lunes, 27 de marzo de 2017

«Escritura no-creativa» de Kenneth Goldsmith (micro ensayo) (reseña)


Recién tuve la oportunidad de leer esta joyita —en el sentido no-original que propone su autor, claro está— y sentí la necesidad de redactar un poco al respecto; más que para compartir el contenido de la obra —que es el contenido de otras obras—, para favorecer que no se me olviden las premisas que tuve la fortuna de leer.

Kenneth Goldsmith ataca sin tapujos el concepto «romántico», según él mismo, del genio creador. Y en esto debo coincidir completamente con él: vivimos en una época en la que la mayoría de las personas, en cualquier ámbito —especialmente el artístico— reconocen de una manera u otra que la originalidad absoluta ya no existe, que nuestro mundo se configura sólo de remixes, cada vez más inverosímiles y heterogéneos.
Sin embargo, en ciertas ramas como la literatura —el universo de acción del lenguaje en su traducción de conceptos y sonidos a marcas generalmente de tinta en un papel, en escritura— se sigue exigiendo la creatividad pura y dura. Es igualmente reconocido que el autor que toma secciones, partes, y hasta frases de otro es un plagiario, un ladrón, un copiche.

¿Cómo entonces en otras artes, como la pintura, se permite y hasta se aplauden técnicas como el collage, los pastiches, etc? ¿Qué de diferente tiene recortar imágenes y pegarlas en desorden en un cuadro con recortar y reordenar y mezclar textos dentro de otro texto?

El detonador de éstas y todas las demás preguntas que se hace Goldsmith es la era digital y el reinado actual del internet. Jamás antes en la historia el ser humano había producido —así, como producto o subproducto de actividades determinadas— tanto lenguaje por día, por hora, por minuto, como desde la generalización del acceso a internet. Hablamos de la capacidad de adentrarnos en una marea ilimitada que se expande y no sólo permite, sino que invita a todos, a tomar de él lo que cada quien guste y lo comparta, lo retuitee, lo bloguee, y demás métodos de viralización de la información.

A partir de semejante fenómeno de reproducción infinita de lenguaje, Goldsmith propugna por el reconocimiento del «genio-no creativo», es decir, aquel ser dotado de una habilidad poco común para tomar, cortar, robar, reordenar, remixear, deconstruir, descontextualizar los paquetes de información que crea necesarios para crear otra cosa diferente de la que sus autores «originales» pretendieron decir.

El ejemplo más accesible a todos es el meme (aunque el no aborda a los memes en el libro, sino las corrientes de las artes plásticas y los experimentos conceptuales del siglo XX en la poesía) y su funcionamiento como herramienta lingüística a veces altamente cifrada y accesible sólo a algunos grupos, o en ocasiones de una simpleza y valor basados en la repetición y gradual alteración que se vuelven parte del lenguaje —hablado— común de buena parte de la población. En los memes podemos encontrar el uso y la apropiación verdaderamente «no-creativa» de fuentes de video, noticias, textos, historia, películas, y demás, en las que el valor radica en hacerlas graciosas o incisivas al sacarles de su contexto, mezclarlo con otros contenidos que alteran los significados. Y no vemos a nadie poniendo citas ni referenciando fuentes con notas al pie de cada meme que nos topamos en internet.

¿Por qué entonces le exigimos a los autores que lo hagan?

Aquí Goldsmith menciona muy superficialmente las leyes de protección a los derechos de autor y demás herramientas legales que radicalizan la imagen del que toma texto sin siempre decir a quién pertenece. Yo en lo personal creo que esta situación puede ser la respuesta a las preguntas que se plantea Goldsmith: las demás artes, sobre todo las plásticas, no cuentan con un aparato legal y de industrialización comercial como la industria del lenguaje: los libros, las editoriales, los que hacen posible la publicación y difusión de los textos. Por supuesto que con el cada vez más indiscutible poder de internet sobre el comportamiento del lenguaje esto puede cambiar o verse amenazado en el futuro —el debate comenzó, aunque en otros términos con los libros electrónicos y los pdfs ilegales—. Pero creo que la tradición editorial y monopolista que en siglos anteriores tuvo la palabra impresa ha dejado su marca en dicho arte de manera que ni siquiera la cuestionamos pues ¿cómo existiría o conoceríamos la producción literaria si no fue por quiénes la plasman en su soporte físico y la distribuyen?

Goldsmith retoma de otros autores la idea de que en dicho sentido el arte del lenguaje está atrasado en sus convulsiones renovadoras con respecto al resto de las artes. Para la pintura, el momento de reinvención y exploración llegó con la creación y difusión de la fotografía. Antes el papel de la pintura consistía más en la representación fiel de la realidad. Cuando la fotografía facilitó y llevó a niveles superiores dicha labor, la pintura comenzó a explorar y derribar sus propias fronteras: nacieron las vanguardias.

Para la literatura, dice Goldsmith que el momento de la verdad y la reinvención llegan con internet y la producción masiva de textos, la edición, reedición, el copy-paste y el plagio, a veces genial diría él, de obras para su deconstrucción y manipulación libre.

No quiero expandirme más sobre el contenido del libro puesto que estos postulados que enuncia los defiende a lo largo del libro con una cantidad bárbara —y véase aquí la ironía— de referencias de autores, de antecedentes, de artistas que transgredieron las normas convencionales y románticas del genio creador encerrado sólo en su estudio generando desde la nada una obra maestra de la creatividad y genialidad puras.

No, señores. Por más que crean haber inventado el hilo negro, recuerden que alguien, en algún lado, en algún punto de la historia, ya hizo, pensó, dijo o escribió lo que ustedes se proponen. Hay, sin embargo que mezclarlo con otras cosas, muchas otras cosas, para tratar de generar, si bien, no un tema único y propio, sí una manera muy propia —aunque sea armada de miembros ajenos— de decir aquello que ya se ha dicho.

Busquen y lean el maldito libro. Si lo encuentran en internet, no creo que Goldsmith tenga problema en que lo descarguen. Léanlo y verán de qué hablo.

Fotografía tomada por mi .

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1 comentarios:

Anonymous Caribú Trombosis ha dicho...

Saludos desde Firefox

Buen libro el que elegiste, como para pasar por un tunel de desesperación y salir en comunión con la cultura globalizadora, sin tapujos por amalgamamiento. Bueno, a eso suena, no lo he leído.

Creo que buena parte de esa rigidez en la escritura viene de sus origenes como palabra imperecedera y de utilidad regia y sacra. Se me hace dificil creer que las editoriales y los derechos de autor tengan tanto poder; en la música me parece que hay más rigidez en ese sentido. De creaciones evidentemente quimericas en el ambito escrito, gracias al internet, están las fanficcions y la manipulación de citas en las redes sociales al servicio de la descontextualización. Supongo que el genio literario será aquel que sepa manipular de manera selectiva y maquiavelica toda la nube de información.

3 de junio de 2017, 11:22  

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