miércoles, 24 de mayo de 2017

Labios de grana (poema)

Supuración
valiosa como el oro
que impregna la boca:
un par de labios resecos que insistes en deformar como sonrisa.

Se tiñen tu barbilla y tu cuello magullado
en una espiral sensual y decadente.
Las líneas rojas desvían mi vista,
encajonan mi campo de visión
borroso e indolente de por sí.

No pareciera cierto lo que apenas sospecho
y por eso me dejo envolver en tus plumas largas.
En un arranque de fiebre estúpida
te pido que me desgranes,
como al maíz,
con tus garras de águila.

Me entrego como serpiente inútil,
como lagarto helado que espera a que el sol salga.
Y miro desde mi escondrijo
asustado pero esperando
que, sin mayor dilación,
te metas al agujero conmigo.

Otros me lo advirtieron
aunque ellos mismos no se hicieron caso:
A esa violenta dama
de labios color de grana
no te le debes acercar,
menos dejar que su abrazo te confunda.
Porque con la misma calidez que abrasa
y te acoge en su lecho,
te sofoca,
te asfixia,
te tortura,
te secuestra,
te apuñala,
te disuelve,
te cuelga,
te desmiembra,
te aplasta,
te atropella,
te desaparece,
te entierra,
te desmemoria,
te revende,
te doblega
y te exprime,
todo de tal manera que,
mientras te aplasta entre los dedos,
como inofensiva cochinilla,
te hace decir que la amas.

«Asta bandera» pintura de Daniel Lezama. 2010, tomada, para mero acompañamiento del poema, de: http://www.drexelgaleria.com/artistas/daniellezama/semblanza.html
Créditos al autor

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Labios de grana (poema)

Supuración
valiosa como el oro
que impregna la boca:
un par de labios resecos que insistes en deformar como sonrisa.

Se tiñen tu barbilla y tu cuello magullado
en una espiral sensual y decadente.
Las líneas rojas desvían mi vista,
encajonan mi campo de visión
borroso e indolente de por sí.

No pareciera cierto lo que apenas sospecho
y por eso me dejo envolver en tus plumas largas.
En un arranque de fiebre estúpida
te pido que me desgranes,
como al maíz,
con tus garras de águila.

Me entrego como serpiente inútil,
como lagarto helado que espera a que el sol salga.
Y miro desde mi escondrijo
asustado pero esperando
que, sin mayor dilación,
te metas al agujero conmigo.

Otros me lo advirtieron
aunque ellos mismos no se hicieron caso:
A esa violenta dama
de labios color de grana
no te le debes acercar,
menos dejar que su abrazo te confunda.
Porque con la misma calidez que abrasa
y te acoge en su lecho,
te sofoca,
te asfixia,
te tortura,
te secuestra,
te apuñala,
te disuelve,
te cuelga,
te desmiembra,
te aplasta,
te atropella,
te desaparece,
te entierra,
te desmemoria,
te revende,
te doblega
y te exprime,
todo de tal manera que,
mientras te aplasta entre los dedos,
como inofensiva cochinilla,
te hace decir que la amas.

«Asta bandera» pintura de Daniel Lezama. 2010, tomada, para mero acompañamiento del poema, de: http://www.drexelgaleria.com/artistas/daniellezama/semblanza.html
Créditos al autor

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lunes, 15 de mayo de 2017

Madre Oscuridad (micro ensayo)

But even so, one day the flames will fade, and only Dark will remain - DS
Desde pequeños, desde hace siglos, desde que el ser humano se inventó prodigios para explicar los fenómenos más allá de lo que su mano con pulgar oponible podía asir, se nos ha enseñado una grandísima y única verdad. Una certeza tan sólida que no conozco el caso de una religión, de un sistema de creencias, de una corriente filosófica —aunque esta rama es la que más se acerca al fruto del que hablo— o siquiera de un grupo de gente que, con un corpus bien armado y las secuencias lógicas que le permitan mantener la idea de pie, rechace, por su opuesto, la dicha máxima: la humanidad proviene de, busca, desea o anhela la Luz. La Luz representa al Bien, valor universal —universalmente ambiguo, en realidad— al que supuestamente todo ser humano quiere o debe aspirar: la Luz como símbolo del logro máximo, la trascendencia, el alejamiento de los bochornosos orígenes, como fin último.

¿Nadie se ha puesto a pensar, por un momento, que no provengamos de la Luz ni tengamos que dirigirnos a ella, sino, por el contrario, seamos hijos de la Oscuridad y a ella habremos de volver los pasos como niños que van de vuelta al regazo de su madre? ¿Nadie se ha permitido por una vez tener siquiera un poco de compasión de la pobre Oscuridad y decir «oigan todos, tal vez la Oscuridad no es la forma pura y esencial del Mal, sino del Bien o, mejor aún, de la Paz, la Tranquilidad, la Calma y el Equilibrio?

That, my children, is a creed I could get behind!

Podrá parecer raquítico mi análisis. Y más de uno podrá decir que qué zoquete este fulano si no conoce X, Y o Z corriente filosófica que niega la bondad humana innata —de entrada pido, por favor, si saben de éste tipo de, llamémosles «doctrinas» o corrientes, me lo hagan saber con autores y fechas. ¡Gracias adelantadas!— a favor de una maldad natural, o mejor dicho de una neutralidad o hasta indiferencia. Yo busco más bien la doctrina que niegue la Luz como única forma y representación de la aspiración humana y/o de su estado ideal. Busco más que la malevolencia de nuestra hominidez incipiente aún. Aspiro más bien a encontrar un sistema que acepte la oscuridad natural del corazón del hombre y la acepte justamente por ser natural...que no trate de cambiarla, erradicarla o sustituirla. Sino que, al reconocer su esencia, la aliente, la acepte y busque crearle un cauce como el torrente que es.

Para ello quiero aclarar esa idea: la Oscuridad no tendría porqué ser el estado antitético de la humanidad como masa podrida, perdida, corrompida. La Oscuridad tampoco es caos...muy por el contrario. Díganme por favor que hay quienes la reconocen como la Estabilidad del Universo, la Calma del Cosmos silente, la Presencia manifiesta de la Eternidad. Porque, aceptémoslo, no podemos —o no puedo yo en particular— pensar en una eternidad de luz al final de los tiempos. Es sólo que no me parece natural. Es al revés, la tendencia natural sería la Oscuridad: las estrellas mueren, la energía se dispersa, la Entropía gana siempre y con ella llegan la calma y el equilibrio, la inacción sempiterna de los astros huecos flotando como hojas al viento.

¿Por qué, si la misma materia en todos sus niveles tiende a estos estados que podemos ligar con la Oscuridad —así como a la Luz se le injerta un amasijo de valores de Movimiento, de Ascendencia, de Culminación, de Transfiguración— debemos nosotros, supuesto pináculo —momentáneo— de la evolución animal ir en contra de todo sistema que la Naturaleza y el Cosmos tienen fraguando y perfeccionando desde antes que el tiempo transcurriera para ellos?

Somos una especie condenada a luchar contra corriente. ¡Y no! Eso no es un acto heroico per se. Es negar nuestro origen y destino. Es el berrinche de la Humanidad por querer escapar del abrazo de su Madre. Estamos condenados a sufrir, como género, familia, especie, la decepción, la frustración, el cansancio y la derrota si siempre pensamos y queremos vencer el orden de las fuerzas naturales.

Yo por eso, amigos míos, voto y me hago devoto de la Oscuridad porque es el vientre del que surgió y en que habita el Universo; porque es la cuna en que la Humanidad fue amamantada y de la que luego al poder andar sólo se alejó para meterse en casas de cristal con luces permanentes y frías; porque hasta los soles y galaxias saben rendirse ante ella cuando el tiempo llega y se disuelven dejando atrás las fuerzas titánicas y la tensión que sobre sus brazos lácteos reinaba; porque es la Tranquilidad eterna y la certeza de que, al provenir toda materia de ella y entregarse finalmente a la misma sin esfuerzo y con tierna parsimonia, finalmente todo, materia, espíritu, alma, furias, dioses, rituales y esperanzas se distienden en la ribera de la noche plutónica —como dijo Poe— para unirse todos juntos con la sustancia sin luz de la que provenimos.

P. S.: Sí, Dark Souls.
Fotografía tomada por mí en Guadalajara, Jalisco, México. 

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Madre Oscuridad (micro ensayo)

But even so, one day the flames will fade, and only Dark will remain - DS
Desde pequeños, desde hace siglos, desde que el ser humano se inventó prodigios para explicar los fenómenos más allá de lo que su mano con pulgar oponible podía asir, se nos ha enseñado una grandísima y única verdad. Una certeza tan sólida que no conozco el caso de una religión, de un sistema de creencias, de una corriente filosófica —aunque esta rama es la que más se acerca al fruto del que hablo— o siquiera de un grupo de gente que, con un corpus bien armado y las secuencias lógicas que le permitan mantener la idea de pie, rechace, por su opuesto, la dicha máxima: la humanidad proviene de, busca, desea o anhela la Luz. La Luz representa al Bien, valor universal —universalmente ambiguo, en realidad— al que supuestamente todo ser humano quiere o debe aspirar: la Luz como símbolo del logro máximo, la trascendencia, el alejamiento de los bochornosos orígenes, como fin último.

¿Nadie se ha puesto a pensar, por un momento, que no provengamos de la Luz ni tengamos que dirigirnos a ella, sino, por el contrario, seamos hijos de la Oscuridad y a ella habremos de volver los pasos como niños que van de vuelta al regazo de su madre? ¿Nadie se ha permitido por una vez tener siquiera un poco de compasión de la pobre Oscuridad y decir «oigan todos, tal vez la Oscuridad no es la forma pura y esencial del Mal, sino del Bien o, mejor aún, de la Paz, la Tranquilidad, la Calma y el Equilibrio?

That, my children, is a creed I could get behind!

Podrá parecer raquítico mi análisis. Y más de uno podrá decir que qué zoquete este fulano si no conoce X, Y o Z corriente filosófica que niega la bondad humana innata —de entrada pido, por favor, si saben de éste tipo de, llamémosles «doctrinas» o corrientes, me lo hagan saber con autores y fechas. ¡Gracias adelantadas!— a favor de una maldad natural, o mejor dicho de una neutralidad o hasta indiferencia. Yo busco más bien la doctrina que niegue la Luz como única forma y representación de la aspiración humana y/o de su estado ideal. Busco más que la malevolencia de nuestra hominidez incipiente aún. Aspiro más bien a encontrar un sistema que acepte la oscuridad natural del corazón del hombre y la acepte justamente por ser natural...que no trate de cambiarla, erradicarla o sustituirla. Sino que, al reconocer su esencia, la aliente, la acepte y busque crearle un cauce como el torrente que es.

Para ello quiero aclarar esa idea: la Oscuridad no tendría porqué ser el estado antitético de la humanidad como masa podrida, perdida, corrompida. La Oscuridad tampoco es caos...muy por el contrario. Díganme por favor que hay quienes la reconocen como la Estabilidad del Universo, la Calma del Cosmos silente, la Presencia manifiesta de la Eternidad. Porque, aceptémoslo, no podemos —o no puedo yo en particular— pensar en una eternidad de luz al final de los tiempos. Es sólo que no me parece natural. Es al revés, la tendencia natural sería la Oscuridad: las estrellas mueren, la energía se dispersa, la Entropía gana siempre y con ella llegan la calma y el equilibrio, la inacción sempiterna de los astros huecos flotando como hojas al viento.

¿Por qué, si la misma materia en todos sus niveles tiende a estos estados que podemos ligar con la Oscuridad —así como a la Luz se le injerta un amasijo de valores de Movimiento, de Ascendencia, de Culminación, de Transfiguración— debemos nosotros, supuesto pináculo —momentáneo— de la evolución animal ir en contra de todo sistema que la Naturaleza y el Cosmos tienen fraguando y perfeccionando desde antes que el tiempo transcurriera para ellos?

Somos una especie condenada a luchar contra corriente. ¡Y no! Eso no es un acto heroico per se. Es negar nuestro origen y destino. Es el berrinche de la Humanidad por querer escapar del abrazo de su Madre. Estamos condenados a sufrir, como género, familia, especie, la decepción, la frustración, el cansancio y la derrota si siempre pensamos y queremos vencer el orden de las fuerzas naturales.

Yo por eso, amigos míos, voto y me hago devoto de la Oscuridad porque es el vientre del que surgió y en que habita el Universo; porque es la cuna en que la Humanidad fue amamantada y de la que luego al poder andar sólo se alejó para meterse en casas de cristal con luces permanentes y frías; porque hasta los soles y galaxias saben rendirse ante ella cuando el tiempo llega y se disuelven dejando atrás las fuerzas titánicas y la tensión que sobre sus brazos lácteos reinaba; porque es la Tranquilidad eterna y la certeza de que, al provenir toda materia de ella y entregarse finalmente a la misma sin esfuerzo y con tierna parsimonia, finalmente todo, materia, espíritu, alma, furias, dioses, rituales y esperanzas se distienden en la ribera de la noche plutónica —como dijo Poe— para unirse todos juntos con la sustancia sin luz de la que provenimos.

P. S.: Sí, Dark Souls.
Fotografía tomada por mí en Guadalajara, Jalisco, México. 

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lunes, 1 de mayo de 2017

Prédica dominical de lunes por la tarde (micro ensayo)

Últimamente me he dedicado mucho a pensar en lo ridículamente ambivalentes e indecisos que somos los humanos. Creo que mi trabajo posterior (sea que llegue a publicarse o no) tendrá trasfondos de esa naturaleza. No porque haya descubierto el hilo negro. Ya lo he dicho, tanto explícita como metafóricamente: para mí el mundo y el universo en sí son la conjunción armónica de opuestos que se suceden en ciclos equitativos en duración y magnitud, más o menos, pues. Pero ese es el orden en apariencia caótico del universo, según nuestra corta vista nos deja imaginar.

El humano parece haberse dedicado —desde que una chispa, ya de fuego, ya de conciencia, alma o espíritu se encendió en su cerebro y le hizo preguntarse qué o quién o cómo o por qué es lo que es— a llevarle la contra a la Naturaleza en dicho orden supuestamente caótico. Si no se acomoda a lo que nosotros entendemos como deber, o bien, o propósito, lo desechamos. ¿Y para qué? Para luego añorar lo que se ha perdido.

Francamente somos una especie con cerebros en pañales que va por el mundo y más allá de sus bordes haciendo berrinche por lo que quiere, por lo que no quiere, por lo que le pasa, por lo que no le pasa, por lo que le gustaría que le pasara y por lo que teme que pase. ¿No sería más fácil inculcar en todos, desde la infancia, que el universo es enteramente ajeno a lo que queremos o buscamos? Es en realidad un alivio, no una pesadumbre nihilista.

Cuando el universo y sus engranes giraban en torno al humano como centro de la creación, la carga era abominable, ¿había que ser todos santos y vírgenes para estar «a la altura» de la creación infinita que se nos otorgó en dicho escenario? Seguramente mucho más que sólo eso.

En cambio, si somos solamente un bicho más debajo de una piedra o tronco podrido en la vastedad de la selva cósmica, es más fácil asegurar la existencia, la satisfacción, vivir sin necesidad de que el cosmos muera para redimir nuestras culpas. ¿Qué culpas, en todo caso? En el escenario de jungla no tendríamos tiempo ni de exterminarnos unos a otros por sadismo o segregaciones. Requeriríamos de cada elemento para sobrevivir como especie. Me refiero a un enfoque espiritual común, si existiese en todos la necesidad de «jalar parejo» porque de lo contrario la Vida nos tragaría a la menor oportunidad ¡Ah, cómo envidio a veces a las hormigas y otros insectos sociales! Hay que ver las maravillas subterráneas que construyen bajo el mando silente de la reina que quiere lo mismo que la reina anterior y así ad infinitum: la supervivencia de su pueblo.

