lunes, 14 de diciembre de 2015

«Historia del Ojo» de Georges Bataille (micro ensayo) (reseña)

Continúo mi promesa de evitar olvidar los libros que voy leyendo y sus entrañas multicolor.
Hoy toca el turno la cuasi surrealista y muy erótica «Historia del Ojo» de Georges Bataille (1897-1962). La verdad creo que esta reseña será breve. ¿Qué tanto podría decir de esta obra que no haya dicho Vargas Llosa en su casi interminable prólogo de 1978 donde más que prologar sintetiza y además «quema» para el lector prácticamente la totalidad de la trama? Debo confesar que en cuanto me di cuenta de dicha tendencia del  premio Nobel, me salté su tanto y lo dejé para el final (me parece que funciona mejor casi como colofón del relato y como como antesala).

En primera instancia, nuevamente: Me gustó. Me gustó mucho. Removió ciertas cosas en mi (emocionales y físicas también, por su puesto) que otros libros no se habían molestado en tocar. Y no es para menos. Esta novelita es una gran sacudida sexual y perversa para el leyente desprevenido. Me imagino que en su historia debe haber causado más de un desmayo a la gente de buenas costumbres que por algún error fatídico terminó con el libro en sus manos. A mi me causó gracia. Pero también cierta excitación, no como cabría pensar. No un morbo sádico. No sabría describirla.

Me costó en principio imaginar personas de 16 o menos años realizando la tremenda serie de extravagancias sexuales, por decirlo así (no es que las repruebe...del todo). Después comprendí que efectivamente la mayoría de la gente tiene sus acercamientos primeros al sexos por esas épocas de la vida y que son iguales: son exploraciones de terrenos ignorados. Peeeeeeeeero, también debo concordar con Llosa: se trata de dizque jóvenes, nada adultos con las uñas aún clavadas en los últimos jirones de una infancia en franco derrumbe. Y por este lado también me causaron gran escozor sus osadías «majaderas» como diría el celebérrimo prologuista porque justo eso me parecieron en la mayor parte del tiempo: berrinches, majaderías, arrebatos y pucheros infantiles más que verdaderos estratagemas y laberintos del placer y la búsqueda carnal.

Lo que más impacta de esta historia ocular no son las rabietas sexuales de los protagonistas. Son las imágenes, creo yo. Y sobre todo el ritmo, repetición y superposición de las mismas. Afirma la edición que poseo que Bataille nunca se confesó miembro activo y bautizado del surrealismo. Sin embargo y como es sabido rondó dicha corriente, y a mi parecer no sólo sus periferias: La gran imagen de la historia se me presenta, en lo personal, como una pintura surrealista elaborada de numerosas escenas, un paisaje de reminiscencia gótico-romántica (seguro me equivoco pero es mi impresión) donde lo que prima es LA COMPOSICIÓN VISUAL. En este caso lograda mediante la repitición de elementos formales. ¡Vamos! Que hasta me parece necesario describirlo como, por mi profesión, describiría yo una pintura virreinal, moderno o contemporánea.

El elemento de repetición, y que por ello se carga de simbolismo Y surrealismo es, sin duda, el ojo. El óvalo blanquecino que se convierte en trinidad ojo-huevo-testículo y por tanto, como diría Llosa, en voyeurismo-sexo y finalmente transgresión. Como en el análisis de una pintura el óvalo blanco reaparece a cada tanto y de ello es terriblemente consciente nuestro anónimo narrador-protagonista y habla de tensiones ocultas en lo evidente (sí) de la mente del autor o de la mente del autor en su papel de autor. Mejor dicho, de la mente de Bataille en su papel de autor de «Historia del Ojo».

Finalmente y para no alargarme más (sin albur, ¡por Dios!) me gusta la visión de Vargas Llosa que yo no había considerado mientras leía el libro: la naturaleza ya de por sí surreal del relato se acrecienta y confirma si se considera que los sucesos y acciones que en el tienen lugar se sienten como se sienten los mismos durante un sueño. Sí. Pareciera que todo el relato se gobernara por las reglas del reino onírico que todos conocemos y que aún así es infinitamente distinto y mutable. Las acciones no tienen mucho sentido, los personajes son casi esqueléticos sin mucho trasfondo que ocultar. ¿Por qué? Porque son sus acciones y la naturalidad con que las realizan lo que les define. Algo así, pienso, como en un sueño en el que se está seguro de conocer perfectamente a la gente y los lugares en que se encuentra uno sin en realidad conocerlos desde antes y cuya familiaridad aumenta conforme se desenvuelve la trama del sueño.

«Historia del Ojo» de Bataille presenta muchas cosas, perversiones, composición, ritmo, poesía y prosa, y un manejo por demás muy bueno del léxico. No abusa de adjetivos, de hehco casi es raquítico en esto y lo es más, curiosamente, en cuanto al tema del texto: no hay gran descripción de la suciedad, de las orgías, de los olores, de las texturas. Sólo ecos velados de la situación que parece describirse a sí misma sin necesidad de adornos pornográficos, al contrario, escenario bellamente construidos en la relativa sencillez y acciones casi como trifulcas orgiásticas que invitan al movimiento del verbo y no a la contemplación de largas listas de adjetivos.

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«Historia del Ojo» de Georges Bataille (micro ensayo) (reseña)

Continúo mi promesa de evitar olvidar los libros que voy leyendo y sus entrañas multicolor.
Hoy toca el turno la cuasi surrealista y muy erótica «Historia del Ojo» de Georges Bataille (1897-1962). La verdad creo que esta reseña será breve. ¿Qué tanto podría decir de esta obra que no haya dicho Vargas Llosa en su casi interminable prólogo de 1978 donde más que prologar sintetiza y además «quema» para el lector prácticamente la totalidad de la trama? Debo confesar que en cuanto me di cuenta de dicha tendencia del  premio Nobel, me salté su tanto y lo dejé para el final (me parece que funciona mejor casi como colofón del relato y como como antesala).

