domingo, 25 de septiembre de 2011

Algún silencio ajeno

Ya sabes. De esos días en que te sientes maderita flotando en altamar y acorde aplastado entre los dedos de una bella mujer. Entre sus labios, mejor. Si va a doler, que valga la pena.
Tiendo a tenderme bajo la tienda, y así, tendido y a tientas voy tentando las tentaciones con que el Tentador se ve tentado a tentarme...tan débil es su voluntad. La mía también y sucumbo a su danza.
¡Danza! Por su parte Dios se manifiesta en ella: la prueba de su existencia está en la genética perfectamente obrada de la mujer, que nace queriendo mover su cuerpo al ritmo de unos tambores, de unos aplausos, de unas monedas o de un suspiro.
Pero en verdad sépase: Aquí no desfallece. Se corrompe una infinitesimal parte de uno, algo así como media célula a la vez. Media célula que va quedándose hueca, que se rellena luego de ollín y que se convierte en ascuas al poco.
¡Imagínate, sapo horroroso que vive tras el espejo, las desventuras ampulosas! No es sencillo ser el arquitecto de la obra que hoy implotas, y mucho menos ser hacha del propio cuello. Poco de heroico habrá en ello, y la tragazón de las moscas lo verá perderse en brumas.
Mentira.
Vivir mintiendo es sencillo. Si, por lo tanto vivir vomitando verdades es la vía difícil: ¡Échame un verdadero reto, anciano berrugoso y salino! Porque muero de ganas por ver hasta qué punto comienza, como cacharro desvencijado, mi cuerpo a colapsar y a desmantelarse, pieza a pieza, tornillo a tornillo.

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1 comentarios:

Blogger Jula Malversada ha dicho...

Tenebroso tentador, ente intolerable. Cómo no sucumbir a su contoneo si es forma de mujer.

Me gustan las imágenes.

2 de octubre de 2011, 0:38  

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