Claro, hay sacrificios que hacer, pero me parece que desde que uno nace acepta el contrato que dice que, a partir de cierto grado de conocimiento —si acaso— el Universo no se hace responsable de daños colaterales, a terceros, autoinflingidos ni nada. Tal vez, para muchos, como diría Ciorán, el único inconveniente —por ser decisión no tomada por uno— es haber nacido. Pero si ya está uno aquí y de todas formas terminará sus días regresando a la matriz terrosa de que salió: entonces, ¿para qué dar un paso a la izquierda y luego quejarse por no haber ido a la derecha y repartir culpas a otros o a la Nada omnipresente?

La que es Reina quisiera dejar de serlo por la carga tremenda —pese a que desde su nacimiento sabe que es su deber y sabe las implicaciones en casi toda su extensión—, la que no lo es sufre y llora y patalea porque el destino la quitó del lugar que merecía, de la distinción y de las luces. ¿Cuál está mal? ¿Cuál es la engreída y cuál la inmadura? Ambas y ninguna.

No hay nada que se anhele más que lo que no se tiene pero se puede idealizar.

Y es así como, en contemplaciones de espejismos ajenos se nos puede ir la vida: si escribiera como Fulana, si dibujara como Sutano, si pudiera correr como Mengana o tener un cuerpo delicioso como Perengano...Todo es factible de hacerse siempre que uno se levante del sillón y se ponga.

Quien me conozca podrá decir «¡charlatán! Si no eres más que un burro hablando de orejas». Y, por la mayor parte de mi vida, y en cierto tipo de actividades tendría razón. Pero también debo de admitir que recientemente he comenzado con el pavimentado de un camino que antes ni existía. Recién desherbé la futura brecha y me dispongo a trazarlo, un camino que sale de la zona de confort y, si bien sé de antemano a qué estoy jugando, es por eso mismo que no podré quejarme cuando el resultado salga desfavorable, como seguramente pasará en más de una ocasión. La cosa es que, si uno insiste, y  muere y revive y lo reintenta y muere y lo reintenta hasta aprender la ruta segura a través de las minas, terminará, indefectiblemente llegando a su destino.

Lo único que pido es, malogrado acróbata que me lees: si no le gusta en dónde está y no hace nada para remediarlo, no se queje. Si no le gusta dónde está y está tratando de llegar a dónde sí, sepa que el camino es de roca fundida y dragones rampantes, y, sabiéndolo, no se queje. O, como hacemos la mayoría de los pobres mortales que aspiramos a cambiar la trayectoria de las aguas: quéjese sin dejar de andar.

Fotografía tomada por mi en el Monumento a la Independecia, Ciudad de México.

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Prédica dominical de lunes por la tarde (micro ensayo)

Últimamente me he dedicado mucho a pensar en lo ridículamente ambivalentes e indecisos que somos los humanos. Creo que mi trabajo posterior (sea que llegue a publicarse o no) tendrá trasfondos de esa naturaleza. No porque haya descubierto el hilo negro. Ya lo he dicho, tanto explícita como metafóricamente: para mí el mundo y el universo en sí son la conjunción armónica de opuestos que se suceden en ciclos equitativos en duración y magnitud, más o menos, pues. Pero ese es el orden en apariencia caótico del universo, según nuestra corta vista nos deja imaginar.

El humano parece haberse dedicado —desde que una chispa, ya de fuego, ya de conciencia, alma o espíritu se encendió en su cerebro y le hizo preguntarse qué o quién o cómo o por qué es lo que es— a llevarle la contra a la Naturaleza en dicho orden supuestamente caótico. Si no se acomoda a lo que nosotros entendemos como deber, o bien, o propósito, lo desechamos. ¿Y para qué? Para luego añorar lo que se ha perdido.