En primera instancia, nuevamente: Me gustó. Me gustó mucho. Removió ciertas cosas en mi (emocionales y físicas también, por su puesto) que otros libros no se habían molestado en tocar. Y no es para menos. Esta novelita es una gran sacudida sexual y perversa para el leyente desprevenido. Me imagino que en su historia debe haber causado más de un desmayo a la gente de buenas costumbres que por algún error fatídico terminó con el libro en sus manos. A mi me causó gracia. Pero también cierta excitación, no como cabría pensar. No un morbo sádico. No sabría describirla.

Me costó en principio imaginar personas de 16 o menos años realizando la tremenda serie de extravagancias sexuales, por decirlo así (no es que las repruebe...del todo). Después comprendí que efectivamente la mayoría de la gente tiene sus acercamientos primeros al sexos por esas épocas de la vida y que son iguales: son exploraciones de terrenos ignorados. Peeeeeeeeero, también debo concordar con Llosa: se trata de dizque jóvenes, nada adultos con las uñas aún clavadas en los últimos jirones de una infancia en franco derrumbe. Y por este lado también me causaron gran escozor sus osadías «majaderas» como diría el celebérrimo prologuista porque justo eso me parecieron en la mayor parte del tiempo: berrinches, majaderías, arrebatos y pucheros infantiles más que verdaderos estratagemas y laberintos del placer y la búsqueda carnal.

Lo que más impacta de esta historia ocular no son las rabietas sexuales de los protagonistas. Son las imágenes, creo yo. Y sobre todo el ritmo, repetición y superposición de las mismas. Afirma la edición que poseo que Bataille nunca se confesó miembro activo y bautizado del surrealismo. Sin embargo y como es sabido rondó dicha corriente, y a mi parecer no sólo sus periferias: La gran imagen de la historia se me presenta, en lo personal, como una pintura surrealista elaborada de numerosas escenas, un paisaje de reminiscencia gótico-romántica (seguro me equivoco pero es mi impresión) donde lo que prima es LA COMPOSICIÓN VISUAL. En este caso lograda mediante la repitición de elementos formales. ¡Vamos! Que hasta me parece necesario describirlo como, por mi profesión, describiría yo una pintura virreinal, moderno o contemporánea.

El elemento de repetición, y que por ello se carga de simbolismo Y surrealismo es, sin duda, el ojo. El óvalo blanquecino que se convierte en trinidad ojo-huevo-testículo y por tanto, como diría Llosa, en voyeurismo-sexo y finalmente transgresión. Como en el análisis de una pintura el óvalo blanco reaparece a cada tanto y de ello es terriblemente consciente nuestro anónimo narrador-protagonista y habla de tensiones ocultas en lo evidente (sí) de la mente del autor o de la mente del autor en su papel de autor. Mejor dicho, de la mente de Bataille en su papel de autor de «Historia del Ojo».

Finalmente y para no alargarme más (sin albur, ¡por Dios!) me gusta la visión de Vargas Llosa que yo no había considerado mientras leía el libro: la naturaleza ya de por sí surreal del relato se acrecienta y confirma si se considera que los sucesos y acciones que en el tienen lugar se sienten como se sienten los mismos durante un sueño. Sí. Pareciera que todo el relato se gobernara por las reglas del reino onírico que todos conocemos y que aún así es infinitamente distinto y mutable. Las acciones no tienen mucho sentido, los personajes son casi esqueléticos sin mucho trasfondo que ocultar. ¿Por qué? Porque son sus acciones y la naturalidad con que las realizan lo que les define. Algo así, pienso, como en un sueño en el que se está seguro de conocer perfectamente a la gente y los lugares en que se encuentra uno sin en realidad conocerlos desde antes y cuya familiaridad aumenta conforme se desenvuelve la trama del sueño.

«Historia del Ojo» de Bataille presenta muchas cosas, perversiones, composición, ritmo, poesía y prosa, y un manejo por demás muy bueno del léxico. No abusa de adjetivos, de hehco casi es raquítico en esto y lo es más, curiosamente, en cuanto al tema del texto: no hay gran descripción de la suciedad, de las orgías, de los olores, de las texturas. Sólo ecos velados de la situación que parece describirse a sí misma sin necesidad de adornos pornográficos, al contrario, escenario bellamente construidos en la relativa sencillez y acciones casi como trifulcas orgiásticas que invitan al movimiento del verbo y no a la contemplación de largas listas de adjetivos.

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jueves, 10 de diciembre de 2015

«Un Mundo Feliz» (Brave New World) de Aldous Huxley (micro ensayo) (reseña)

Hoy estreno un nuevo tipo de timbre postal: la reseñita pedorrona.
Sí. Decidí que, como ejercicio para mí mismo (mi memoria apesta y mi capacidad de síntesis y apropiación podrían ser bastante mejores) elaboraré una brevísima reseña de los libros que vaya leyendo o en todo caso mi sincera opinión al respecto. Algo campechano pues.
Para inaugurar esta sección, localizable para su futuro horror bajo la etiqueta «Reséñamesta», tenemos al celebérrimo «Un Mundo Feliz» del buenazo de Huxley. ¿Por qué? Porque justo hoy terminé de leerlo, y antes de que revuelva sabores en mi mente comenzando el siguiente libro, quiero dejar en este rinconcito, bien guardadas, las migas que de él aún tengo frescas en la barba.
Así que, a darle.

Primero que nada: Me gustó. Me gustó bastante. Me encantan los futuros imaginarios ya sean utópicos o distópicos. Éste en particular lo pondría en el caso utópico, porque, pues, ¡vaya! el mundo es perfecto y todos son felices y tienen orgías y drogas y hasta el más idiota parásito sirve de algo y está feliz de que sea así.
Sí, gente apreciable y de buenas o medianas costumbres que leen por algún error o triquiñuela de la red este blog infraliterario, yo apoyo o mejor dicho concuerdo con los postulados del mundo feliz de Huxley.
Y el por qué lo proporciona sin quererlo el malogrado protagonista, John el Salvaje. ¿Cómo? Sencillo. Todos los argumentos que presenta desde su aparición en el relato, con los cuales según pretende legitimar o justificar el modo de vida que, en todo caso ni él conoció realmente y que más bien corresponde al nuestro propio, son precisamente los argumentos con los que yo daría por fallido nuestro Estado de Cosas, nuestro estilo de vida. Claro, digo esto viéndolo, como suelo, desde la perspectiva global, objetiva, impersonal y sobre todo práctica del sostenimiento del mundo, de la trascendencia o meramente supervivencia de la especie en equilibrio con el mundo y dentro de cada grupo social.
En pocas palabras, sí, el Salvaje constituyó para mí una vocecilla molesta como de vieja rata de sacristía, esgrimiendo sentimentalismos anticuados para justificar partes de lo peor de la humanidad. ¡Vamos! Que propiamente dice que prefiere que haya guerra, muerte, hambre, miseria, celos, dolor, enfermedades siempre y cuando haya poesía, amores de esos que arrancan entrañas, belleza y un dios. ¡Por favor!
No, no, no y no. Mi más grande duda sería saber si Huxley pretendía que el Salvaje fuera el defensor de las cosas más importantes de la vida o, por el contrario, encarnara a la muchedumbre sentimentalista que no puede concebir un progreso en el que haya que hacerse sacrificios.
No se me malentienda. No es que quiera de plano un mundo así. Porque ciertamente la falta de individualismo, y sobre todo la carencia de elección del nicho que se quiere ocupar en la vida no me parecen para nada agradables, si me las vinieran a imponer como modo de vida. Sin embargo, y aquí hágase notar un gran énfasis, como especie que ha probado cíclicamente su ineficacia, su estupidez, su crueldad y su falta de respeto por el mundo y por sí misma, creo que la opción, en caso de seguir existiendo, sería incorporarnos a regímenes que no dañaran de más el ambiente, y sobre todo, que dejaran de generar la miseria desmedida e inhumana, LA SOBRE-PRODUCCIÓN INÚTIL Y ESTÚPIDA DE HUMANOS QUE SÓLO VIENEN A ESTE MUNDO A SUFRIR, CREER QUE VIVEN Y ENGENDRAR MÁS ADEFESIOS FALTOS DE CEREBRO, FALTOS DE INICIATIVA, FALTOS DE ESPÍRITU PROPIO. Sí, adivinaron, soy bastante misántropo.

Gracias, finalmente, Huxley por sentar junto con otros las bases de la ciencia ficción y de taaaaantas historias de futuros tremendos, sobrecogedores y totalitarios. Gracias por gritarnos desde hace 83 años en dónde termina uno de los posibles caminos de la Humanidad actual. La historia en sí tiene sus bemoles, siendo en mi opinión el Salvaje uno de ellos, o al menos la historia del mismo cuando recién aparece, innecesariamente detallada y larga. El principio y el final me parecen soberbios en verdad y algunos personajes que pudieron haber crecido y significar más para este humilde lector, como Bernard (pendejazo pero complejo en construcción), se perfilaban como principales pero pronto quedaron sometidos a la sombra de ridiculez del Salvaje. En fin, que éste cabrón güero pseudohippiepachamama fan de Shakespeare me cayó gordo. De ahí en fuera, bravo y bien ahí, Aldo. ¡Bien ahí!

PS: Creo que, en buena medida, no tendríamos obras verdaderamente MAGNAS de la ficción especulativa como *se pone de pie con toda solemnidad* Oryx y Crake de Margaret Atwood. Veo bastante del ambiente y medios de este Brave New World en ésta y otras obras de alto pedorraje. 

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«Un Mundo Feliz» (Brave New World) de Aldous Huxley (micro ensayo) (reseña)

Hoy estreno un nuevo tipo de timbre postal: la reseñita pedorrona.
Sí. Decidí que, como ejercicio para mí mismo (mi memoria apesta y mi capacidad de síntesis y apropiación podrían ser bastante mejores) elaboraré una brevísima reseña de los libros que vaya leyendo o en todo caso mi sincera opinión al respecto. Algo campechano pues.
Para inaugurar esta sección, localizable para su futuro horror bajo la etiqueta «Reséñamesta», tenemos al celebérrimo «Un Mundo Feliz» del buenazo de Huxley. ¿Por qué? Porque justo hoy terminé de leerlo, y antes de que revuelva sabores en mi mente comenzando el siguiente libro, quiero dejar en este rinconcito, bien guardadas, las migas que de él aún tengo frescas en la barba.
Así que, a darle.

Primero que nada: Me gustó. Me gustó bastante. Me encantan los futuros imaginarios ya sean utópicos o distópicos. Éste en particular lo pondría en el caso utópico, porque, pues, ¡vaya! el mundo es perfecto y todos son felices y tienen orgías y drogas y hasta el más idiota parásito sirve de algo y está feliz de que sea así.
Sí, gente apreciable y de buenas o medianas costumbres que leen por algún error o triquiñuela de la red este blog infraliterario, yo apoyo o mejor dicho concuerdo con los postulados del mundo feliz de Huxley.
Y el por qué lo proporciona sin quererlo el malogrado protagonista, John el Salvaje. ¿Cómo? Sencillo. Todos los argumentos que presenta desde su aparición en el relato, con los cuales según pretende legitimar o justificar el modo de vida que, en todo caso ni él conoció realmente y que más bien corresponde al nuestro propio, son precisamente los argumentos con los que yo daría por fallido nuestro Estado de Cosas, nuestro estilo de vida. Claro, digo esto viéndolo, como suelo, desde la perspectiva global, objetiva, impersonal y sobre todo práctica del sostenimiento del mundo, de la trascendencia o meramente supervivencia de la especie en equilibrio con el mundo y dentro de cada grupo social.
En pocas palabras, sí, el Salvaje constituyó para mí una vocecilla molesta como de vieja rata de sacristía, esgrimiendo sentimentalismos anticuados para justificar partes de lo peor de la humanidad. ¡Vamos! Que propiamente dice que prefiere que haya guerra, muerte, hambre, miseria, celos, dolor, enfermedades siempre y cuando haya poesía, amores de esos que arrancan entrañas, belleza y un dios. ¡Por favor!
No, no, no y no. Mi más grande duda sería saber si Huxley pretendía que el Salvaje fuera el defensor de las cosas más importantes de la vida o, por el contrario, encarnara a la muchedumbre sentimentalista que no puede concebir un progreso en el que haya que hacerse sacrificios.
No se me malentienda. No es que quiera de plano un mundo así. Porque ciertamente la falta de individualismo, y sobre todo la carencia de elección del nicho que se quiere ocupar en la vida no me parecen para nada agradables, si me las vinieran a imponer como modo de vida. Sin embargo, y aquí hágase notar un gran énfasis, como especie que ha probado cíclicamente su ineficacia, su estupidez, su crueldad y su falta de respeto por el mundo y por sí misma, creo que la opción, en caso de seguir existiendo, sería incorporarnos a regímenes que no dañaran de más el ambiente, y sobre todo, que dejaran de generar la miseria desmedida e inhumana, LA SOBRE-PRODUCCIÓN INÚTIL Y ESTÚPIDA DE HUMANOS QUE SÓLO VIENEN A ESTE MUNDO A SUFRIR, CREER QUE VIVEN Y ENGENDRAR MÁS ADEFESIOS FALTOS DE CEREBRO, FALTOS DE INICIATIVA, FALTOS DE ESPÍRITU PROPIO. Sí, adivinaron, soy bastante misántropo.

Gracias, finalmente, Huxley por sentar junto con otros las bases de la ciencia ficción y de taaaaantas historias de futuros tremendos, sobrecogedores y totalitarios. Gracias por gritarnos desde hace 83 años en dónde termina uno de los posibles caminos de la Humanidad actual. La historia en sí tiene sus bemoles, siendo en mi opinión el Salvaje uno de ellos, o al menos la historia del mismo cuando recién aparece, innecesariamente detallada y larga. El principio y el final me parecen soberbios en verdad y algunos personajes que pudieron haber crecido y significar más para este humilde lector, como Bernard (pendejazo pero complejo en construcción), se perfilaban como principales pero pronto quedaron sometidos a la sombra de ridiculez del Salvaje. En fin, que éste cabrón güero pseudohippiepachamama fan de Shakespeare me cayó gordo. De ahí en fuera, bravo y bien ahí, Aldo. ¡Bien ahí!

PS: Creo que, en buena medida, no tendríamos obras verdaderamente MAGNAS de la ficción especulativa como *se pone de pie con toda solemnidad* Oryx y Crake de Margaret Atwood. Veo bastante del ambiente y medios de este Brave New World en ésta y otras obras de alto pedorraje. 

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jueves, 3 de diciembre de 2015

Las respuestas del Vacío (poema)

Canto I

Esta no es una disertación filosófica
Esto es hablarle al Vacío esperando inútilmente su respuesta
Aunque, debo confesar, a veces ese silencio
es la contestación que anhelaba
sin esperarla en verdad.

Ya sea
en el hueco en las entrañas del mundo
o en la solidez ingrávida del espacio exterior
encuentro retazos de realidad.
Molestos, malditos.

¿Cómo se desfibra uno del cordel de su propia vida?
¿Cómo alcanza uno las murallas de las ciudades de los dioses,
cuándo el camino que ha de recorrer no admite pasos carnosos
ni el vaivén de la sangre en las arterias?
¿Cómo se sacan del costado
las espinas que se le han quedado a uno
de tanto pensar,
de tanto exprimirse,
de tanto estimularse,
de contorsionarse el cerebro?

Las masas de materia inmóvil parecen
más cerca del vacío y la inexistencia
que los cuerpos que corren junto al rayo,
que los montículos frenéticos que todo buscan y nada logran asir.

Canto II

Allende las alturas de mares bravíos
de sondas anales y fluorescentes navíos
parto, ¡oh, amigos, parto!
Se me desfiguran las ganas
y las siento traducirse en ansia y anhelo
en cuchillos y en calma.

La escala angélica
Ni dorada, ni luminosa
ni oscura, ni cálida
Ni
Nada.
Sólo por fin:

E
L

V
A
C
Í
O

Canto III

Una mano se alza
La mía propia, juega con sus propios dedos
Yo la veo y la dejo hacer según su gusto
Finalmente ni mi mano es.
De entre la almohada un aroma se alza
algo entre residuos de perfume y sudor seco
el olor de la cotidianidad y la calidez
el sabor de un hogar.

Las respuestas las tengo
¡TODAS!
Las que responden a mis preguntas
y a las tuyas
Y las que generan aún más preguntas cuyas respuestas
previamente poseo.
¿De qué me sirven?
Viajé
Vi
Crucé

Pregunté al sujeto detrás de la cortina
Y al otro que encendía las luces
Interrogué al que vendía los boletos y al que colocaba a la gente en su asiento
Los que bajaban y subían el telón me ignoraron
Todos con sus máscaras amarillentas, pulidas, grotescas
Sólo atinaron a decirme que la obra no tiene director
ni escritor
ni guión
ni actores.

Sólo atinaron a regresarme a las butacas
A una nueva...vieja pero nueva, pues
A una locación diferente
Con vecinos distintos pero igual de desagradables
Para contemplar, otra vez
Un espectáculo mudo.
Sin trama, sin significado y sin fin.

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Las respuestas del Vacío (poema)

Canto I

Esta no es una disertación filosófica
Esto es hablarle al Vacío esperando inútilmente su respuesta
Aunque, debo confesar, a veces ese silencio
es la contestación que anhelaba
sin esperarla en verdad.

Ya sea
en el hueco en las entrañas del mundo
o en la solidez ingrávida del espacio exterior
encuentro retazos de realidad.
Molestos, malditos.

¿Cómo se desfibra uno del cordel de su propia vida?
¿Cómo alcanza uno las murallas de las ciudades de los dioses,
cuándo el camino que ha de recorrer no admite pasos carnosos
ni el vaivén de la sangre en las arterias?
¿Cómo se sacan del costado
las espinas que se le han quedado a uno
de tanto pensar,
de tanto exprimirse,
de tanto estimularse,
de contorsionarse el cerebro?

Las masas de materia inmóvil parecen
más cerca del vacío y la inexistencia
que los cuerpos que corren junto al rayo,
que los montículos frenéticos que todo buscan y nada logran asir.

Canto II

Allende las alturas de mares bravíos
de sondas anales y fluorescentes navíos
parto, ¡oh, amigos, parto!
Se me desfiguran las ganas
y las siento traducirse en ansia y anhelo
en cuchillos y en calma.

La escala angélica
Ni dorada, ni luminosa
ni oscura, ni cálida
Ni
Nada.
Sólo por fin:

E
L

V
A
C
Í
O

Canto III

Una mano se alza
La mía propia, juega con sus propios dedos
Yo la veo y la dejo hacer según su gusto
Finalmente ni mi mano es.
De entre la almohada un aroma se alza
algo entre residuos de perfume y sudor seco
el olor de la cotidianidad y la calidez
el sabor de un hogar.

Las respuestas las tengo
¡TODAS!
Las que responden a mis preguntas
y a las tuyas
Y las que generan aún más preguntas cuyas respuestas
previamente poseo.
¿De qué me sirven?
Viajé
Vi
Crucé

Pregunté al sujeto detrás de la cortina
Y al otro que encendía las luces
Interrogué al que vendía los boletos y al que colocaba a la gente en su asiento
Los que bajaban y subían el telón me ignoraron
Todos con sus máscaras amarillentas, pulidas, grotescas
Sólo atinaron a decirme que la obra no tiene director
ni escritor
ni guión
ni actores.

Sólo atinaron a regresarme a las butacas
A una nueva...vieja pero nueva, pues
A una locación diferente
Con vecinos distintos pero igual de desagradables
Para contemplar, otra vez
Un espectáculo mudo.
Sin trama, sin significado y sin fin.

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miércoles, 2 de diciembre de 2015

De los meses pletóricos

He estado fuera mucho tiempo.
No sólo mi vomitorio virtual se ha llenado de polvo y deyecciones de mosca. Literalmente he estado viviendo allá afuera por mucho tiempo.
Fue este, o al menos desde mi último arañazo en esta pizarra, un año pletórico. Ha sido, también, un año jesuítico, de caminos que llevan desde las capitales hasta los rincones del mundo, de veredas que algunos "locos" trazaron en el pasado y se extienden hasta el futuro a través de nuestro presente.
Estoy de regreso y la espera (o más bien la constante huída) se debe a que vengo aún salpicado de pasado, con arena en las orejas, con un poco de mar en los poros, con plegarias pegadizas y con demonios iluminados por centurias de fiesta y jolgorio.
No ha sido fácil. Esta vez la carne me desfallecía y mi transe se agudizaba debido a la lejanía, a la ausencia de mi bruja, de mi curandera, de mi doctora y paciente a la vez.
En fin, reflexiones de este talante las dejaré para cuando finalice el año en curso. Ahora toca afinar los tambores a las brasas, disponer el fogón y pagar bien a los músicos porque la fiesta (buena o mala, puesto que ninguna opción es promesa que yo les haya hecho alguna vez y menos en vías de cumplirla) se reaunda con esta entrada.
La arteria letrada no deja de palpitarme en las muñecas y en las axilas y, junto a mi reciente reenviciamiento lector, no hacen más que avivar las ascuas de mi escritura que permanecieron, desde febrero, suspendidas en un aire sin procedencia ni destino, estático.
¡Aleluya, el Demonio regresó!

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De los meses pletóricos

He estado fuera mucho tiempo.
No sólo mi vomitorio virtual se ha llenado de polvo y deyecciones de mosca. Literalmente he estado viviendo allá afuera por mucho tiempo.
Fue este, o al menos desde mi último arañazo en esta pizarra, un año pletórico. Ha sido, también, un año jesuítico, de caminos que llevan desde las capitales hasta los rincones del mundo, de veredas que algunos "locos" trazaron en el pasado y se extienden hasta el futuro a través de nuestro presente.
Estoy de regreso y la espera (o más bien la constante huída) se debe a que vengo aún salpicado de pasado, con arena en las orejas, con un poco de mar en los poros, con plegarias pegadizas y con demonios iluminados por centurias de fiesta y jolgorio.
No ha sido fácil. Esta vez la carne me desfallecía y mi transe se agudizaba debido a la lejanía, a la ausencia de mi bruja, de mi curandera, de mi doctora y paciente a la vez.
En fin, reflexiones de este talante las dejaré para cuando finalice el año en curso. Ahora toca afinar los tambores a las brasas, disponer el fogón y pagar bien a los músicos porque la fiesta (buena o mala, puesto que ninguna opción es promesa que yo les haya hecho alguna vez y menos en vías de cumplirla) se reaunda con esta entrada.
La arteria letrada no deja de palpitarme en las muñecas y en las axilas y, junto a mi reciente reenviciamiento lector, no hacen más que avivar las ascuas de mi escritura que permanecieron, desde febrero, suspendidas en un aire sin procedencia ni destino, estático.
¡Aleluya, el Demonio regresó!

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miércoles, 11 de febrero de 2015

The Comfort Zone (poem)

Careless
Reckless obscenities that dress themselves with glittering clothes
Poison in bottles of licquor, of sweet vanilla, coconut and pineapple
The teeth that bites softest, that makes you ask for another piece
to be ripped from your neck, from your shoulders

The deadly comfort zone
where dreams die under motionless hammers
where people grow downwards
like trees
like coffins that explore the soil.

The wildfires are chanting
After the brief rain the air is scented with the smell of wet earth, wet stones,
water filtrating through the nerves of the land
irrigating its veins, again
pasively

Death most be such a delightful peace...because no dead has ever came back from it:
an eternal comfort zone


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The Comfort Zone (poem)

Careless
Reckless obscenities that dress themselves with glittering clothes
Poison in bottles of licquor, of sweet vanilla, coconut and pineapple
The teeth that bites softest, that makes you ask for another piece
to be ripped from your neck, from your shoulders

The deadly comfort zone
where dreams die under motionless hammers
where people grow downwards
like trees
like coffins that explore the soil.

The wildfires are chanting
After the brief rain the air is scented with the smell of wet earth, wet stones,
water filtrating through the nerves of the land
irrigating its veins, again
pasively

Death most be such a delightful peace...because no dead has ever came back from it:
an eternal comfort zone


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lunes, 2 de febrero de 2015

Claroscuridad (poema)

Colisionaban las partículas
Generábamos haces luminosos de entre las grietas
A partir del polvo surgían las llamas
El flash de sus ojos y las sombras en los míos se retrataban
Le daban volumen a las ganas
Con cada gramo de luz se quemaban los granos de sal
se incendiaban los poros
se dibujaban las señales
los recuerdos en se manifestaron entonces en el humo
Literalmente, nuestra memoria se formó de carcasas quemadas
se cadáveres marchitos que se hicieron chiquitos y retorcieron conforme los consumió la luz.

Se cree y entiende que la oscuridad es mala. Pero es igualmente perjudicial el exceso de luz.

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Claroscuridad (poema)

Colisionaban las partículas
Generábamos haces luminosos de entre las grietas
A partir del polvo surgían las llamas
El flash de sus ojos y las sombras en los míos se retrataban
Le daban volumen a las ganas
Con cada gramo de luz se quemaban los granos de sal
se incendiaban los poros
se dibujaban las señales
los recuerdos en se manifestaron entonces en el humo
Literalmente, nuestra memoria se formó de carcasas quemadas
se cadáveres marchitos que se hicieron chiquitos y retorcieron conforme los consumió la luz.

Se cree y entiende que la oscuridad es mala. Pero es igualmente perjudicial el exceso de luz.

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Antifilosofía Universal para tratar de comprender a la Humanidad Contemporánea

Tengo un proyecto nuevo. Uso este espacio sólo para bocetarlo antes que se me olviden más de los hermosos detalles nonatos. Quiero emular a los grandes filósofos de la antigüedad, de la remota noche en que los hombres de verdad intentaban entender qué carajos era la vida, qué demonios eran responsables de los movimientos, de los sentimientos, de cómo comportarse y por qué cada quién era un universo chiquito cuando todos se parecían tanto entre sí, físicamente. 
Sí, quiero hacer el Tao del Siglo XXI, o el confucionismo de la era del WiFi y el sexo de unas horas. Voy a desmenuzar lo poco que conozco de vida, en sus rasgos universales, OBVIO, desde mi personal punto de vista. Es decir prepárese para filtros no sólo de sarcasmo, ironía, odio llano, desbordante idolatría. Tal vez caigan a este mantel bloggero algunas escorrentías del proceso de cocción de aquel Grand Tome, que espero que llegue a ver más luz que la de mi cuarto donde tengo mi computadora.

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Antifilosofía Universal para tratar de comprender a la Humanidad Contemporánea

Tengo un proyecto nuevo. Uso este espacio sólo para bocetarlo antes que se me olviden más de los hermosos detalles nonatos. Quiero emular a los grandes filósofos de la antigüedad, de la remota noche en que los hombres de verdad intentaban entender qué carajos era la vida, qué demonios eran responsables de los movimientos, de los sentimientos, de cómo comportarse y por qué cada quién era un universo chiquito cuando todos se parecían tanto entre sí, físicamente. 
Sí, quiero hacer el Tao del Siglo XXI, o el confucionismo de la era del WiFi y el sexo de unas horas. Voy a desmenuzar lo poco que conozco de vida, en sus rasgos universales, OBVIO, desde mi personal punto de vista. Es decir prepárese para filtros no sólo de sarcasmo, ironía, odio llano, desbordante idolatría. Tal vez caigan a este mantel bloggero algunas escorrentías del proceso de cocción de aquel Grand Tome, que espero que llegue a ver más luz que la de mi cuarto donde tengo mi computadora.

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jueves, 22 de enero de 2015

El juicio de la coladera (micro ensayo)

Soy un prejuicioso. Un prejuicioso de lo peor. Pero debo reconocer que no es enteramente mi culpa. O al menos hay un detonador que favoreció el florecimiento de este desagrado instantáneo por otros en mi ser.
Todo comenzó con el don con que fui dotado desde el nacimiento. Un don de lo más nimio y hasta ridículo: con sólo ver a una persona, una hojeada general pero con enfoque especial en los rasgos de la cara, puedo determinar al instante qué clase de persona es, sus reacciones, sus creencias, su modo de actuar, su personalidad, sus gustos, sus disgustos, sus vicios, su léxico, su ascendencia...En pocas palabras soy de esos que con ver a alguien unos segundos saben de qué clase de persona se trata. Claro esto es en un rango general pero muy muy pocas veces he errado en mis juicios instantáneos. Casi nunca, de hecho.
Parece, como dije, un don de lo más irrelevante. Pero he sabido utilizarlo para mi provecho personal. He evitado personas que eventualmente se convirtieron en el dolor de cabeza de otros, en las piedras de sus zapatos y yo sólo los veía luchar por zafárselos desesperadamente. Me ha sido útil para saber acercarme, a veces inconscientemente, a personas que me han terminado enseñándome cosas valiosas y nuevas, incluso a veces contra mi propia voluntad o gusto. Gracias a este olfato ciego me he escapado por muy poco de verdaderas situaciones de peligro: asaltantes, bandoleros, ebrios y lunáticos. En fin, de gente que de haber tenido la oportunidad de acercárseme hubieran intentado agredirme en dios sabe qué formas.
Por ello es que soy un prejuicioso. Total y concienzudamente. Mi instinto filtrador se ha ganado mi confianza total cuando se trata de conocer y reconocer a algún extranjero. Por ello admito a grandes voces que soy desdeñoso con la gente que me parece debo alejar de mi, con los malvivientes y los transgresores, con las escorias, ratas, sanguijuelas y demás parásitos de la vida, de la humanidad y de la sociedad.
Esto tiene algo de bueno, en especial si es que tú que lees esto me conoces. Si te considero mi amigo, o un buen conocido y aunque no te llame, escriba o contacte en mucho tiempo, siempre que no te desdeñe abiertamente siéntete orgulloso porque quiere decir que no eres cualquier persona (y como ya explique no es criterio mio, sino del regalo divino que mi instinto tiene como olfato).
Todo lo contrario, eres alguien que ha pasado un filtro muy estrecho donde sólo ciertas personas (no sabría definir ahora mismo los rasgos esenciales que definen a quienes cruzan el tejido de mi misantropía) tienen la cualidad de estar. Y eso quiere decir que eres una "buena persona" a grandes rasgos. Una "buena persona" en términos generales universales: puedes ser blanco, moreno, negro, amarillo, verde, azul, enano, gigante, mujer, hombre, quimera...la verdad no importa qué comas o por dónde lo comas. Lo que importa es que soy un juez inflexible y si has pasado la prueba, has también de hacer lo posible por no permitir que mi instinto cambie de parecer respecto a tí.


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El juicio de la coladera (micro ensayo)

Soy un prejuicioso. Un prejuicioso de lo peor. Pero debo reconocer que no es enteramente mi culpa. O al menos hay un detonador que favoreció el florecimiento de este desagrado instantáneo por otros en mi ser.
Todo comenzó con el don con que fui dotado desde el nacimiento. Un don de lo más nimio y hasta ridículo: con sólo ver a una persona, una hojeada general pero con enfoque especial en los rasgos de la cara, puedo determinar al instante qué clase de persona es, sus reacciones, sus creencias, su modo de actuar, su personalidad, sus gustos, sus disgustos, sus vicios, su léxico, su ascendencia...En pocas palabras soy de esos que con ver a alguien unos segundos saben de qué clase de persona se trata. Claro esto es en un rango general pero muy muy pocas veces he errado en mis juicios instantáneos. Casi nunca, de hecho.
Parece, como dije, un don de lo más irrelevante. Pero he sabido utilizarlo para mi provecho personal. He evitado personas que eventualmente se convirtieron en el dolor de cabeza de otros, en las piedras de sus zapatos y yo sólo los veía luchar por zafárselos desesperadamente. Me ha sido útil para saber acercarme, a veces inconscientemente, a personas que me han terminado enseñándome cosas valiosas y nuevas, incluso a veces contra mi propia voluntad o gusto. Gracias a este olfato ciego me he escapado por muy poco de verdaderas situaciones de peligro: asaltantes, bandoleros, ebrios y lunáticos. En fin, de gente que de haber tenido la oportunidad de acercárseme hubieran intentado agredirme en dios sabe qué formas.
Por ello es que soy un prejuicioso. Total y concienzudamente. Mi instinto filtrador se ha ganado mi confianza total cuando se trata de conocer y reconocer a algún extranjero. Por ello admito a grandes voces que soy desdeñoso con la gente que me parece debo alejar de mi, con los malvivientes y los transgresores, con las escorias, ratas, sanguijuelas y demás parásitos de la vida, de la humanidad y de la sociedad.
Esto tiene algo de bueno, en especial si es que tú que lees esto me conoces. Si te considero mi amigo, o un buen conocido y aunque no te llame, escriba o contacte en mucho tiempo, siempre que no te desdeñe abiertamente siéntete orgulloso porque quiere decir que no eres cualquier persona (y como ya explique no es criterio mio, sino del regalo divino que mi instinto tiene como olfato).
Todo lo contrario, eres alguien que ha pasado un filtro muy estrecho donde sólo ciertas personas (no sabría definir ahora mismo los rasgos esenciales que definen a quienes cruzan el tejido de mi misantropía) tienen la cualidad de estar. Y eso quiere decir que eres una "buena persona" a grandes rasgos. Una "buena persona" en términos generales universales: puedes ser blanco, moreno, negro, amarillo, verde, azul, enano, gigante, mujer, hombre, quimera...la verdad no importa qué comas o por dónde lo comas. Lo que importa es que soy un juez inflexible y si has pasado la prueba, has también de hacer lo posible por no permitir que mi instinto cambie de parecer respecto a tí.


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lunes, 19 de enero de 2015

The crops (cuento)

Imagen de "Over the Garden Wall" de Cartoon Network
Danzaban. Los niños calabaza saltaban de puntitas entre los cultivos dorados, chispeantes.
Sus dientes dibujados con cuchillo se torcían en sonrisas pulposas y en cantos de muerte y campos sin fin.
La familia miraba desde el porche. Sentados en mecedoras crocantes. Sentados en semicírculo. Contemplando la danza entre niños y cultivos. Debajo yacía el resto de la familia y siendo la época propicia esperaban acercarse lo suficiente para que ellos, en sus celdas eternas bajo tierra los escucharan y se unieran a la fiesta.
Otoño.
Esa época del año en que los muertos vienen a vivir un rato y los vivos abrazan la muerte y bailan chocando sus mocasines pero sólo como promesa de danzas por venir.
Las hojas se arremolinaban y bailaban también como los arcos de mil violinistas en una orquesta de fantasmas.
Curiosamente la noche no parecía querer descender al mundo. Se demoraba tal vez por miedo, tal vez por precaución. Pero inevitablemente llegaron los últimos rayos del sol y los parientes, incluso los más lejanos se abrieron paso entre el sedimento y los granos para unirse a la fiesta que en realidad apenas comenzaba. 
Los gritos llenaban aquel campo que palpitaba al ritmo del choque de los huesos, del crepitar de las flamas, al ritmo de amores muertos que revivían para reconocer sus descarnados muslos, sus falanges desnudas. Más que sentir lástima por lo que faltaba sentían que ahora eran capaces de entregarse mutuamente por completo, sin ataduras cárnicas o limitaciones físicas que impidieran a sus almas entre mezclarse y salpicar de entre los costillares, asomarse juntos entre unas quijadas, abrazarse a un esternón, jugar con las falanges restantes en cada mano. Y es que muchos de ellos descubrían que en la muerte, luego de la vida, el amor que se profesaban dos almas alcanzaba a perdurar pese a la tierra, pese a los gusanos, pese a los días y pese a las tantas noches sin sustancia.

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The crops (cuento)

Imagen de "Over the Garden Wall" de Cartoon Network
Danzaban. Los niños calabaza saltaban de puntitas entre los cultivos dorados, chispeantes.
Sus dientes dibujados con cuchillo se torcían en sonrisas pulposas y en cantos de muerte y campos sin fin.
La familia miraba desde el porche. Sentados en mecedoras crocantes. Sentados en semicírculo. Contemplando la danza entre niños y cultivos. Debajo yacía el resto de la familia y siendo la época propicia esperaban acercarse lo suficiente para que ellos, en sus celdas eternas bajo tierra los escucharan y se unieran a la fiesta.
Otoño.
Esa época del año en que los muertos vienen a vivir un rato y los vivos abrazan la muerte y bailan chocando sus mocasines pero sólo como promesa de danzas por venir.
Las hojas se arremolinaban y bailaban también como los arcos de mil violinistas en una orquesta de fantasmas.
Curiosamente la noche no parecía querer descender al mundo. Se demoraba tal vez por miedo, tal vez por precaución. Pero inevitablemente llegaron los últimos rayos del sol y los parientes, incluso los más lejanos se abrieron paso entre el sedimento y los granos para unirse a la fiesta que en realidad apenas comenzaba. 
Los gritos llenaban aquel campo que palpitaba al ritmo del choque de los huesos, del crepitar de las flamas, al ritmo de amores muertos que revivían para reconocer sus descarnados muslos, sus falanges desnudas. Más que sentir lástima por lo que faltaba sentían que ahora eran capaces de entregarse mutuamente por completo, sin ataduras cárnicas o limitaciones físicas que impidieran a sus almas entre mezclarse y salpicar de entre los costillares, asomarse juntos entre unas quijadas, abrazarse a un esternón, jugar con las falanges restantes en cada mano. Y es que muchos de ellos descubrían que en la muerte, luego de la vida, el amor que se profesaban dos almas alcanzaba a perdurar pese a la tierra, pese a los gusanos, pese a los días y pese a las tantas noches sin sustancia.

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jueves, 8 de enero de 2015

De entre ciclos (micro ensayo)

Hay algo que a mi me mueve, aún dentro de mi arraigamiento tenso. La muerte de un año y su renacimiento inmediato. Sí, el cambio de año es un gran símbolo para mí que creo en las cuestiones de la renovación del espíritu, del acrecentamiento mental y del envase cárnico que nos sostiene.
Imagino la trayectoria del planeta Hogar danzándole en elipses al Sol, nombre común de nuestra estrella amarilla y pienso en lo espectacular de encontrarme en el mismo punto del espacio donde estuvimos 365 días atrás. Claro, figurativamente porque la Galaxia rota, nos hala a su centro, además de que esta se desplaza hacia otras galaxias y este movimiento se acrecienta exponencialmente y, bueno, en realidad estamos muuuuuuy lejos del punto exacto donde estuvimos 365 días antes...pero saben de qué hablo. 
Y ese volver a empezar, sí, en un punto arbitrario de la Nada Suprema, me parece magnífico. Es morirse y renacer un poco. Es la lluvia de acordes de violines desde el cielo, trompetas en la tierra, percusiones desde el mar. Porque llegará un día en el que por una de entre millones de razones nuestro vehículo planetario ya no completará nunca más esta vuelta, ya no hablar de la Galaxia que también se dirige a un colapso insalvable, salvo que el tiempo, o mejor El Tiempo se termine antes de que ocurra la Colisión.
Somos escombros de un choque mayor, y como escombros estorbamos, ensuciamos, ahogamos y pronto llegarán a terminar de demolernos, barrernos, y tirarnos por la ventana metidos en una bolsa.
Yo en lo personal no renegaría de encontrarme ahí, vivo, consciente en el momento en el que se apague la Gran Luz. Abrazar la Oscuridad Completa, ser en verdad nada y todo a la vez pero en La Muerte de la Muerte, como diría Saramago. Una muerte mayor que la de los humanos, la de los perros, la Muerte que se llevó a los Dragones y las bestias. La Muerte de las Muertes y todo implota como devorándose a sí mismo.
Y he aquí que giramos como trompos sin dueño ni cordel y sólo una oportunidad de disparo. Ay, que la obviedad de la vida se nos pasa entre los dedos y deja de girar pronto y se nos muere intentando hacerla bailar en nuestra palma.

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De entre ciclos (micro ensayo)

Hay algo que a mi me mueve, aún dentro de mi arraigamiento tenso. La muerte de un año y su renacimiento inmediato. Sí, el cambio de año es un gran símbolo para mí que creo en las cuestiones de la renovación del espíritu, del acrecentamiento mental y del envase cárnico que nos sostiene.
Imagino la trayectoria del planeta Hogar danzándole en elipses al Sol, nombre común de nuestra estrella amarilla y pienso en lo espectacular de encontrarme en el mismo punto del espacio donde estuvimos 365 días atrás. Claro, figurativamente porque la Galaxia rota, nos hala a su centro, además de que esta se desplaza hacia otras galaxias y este movimiento se acrecienta exponencialmente y, bueno, en realidad estamos muuuuuuy lejos del punto exacto donde estuvimos 365 días antes...pero saben de qué hablo. 
Y ese volver a empezar, sí, en un punto arbitrario de la Nada Suprema, me parece magnífico. Es morirse y renacer un poco. Es la lluvia de acordes de violines desde el cielo, trompetas en la tierra, percusiones desde el mar. Porque llegará un día en el que por una de entre millones de razones nuestro vehículo planetario ya no completará nunca más esta vuelta, ya no hablar de la Galaxia que también se dirige a un colapso insalvable, salvo que el tiempo, o mejor El Tiempo se termine antes de que ocurra la Colisión.
Somos escombros de un choque mayor, y como escombros estorbamos, ensuciamos, ahogamos y pronto llegarán a terminar de demolernos, barrernos, y tirarnos por la ventana metidos en una bolsa.
Yo en lo personal no renegaría de encontrarme ahí, vivo, consciente en el momento en el que se apague la Gran Luz. Abrazar la Oscuridad Completa, ser en verdad nada y todo a la vez pero en La Muerte de la Muerte, como diría Saramago. Una muerte mayor que la de los humanos, la de los perros, la Muerte que se llevó a los Dragones y las bestias. La Muerte de las Muertes y todo implota como devorándose a sí mismo.
Y he aquí que giramos como trompos sin dueño ni cordel y sólo una oportunidad de disparo. Ay, que la obviedad de la vida se nos pasa entre los dedos y deja de girar pronto y se nos muere intentando hacerla bailar en nuestra palma.

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