Breve estampa de lúcido caído y sus rituales propiciatorios I
Aunque ya se ha escrito bajo el peso de los mismos acordes, inagotables en realidad, me reservo a discreción todas las infinitas variantes que una canción puede llegar a generar, en especial ésta.
La vida en sí es una canción, distinta para cada quien y que se repite sin cesar hasta la muerte. Una canción que genera las más disímiles sensaciones, dependiendo del momento en que ésta vuelve a comenzar. Y hago énfasis: se trata de la misma composición, la que un día nos trae la luz, y al día siguiente nos roba un par de lágrimas sin que nos demos cuenta.
Hoy no tengo ganas de interpretarme ni mucho menos. Hoy tengo ganas de tirarme en el empedrado de alguna lejana ciudad. Hoy podría dejarme inundar por una lluvia helada que ralentizara los procesos en mi mente y refrescara mi espalda y mis hombros...siempre con el ritmo de una canción en el golpeteo de cada gota.
Sin embargo tal sinfonía nos es revelada en momentos contados, en que la intuición comienza a hablar espaciadamente, subiendo y bajando sus tonos, haciendo sonidos extraños, cantando.
Y nada más saludable para un espíritu angustiado que recrear a su alrededor el cielo nocturno (cerrar los párpados); reconocer poco a poco constelaciones y estrellas en él (magia de la iluminación interna de los mismos); sentir el rumor lejano de la ciudad (confundiendo con él la propia respiración); escuchar el silbido de las mismas estrellas mientras comienzan a precipitarse en incesante espectáculo, en envolvente cortina sonora (fenómeno éste generado sin interferencia del exterior) y finalmente, anexar a la lluvia lumínico-sonora, una retahila de gritos desgarrados y liberadores salidos más del esternón que de la garganta (gritar, con los ojos cerrados, tirado sobre la cama, con las luces apagadas y la ventana abierta, mientras afuera los vecinos observan una lluvia de estrellas sin igual).
La vida en sí es una canción, distinta para cada quien y que se repite sin cesar hasta la muerte. Una canción que genera las más disímiles sensaciones, dependiendo del momento en que ésta vuelve a comenzar. Y hago énfasis: se trata de la misma composición, la que un día nos trae la luz, y al día siguiente nos roba un par de lágrimas sin que nos demos cuenta.
Hoy no tengo ganas de interpretarme ni mucho menos. Hoy tengo ganas de tirarme en el empedrado de alguna lejana ciudad. Hoy podría dejarme inundar por una lluvia helada que ralentizara los procesos en mi mente y refrescara mi espalda y mis hombros...siempre con el ritmo de una canción en el golpeteo de cada gota.
Sin embargo tal sinfonía nos es revelada en momentos contados, en que la intuición comienza a hablar espaciadamente, subiendo y bajando sus tonos, haciendo sonidos extraños, cantando.
So why'd you come home to this faithless town
Y nada más saludable para un espíritu angustiado que recrear a su alrededor el cielo nocturno (cerrar los párpados); reconocer poco a poco constelaciones y estrellas en él (magia de la iluminación interna de los mismos); sentir el rumor lejano de la ciudad (confundiendo con él la propia respiración); escuchar el silbido de las mismas estrellas mientras comienzan a precipitarse en incesante espectáculo, en envolvente cortina sonora (fenómeno éste generado sin interferencia del exterior) y finalmente, anexar a la lluvia lumínico-sonora, una retahila de gritos desgarrados y liberadores salidos más del esternón que de la garganta (gritar, con los ojos cerrados, tirado sobre la cama, con las luces apagadas y la ventana abierta, mientras afuera los vecinos observan una lluvia de estrellas sin igual).
Etiquetas: Antifilosofía, Pensamiento, poesía
1 comentarios:
Hasta dan ganas de seguir el ritual para el auto-exilio, me gusto un buen esa dinámica de salir y entrar a la realidad...
Hay te sigo el paso, con menos aportaciones pero ya veras, un día algo gordo a de salir de mi cabeza; extraeré el tumor a tinta fria jajaja
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