Francamente somos una especie con cerebros en pañales que va por el mundo y más allá de sus bordes haciendo berrinche por lo que quiere, por lo que no quiere, por lo que le pasa, por lo que no le pasa, por lo que le gustaría que le pasara y por lo que teme que pase. ¿No sería más fácil inculcar en todos, desde la infancia, que el universo es enteramente ajeno a lo que queremos o buscamos? Es en realidad un alivio, no una pesadumbre nihilista.

Cuando el universo y sus engranes giraban en torno al humano como centro de la creación, la carga era abominable, ¿había que ser todos santos y vírgenes para estar «a la altura» de la creación infinita que se nos otorgó en dicho escenario? Seguramente mucho más que sólo eso.

En cambio, si somos solamente un bicho más debajo de una piedra o tronco podrido en la vastedad de la selva cósmica, es más fácil asegurar la existencia, la satisfacción, vivir sin necesidad de que el cosmos muera para redimir nuestras culpas. ¿Qué culpas, en todo caso? En el escenario de jungla no tendríamos tiempo ni de exterminarnos unos a otros por sadismo o segregaciones. Requeriríamos de cada elemento para sobrevivir como especie. Me refiero a un enfoque espiritual común, si existiese en todos la necesidad de «jalar parejo» porque de lo contrario la Vida nos tragaría a la menor oportunidad ¡Ah, cómo envidio a veces a las hormigas y otros insectos sociales! Hay que ver las maravillas subterráneas que construyen bajo el mando silente de la reina que quiere lo mismo que la reina anterior y así ad infinitum: la supervivencia de su pueblo.

Claro, hay sacrificios que hacer, pero me parece que desde que uno nace acepta el contrato que dice que, a partir de cierto grado de conocimiento —si acaso— el Universo no se hace responsable de daños colaterales, a terceros, autoinflingidos ni nada. Tal vez, para muchos, como diría Ciorán, el único inconveniente —por ser decisión no tomada por uno— es haber nacido. Pero si ya está uno aquí y de todas formas terminará sus días regresando a la matriz terrosa de que salió: entonces, ¿para qué dar un paso a la izquierda y luego quejarse por no haber ido a la derecha y repartir culpas a otros o a la Nada omnipresente?

La que es Reina quisiera dejar de serlo por la carga tremenda —pese a que desde su nacimiento sabe que es su deber y sabe las implicaciones en casi toda su extensión—, la que no lo es sufre y llora y patalea porque el destino la quitó del lugar que merecía, de la distinción y de las luces. ¿Cuál está mal? ¿Cuál es la engreída y cuál la inmadura? Ambas y ninguna.

No hay nada que se anhele más que lo que no se tiene pero se puede idealizar.

Y es así como, en contemplaciones de espejismos ajenos se nos puede ir la vida: si escribiera como Fulana, si dibujara como Sutano, si pudiera correr como Mengana o tener un cuerpo delicioso como Perengano...Todo es factible de hacerse siempre que uno se levante del sillón y se ponga.

Quien me conozca podrá decir «¡charlatán! Si no eres más que un burro hablando de orejas». Y, por la mayor parte de mi vida, y en cierto tipo de actividades tendría razón. Pero también debo de admitir que recientemente he comenzado con el pavimentado de un camino que antes ni existía. Recién desherbé la futura brecha y me dispongo a trazarlo, un camino que sale de la zona de confort y, si bien sé de antemano a qué estoy jugando, es por eso mismo que no podré quejarme cuando el resultado salga desfavorable, como seguramente pasará en más de una ocasión. La cosa es que, si uno insiste, y  muere y revive y lo reintenta y muere y lo reintenta hasta aprender la ruta segura a través de las minas, terminará, indefectiblemente llegando a su destino.

Lo único que pido es, malogrado acróbata que me lees: si no le gusta en dónde está y no hace nada para remediarlo, no se queje. Si no le gusta dónde está y está tratando de llegar a dónde sí, sepa que el camino es de roca fundida y dragones rampantes, y, sabiéndolo, no se queje. O, como hacemos la mayoría de los pobres mortales que aspiramos a cambiar la trayectoria de las aguas: quéjese sin dejar de andar.

Fotografía tomada por mi en el Monumento a la Independecia, Ciudad de México.

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