me sobredosifico a diario. Y lo disfruto increíblemente. Cada libro es una vida vivida hecha de las mil experiencias del autor, las cuales son también sus vidas hechas de vidas anteriores cuyo cúmulo cognoscitivo no alcanza uno a retener todo entre las manos. Más bien pasa frente a uno mientras lee y trata de arrancarle tantos bocados como sea posible.
II
En esas estamos, como se dice. Llega noviembre y con él vuelven, aunque sea tantito, los muertos. Justo ahora oigo repicar las campanas del templo y me hago a la idea de visitar el panteón yaqui que en esta fecha permanece inundado por la luz anaranjada de cientos de veladoras.
Así, no sólo viajo dentro del presente, y me asomo al pasado. También viajo, cuánto es posible, dentro de las entrañas del futuro. Viaje por demás peligroso y que más que sabiduría, prodiga al aventurero desazones y promesas de desesperación pero que desembocan, la mayoría, junto a buenos puertos.
Me queda nada más decir que, bien dicen algunos, mientras más leo, más quiero leer y, también, más muero por escribir de manera seria. Serial. Seriada. En serio.

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