Eufonía
Deja, me dices, deja que la cadencia vibrante, brillante, intensa penetre en tus oidos, que los inunde. ¡Grita, clama, golpea!
Así lo hago, después de todo, sucumbo a las percusiones y los acordes ebrios que tambalean en el humo del salón, que se retuercen en éxtasis sobre el suelo.
Cierro mis ojos y dejo que los sonidos del exterior me rebelen su ritmo, su escencia y hago que penetren por mis poros...pequeñas explosiones en los dedos.
Súbitamente el caos del ruido cotidiano se aparece ante mi como una visión luminosa y radiante, como un retablo armonioso de sonidos simétricos, de luces doradas que rompen dicha simetría celestial, enriqueciéndola con filos insospechados, con ángulos agudos.
Pon atención, me insistes, los motores que rugen afuera, el vidrio estallando lentamente, los truenos en el cielo, la sangre que se precipita en mis arterias...también en las tuyas, el crujir de algún corazón roto, algún dolor pasajero, alguna ansiedad encarnada...¡fúndelo todo!
Y, en medio de mi catársis, apenas si con gran trabajo logro tomar una pluma para escribir, para tratar de transcribir el concierto en mi cabeza. Lo estoy haciendo bien...escucho que tus labios se tuercen en una sonrisa y que tus pupilas se dilatan ligeramente. Sigo escribiendo y el mismo sonido de la pluma chocando contra el papel entra en la composición.
Comienzo a bambolearme en mi silla y te acercas un poco, temes que mis ataduras puedan soltarse...como la última vez. Pero no, esta ves has hecho los nudos con la maestría adquirida a través de la experiencia; escucho que el cuero se tensa pero no cede, que cruje pero no se parte y entonces viene tu respiración sarcástica y benévola a la vez.
No olvides que hacemos esto por ti, para ti...parece no haber otra forma.
Pero siempre la hay; debe de haberla...una menos dolorosa, menos violenta, menos abrumadora e inutilizante.
Escucho tu sorpresa al verme dejar de escribir frenéticamente; casi puedo oirte pensar: Terminó. He dejado de moverme y de temblar, recobro tan solo un poco mis otros sentidos, aflojo todos mis músculos doloridos. Luego te acercas, tomas el cuchillo de la mesa y cortas mis ataduras. Lo has hecho excelente, me dices.
Entonces te miro a los ojos mientras una gota de sudor corre con gran estrépito por mi nuca haciéndome apretar los dientes que igualmente rechinan como el metal de los edificios durante un temblor...No dejo de mirarte a los ojos.
Es luego que percibo la colisión del cuchillo sobre la mesa. Lo tomo sin dejar de mirarte. Parece que no te percatas hasta que llega la sensación de dolor en el pecho hasta tu cerebro, tu rostro se paraliza. Si tan solo hubieras puesto atención al grito del aire cortado por la hoja del cuchillo...se me aparece el suave rumor de la piel que se abre para dar paso al metal en el cuerpo.
Ahora yaces en el suelo, tomo la pluma y la hoja y luego me siento. Un ligero estremecimiento recorre mi espalda y es la pauta que tomo para inicar este nuevo y último trabajo...un réquiem brotando de tí al igual que la sangre que como lluvia musical choca contra el suelo, los respiros agitados y entrecortados, la armonía de tus ojos escrutando el techo, luego la pared, luego escrutándome a mí. Finalmente me detengo en los silencios tan necesarios para toda gran composición; tu corazón que poco a poco los prolonga para depués no retumbar más...ahora sí te lo digo yo mismo: He terminado.
Así lo hago, después de todo, sucumbo a las percusiones y los acordes ebrios que tambalean en el humo del salón, que se retuercen en éxtasis sobre el suelo.
Cierro mis ojos y dejo que los sonidos del exterior me rebelen su ritmo, su escencia y hago que penetren por mis poros...pequeñas explosiones en los dedos.
Súbitamente el caos del ruido cotidiano se aparece ante mi como una visión luminosa y radiante, como un retablo armonioso de sonidos simétricos, de luces doradas que rompen dicha simetría celestial, enriqueciéndola con filos insospechados, con ángulos agudos.
Pon atención, me insistes, los motores que rugen afuera, el vidrio estallando lentamente, los truenos en el cielo, la sangre que se precipita en mis arterias...también en las tuyas, el crujir de algún corazón roto, algún dolor pasajero, alguna ansiedad encarnada...¡fúndelo todo!
Y, en medio de mi catársis, apenas si con gran trabajo logro tomar una pluma para escribir, para tratar de transcribir el concierto en mi cabeza. Lo estoy haciendo bien...escucho que tus labios se tuercen en una sonrisa y que tus pupilas se dilatan ligeramente. Sigo escribiendo y el mismo sonido de la pluma chocando contra el papel entra en la composición.
Comienzo a bambolearme en mi silla y te acercas un poco, temes que mis ataduras puedan soltarse...como la última vez. Pero no, esta ves has hecho los nudos con la maestría adquirida a través de la experiencia; escucho que el cuero se tensa pero no cede, que cruje pero no se parte y entonces viene tu respiración sarcástica y benévola a la vez.
No olvides que hacemos esto por ti, para ti...parece no haber otra forma.
Pero siempre la hay; debe de haberla...una menos dolorosa, menos violenta, menos abrumadora e inutilizante.
Escucho tu sorpresa al verme dejar de escribir frenéticamente; casi puedo oirte pensar: Terminó. He dejado de moverme y de temblar, recobro tan solo un poco mis otros sentidos, aflojo todos mis músculos doloridos. Luego te acercas, tomas el cuchillo de la mesa y cortas mis ataduras. Lo has hecho excelente, me dices.
Entonces te miro a los ojos mientras una gota de sudor corre con gran estrépito por mi nuca haciéndome apretar los dientes que igualmente rechinan como el metal de los edificios durante un temblor...No dejo de mirarte a los ojos.
Es luego que percibo la colisión del cuchillo sobre la mesa. Lo tomo sin dejar de mirarte. Parece que no te percatas hasta que llega la sensación de dolor en el pecho hasta tu cerebro, tu rostro se paraliza. Si tan solo hubieras puesto atención al grito del aire cortado por la hoja del cuchillo...se me aparece el suave rumor de la piel que se abre para dar paso al metal en el cuerpo.
Ahora yaces en el suelo, tomo la pluma y la hoja y luego me siento. Un ligero estremecimiento recorre mi espalda y es la pauta que tomo para inicar este nuevo y último trabajo...un réquiem brotando de tí al igual que la sangre que como lluvia musical choca contra el suelo, los respiros agitados y entrecortados, la armonía de tus ojos escrutando el techo, luego la pared, luego escrutándome a mí. Finalmente me detengo en los silencios tan necesarios para toda gran composición; tu corazón que poco a poco los prolonga para depués no retumbar más...ahora sí te lo digo yo mismo: He terminado.
Etiquetas: cuento
2 comentarios:
[piensa, escribe...insistó en la impresión de la primera acción por medio las letras...]
Mariana dijo...
Que el enorme silencio perturbador de la vida y el magnifico don de escribir con semejante maestría, te ayuden a nunca desistir en la lucha del papel y las ideas.
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio